“Numerus stultorum infinitus est” (Eclesiastés). Yo no estoy de acuerdo en que el números de tontos sea un conjunto cerrado (infinito actual), tal como parece sugerir esta aseveración bíblica, sino más bien un conjunto abierto en sucesión (infinito potencial). Y ello porque sus miembros se van renovando constantemente en el tiempo con nuevos estultos y nuevas estulticias (a lo que se añade –dígase entre paréntesis- la estrategia política de rebajar la mayoría de edad), de modo que se constituye, desde esta perspectiva, más bien en un conjunto no cuantificable, como sí lo son los conjuntos cerrados.
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Es este sentido, uno de los descubrimientos más notables que habrás hecho a lo largo de la vida será haberte dado cuenta de la cantidad aritmética de necios que hay en relación a personas discretas. De ello se lamentaba también el mismo Cicerón: “Todo está lleno de tontos”, clamaba.
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Respecto de su tipología antropológica, Baltasar Gracián observaba que quien no reconoce a un tonto nada más verlo, es tonto también. Yo, por mi parte, me permitiría una variante y diría, además, que quien no reconoce a una persona inteligente es tonto a su vez… Pero podría seguir añadiendo capas epistemológicas y decir, aún más, que es más necio todavía aquel que, una vez conocidos, no huye de ellos.
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Y en cuanto a la comprensión del mundo, es obvio que la inteligencia tiene el límite de la verdad, pero la idiotez, como el error, como los mundos posibles, no tiene límites.
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Por todo esto, se me ocurre de pronto pensar que tener mala memoria podría constituir una ventaja, sobre todo en Filosofía: se le olvidan a uno las tonterías y puede, así, empezar desde el principio, limpio de adherencias espurias, a percibir y replantearse las cosas. No puedo ni imaginarme que se me hubieran quedado grabadas todas las tonterías y barbaridades con que han tratado de formar mi visión del mundo… Mi mente sería un caos.
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Así que no te fíes. Según O’Neill no hay que olvidar que “creer en el sentido común es la primera falta de sentido común”… Y yo diría más: la falta más gorda del sentido común es creer en el sentido común de los demás.
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Lo mejor es fiarse de la experiencia propia. Y eso porque uno no suele escarmentar de la estupidez ajena: por ejemplo, siempre vuelve a confiar en que la gente ha aprendido de sus errores anteriores. Justamente confía en lo que él mismo no hace.
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El problema está cuando a uno se le olvidan las propias estupideces (pues si os fijáis bien, un tonto es alguien que olvida sus propias estupideces y, así, no puede enmendarlas). Entonces pasa a engrosar…, pues eso, el rango de los tontos.
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Mientras pienso todo esto acabo de ver al que era el más tonto de mi curso conduciendo el coche más caro del mercado, y casi me atropella saludándome muy eufórico… ¿O quizás, por todo esto el tonto lo sea yo?
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Y así sigo dándole vueltas a la cabeza al tiempo que espero en el paso de peatones para cambiarme de acera: quizás no hemos pensado lo suficiente en el hecho de que, últimamente, hasta los tontos tienen coche… Será por eso que los coches, como los tontos, no se acaban nunca.