JOSÉ LUIS MUÑOZ

Primorosa adaptación de la opera prima de Thomas Mann por parte del cine germano. El escritor alemán ya dio cuenta de su genialidad en esa crónica del ascenso y auge de una familia de comerciantes de Lübeck, que se considera a sí misma casi una dinastía real, y fue su bautismo literario muchos antes de alumbrar su obra magna La montaña mágica.

Los Buddenbrook película es un ejercicio de caligrafía cinematográfica de un alumno aplicado a la que no se le puede reprochar absolutamente nada porque todo en ella es perfecto y encaja. La suntuosa adaptación de la novela de Thomas Mann, (la tercera que se rueda, porque hay una de 1923 y otra de 1959), dura más de dos horas, pero podría durar el doble. Un guion perfecto hace que el espectador no se pierda en los vericuetos económicos, y también sentimentales, de esa oligarquía económica regida por el patriarca Jean Buddenbrook (Armin Mueller-Stahl) que pasa su cetro, al morir, a su primogénito Thomas (Mark Waschke), creyendo que el imperio será eterno, pero los designios del jefe de la dinastía, y de su heredero, de perpetuarla chocan con el rebelde Christian (August Diehl), el hijo pequeño y díscolo poco amante del mundo empresarial que se lía con una artista, mientras Tony (Jessica Schwartz), la niña de sus ojos de Jean, va de fracaso matrimonial en fracaso matrimonial y una inesperada granizada hunde las expectativas comerciales de la empresa. A Hanno (Rabal Bieling), el hijo de Thomas y la violinista Gerda (Léa Bosco), quien deba llevar las riendas de la dinastía, le tira más el piano que los aburridos negocios empresariales que hereda su padre.

La película de Heinrich Breloer reconstruye de forma fidedigna la Alemania de la época, fragmentada y desunida antes de la gran guerra y encuadrada en el imperio austro-húngaro, el mundo de los negocios, el funcionamiento de la bolsa, la importancia de Lübeck como puerto fluvial, y retrata a la perfección a sus personajes gracias a las sólidas interpretaciones que de ellos hacen sus actores. Los Buddenbrook tiene un diseño de producción espectacular, una fotografía preciosista, buena banda sonora (los valses de Strauss que acompañan a los bailes) y una caligrafía clásica como corresponde a un film de época y siguiendo los parámetros marcados por el cine británico. Quizá tanto academicismo pese a la hora de emocionar al espectador.

Thomas Mann retrató de forma genial la decadencia de una familia de la alta aristocracia de Lübeck y el director convierte la novela en unas muy pulcras imágenes que nos invitan a viajar al pasado. La pueden ver en Caixa Fórum.