José Luis Muñoz.
Es Fernando Ugeda (Villena, 1961) uno de esos escritores de raza constantes y muy exigentes consigo mismo que ya lleva sobre sus espaldas un buen montón de libros publicados, todos excelentes, y más de cien premios literarios en la modalidad de relato, lo que es todo un aval además de un récord. Lo conocí, literariamente hablando, cuando ganó el premio Ciudad de Badajoz con una extraordinaria novela policial victoriana que llevaba por título La alternativa del escorpión, porque formaba parte del jurado junto a Fernando Marías, y que pienso que debería ser reeditada. A ella siguieron Carta desde el acantilado, la antología de relatos premiados Breve Tratado de lo efímero y la novela Canción de amor para un monstruo que él mismo escenificó. Finalista de los premios planeta Nadal, Azorín, Ateneo de Valladolid, Ciudad de Úbeda, Fernando Quiñones, Felipe Trigo, Torrente Ballester y Ateneo de Valencia, ha participado en las antologías hispano-argentinas, Juramento Negro, El origen del mundo y M.M. y ha sido premiado recientemente en el festival Black Mountain Bossòst con el premio Fernando Marías precisamente por esta novela que publica la valenciana Olé Libros.
El deseo oculto es una novela sobre amores y, sobre todo, desamores con un punto de oscuridad, porque subyace en el texto una trama policial y negra. Lola, la protagonista de esta historia que ella narra en primera persona, lo hace cuando los policías que tuvieron que ver con su caso ya han muerto, lo que legitima para hacerlo. Se trata de una mujer idealista y algo ingenua — Los hombres que se cuelan en nuestra vida rara vez se parecen aquellos que forjamos en nuestros sueños.—, que cree en el amor — Yo creía que el amor era eterno, que cuando llega se adhiere fuerte a tu pellejo, que penetra suavemente a través de cada poro de la piel y se cuela por las rendijas del alma, buscando el lugar perfecto donde vivir allá dentro— con nulas experiencias sentimentales y sexuales que se agarra como un clavo ardiendo a su primer pretendiente por el temor a quedarse sola en la vida, pero Alfredo, el sujeto, un personajillo mediocre, la decepciona casi desde el primer instante: Cada vez que pienso en él, me gusta imaginar que Dios creó la soberbia como trampa para imbéciles.
Lola no es una mujer atractiva, y ella misma se lo recrimina constantemente cuando su madre la interpela: ¿Tan adefesio te ves como para desechar la idea de que le puedas interesar a un hombre decente? No tiene un cuerpo diez, no está satisfecha con su físico, aunque aborrezca la delgadez extrema que imponen los estándares de la moda: Quizá yo sea una excéntrica, pero considero que en una mujer debería estar bien visto que los huesos estuviesen forrados de algo de carne, piensa Lola para reivindicar una figura femenina más carnal. Es Alfredo, su pretendiente despreciable y poco cuidadoso del que el autor ofrece algunas significativas pinceladas acerca de su carácter: Alfredo me destripó el himen sin delicadeza ni talento, y para más inri se corrió dentro. A pesar de su poca delicadeza, de su trato grosero y de su carácter odioso, Lola no quiere, o no puede, librarse de su presencia: ¿O acaso debía confesar que no había albergado dudas acerca de los sentimientos de Alfredo, que sabía con certeza que no me quería? Y, a pesar de las muchas muestras de desamor y desprecio que recibe de su parte, aún confía, en su ingenuidad, cambiarlo, convertirlo en ese hombre que necesita para hacerla feliz: Así pues, solitaria y amodorrada en su vagón de cola, pedí al nuevo año que transformase a aquel hombre, que lo convirtiese en mi ideal. Alfredo, el contrapunto de Lola, reúne en su persona lo más execrable de la masculinidad tóxica: Mis últimos seis meses podrían resumirse de la manera siguiente: había perdido la virginidad. Alfredo me desvirgó con la misma delicadeza con que un dentista saca una muela.
Las novelas de Fernando Ugeda no son solo narrativas, sino que en su interior el lector encuentra jugosas reflexiones por lo que hay que leerlas despacio, el autor impone su ritmo. Su protagonista, deducimos que puede ser su alter ego femenino, hace reflexiones vitales: Todos morimos muchas veces a lo largo de la vida, y el ser que surge de cada muerte suele ser diferente al anterior, por mucho que vista los mismos atuendos, camine con andares similares y se maquille cada día en el mismo cuarto de baño. Presta el novelista de Villena una extraordinaria atención a la psicología de sus protagonistas, en este caso el de su femenina narradora, lo que tiene un enorme mérito: Algo de particular tiene la gente que ha sufrido mucho, más allá del dolor físico, de las cicatrices antiguas, de las heridas que sanan, algo en sus miradas les delata: cuando sonríen los ojos nunca los acompañan. Introduce su protagonista disquisiciones morales en lo que cuenta: Una vez perdida la inocencia, asumimos que el Bien y el Mal son hermanos siameses unidos por el entrecejo, que ninguno de ellos es capaz de respirar sin el aliento del otro.
Hay párrafos de literatura sobresaliente, con imágenes bien conseguidas: Con la ayuda de agua caliente, la sangre de sus venas se tomó el día de fiesta escapando por los cortes infligidos en las muñecas. Confesiones desgarradas ante el espejo de la acomplejada protagonista de esta historia cuando conoce a otro hombre: ¿Por qué ahora, cuando Alfonso me abraza, me pesan los brazos? ¿Por qué su aliento se frena en mi boca y no alcanza mis apurados pulmones? ¿Por qué mis pies avanzan sin mi consentimiento y trasladan mi cuerpo como si fuera un peso muerto? ¿Con qué tipo de escoba se barre la conciencia? Y un quiebro de guion en la última parte del libro que sorprenderá al lector, cuando aparece el amor, el de verdad: El amor es un salto a las estrellas que a veces se precipita en caída libre a los infiernos.
Y es la vida, delirio extravagante, la que destroza los cálculos más sesudos y nos enseña que, por norma, nada sale según lo planeado. Vida y ficción se entrecruzan, porque eso sucede en esta novela en la que Cada ser humano representa el deseo oculto de otras personas. Narración sobresaliente la de Fernando Ugeda que trasciende los límites del género negro y es un ejemplo del buen hacer literario.