Ricardo Martínez.
En varias de las cartas el lector perspicaz reparará en cuánto valor se tiene la palabra personalidad aplicada a alguien, ya sea próximo o lejano. Y especialmente se expresa ese valor hacia el propio Ludwig (y no solo porque, en la escena de la celebración familiar navideña, por ejemplo, sólo él iba vestido de calle. Estaba su condición de de conciencia crítica)
Personalidad, claro, expresa algo más que disenso en lo material; expresa contenido interior, esto es, definición propia, individualidad. Es decir, lo trascendente y distinto, sea el distinto quien fuere. “Diría que no quieres sacrificarte y desaparecer tras la composición: por el contrario –le escribe a Paul, hermano y acreditado pianista- quieres mostrarte. Soy consciente de que merece la pena escuchar el resultado, no solo para quien admira el virtuosismo, sino también para mí y para cualquiera que sepa apreciar la expresión de una personalidad” Él especialmente también, en cuanto a sus relaciones afectivas con otros, fuere el sexo que fuere.
El testimonio escrito que se nos ofrece resulta sumamente interesante, no ya en lo literario, sino también en lo social y político por cuanto los Witgenstein eran una de las familias (judías) más adineradas del momento, con una red de relaciones muy influyentes en todos los campos (recuérdese que Ravel compuso para el hermano músico un concierto para la mano izquierda luego de que hubiese perdido la mano derecha en la guerra).
Dado, además, que el status social iba unido a un destacado nivel cultural, no es raro encontrar frases como la que Mining, la hermana, le dirige a Lwdwig: “Suficiente cuesta decir lo que se piensa, escribirlo es imposible. Sin embargo, seguramente tienes razón, la inquietud es la única virtud que tenemos” Una máxima definitoria suficientemente descriptiva como afinidad a un código cultural.
Se advierte, en este extenso epistolario interfamiliar, abundancia de afecto y sentido de familia –sin grandes rasgos de conflicto, considero- así como frecuentes alusiones a la música –con matizadas ‘interioridades técnicas, bien definidas- y, cómo no, alusiones al momento belicista. El período de las cartas abarca desde 1908 a 1951 y que habría de desmembrar, en tantos sentidos, el significado social de familia y de cultura dentro de toda Europa.
Hay abundancia de aquellas cartas que tienen como protagonista a la figura principal, Ludwig, al que tratan con consideración y cariño, si bien, también, con alguna alusión, externa, a la obra de éste, como aquel fragmento delator que anuncia un disenso que resulta muy explícito. Es cuando Ludwig se dirige a su maestro y colega Russell: “Frege, -el autor de unos Principios que le había solicitado como lectura-, “me escribió hace una semana, y deduzco de ello que no entiende una palabra de nada” Engelmann, por el contrario, había hecho una ‘recensión favorable de sus escritos’. A la vez, es importante que el autor del Tractatus diga por propia letra que “últimamente he conseguido volver a trabajar, ¡toda una bendición”
En cuanto a la formación musical, tan expresiva en tantas páginas de esta correspondencia, denota, en carta a Helen, una formación muy sólida: “Aunque ya apenas escucho música,hace unos días oí en la radio el Concierto para piano nº 2 de Brahms. No me pareció emocionante, y el segundo y el cuarto movimiento me dejaron completamente frío” Impresión distinta a la que le pareieron los compases de la Kreisleriana de Schumann: “¡Qué extraordinariamente noble!”
Todo un textual, en fin, este libro humano, afectivo y cultural en torno a una familia destacada de la sociedad austríaca, cuyo transcurso vital se había de ver truncado en buena parte de su existencia por un clima social hostil, anticultural y nocivo como fueron las dos traumáticas guerras europeas que tuvieron lugar en el período de tiempo que aquí se refleja.