Por Yordan Arroyo.

  1. Introducción

Hace algunos meses, una reconocida filóloga y editora me escribió para comentarme que ha venido dándole seguimiento a varias de mis publicaciones. Por esta razón, quiso expresarme su posición con respecto al aumento de personas dedicadas a impartir talleres literarios sin tener la formación necesaria y en casos todavía más graves, sin ni siquiera saber escribir ni preocuparse por ello. A este hecho lo debemos distinguir bajo la etiqueta “populismo literario”, porque luego de indagar en la materia, con la motivación, además, de ciertos comentarios críticos por parte de algunos colegas, descubrí la urgencia de denunciar este asunto. Guardar silencio es ser cómplice y seguir permitiendo que engañen a quienes no saben que están siendo estafados.

A pesar de que hay personas (por mínimas que sean) solicitando en público atestados de los supuestos maestros literarios, quienes contratan a estas personas se hacen “de la vista gorda”, porque saben que no cuentan con la formación profesional y ética necesaria, sino más bien otra, como por ejemplo formación en negocios empresariales, en psicología o carreras de ciencias sociales. Por esto mismo permiten que haya una misma persona, con formación empresarial, impartiendo cursos que van desde literaturas latinoamericanas hasta literaturas antiguas (incluido Grecia, Roma, Mesopotamia, Sumeria y la India). Ni un catedrático de la mejor universidad europea se atrevería a tanto.

Asimismo, hay quienes a pesar de contar con premios nacionales de literatura están impartiendo cursos convirtiendo a la literatura en un espacio romántico de sanación, asunto que le compete más a un psicólogo en sus sesiones de sanación de la psique que a un profesional en estudios literarios. Este tipo de ofertas populistas representan no solo una falta de responsabilidad, sino de respeto absoluto para quienes han dedicado toda una vida y carrera profesional a favor de las letras. Por eso, ejemplos de este tipo solo pueden calzar en espacios donde a través del engranaje capitalista neoliberal se promueve una república democrática de las emociones (“emocracia”) que pretende simplificar todo, eliminando cualquier posibilidad de hacer uso del pensamiento. Esto implica carencia de argumentaciones, autocrítica y dependencia de un tipo de literatura de autoayuda y de entretenimiento, afín a la industria superventas, en donde ingresa, por supuesto, Bad Bunny, a quien hoy algunos medios lo presentan como fundamental en tanto “ es el artista latino más escuchado del mundo y su música activa neurotransmisores que generan placer y euforia”.

Por supuesto, debo aclarar que tales talleres a lo que hago referencia no son gratis (poco importaría), sino cobrando honorarios, como parte de la corporativización tecnológica y los capitalismos literarios vigentes, en donde basta con tener una buena cantidad de seguidores, contar con habilidades de postureo y convencimiento y a veces, incluso, saber sacar provecho de recursos eróticos y seductores (capital simbólico) mediante el capitalismo corporal. Por eso, a los responsables de contratar profesores parece importarles poco si sus docentes cuentan o no con el perfil profesional necesario. Esto les abre la posibilidad, por ejemplo, de confundir (acaso estafar) a sus estudiantes / clientes diciéndoles que acciones injustificables, desde cualquier postura ética, como el autoplagio debe comprenderse más bien como una herramienta de escritura hoy en apariencia vanguardista, aunque antiquísima, como lo es la reescritura, que hasta donde tengo conocimiento nunca ha sido utilizada para cometer fraudes literarios.

 

  1. Distancia entre clases profesionales y estafas literarias

Para referirse a esta materia en su sentido más amplio posible es necesario precisar que cualquier profesional en literatura que sea contratado para impartir lecciones literarias debería tener en cuenta no solo los saberes estéticos asociados a la escritura creativa, sino también sintácticos, gramaticales, ortográficos y algunos asuntos más formales y técnicos, como las tradiciones literarias y sus rupturas (una no puede existir sin la otra, como nos lo enseña muy bien Javier Aparicio), los intertextos, las reinterpretaciones y los dialogismos. También, no pretender abarcarlo todo y respetar la presencia de personas especialistas y que cuenten con los debidos atestados, pues esto resulta cercano a permitir que un enfermero ponga una inyección y a su vez pueda realizar una cirugía, por ejemplo.

Otro error común es pensar que solo un escritor podría dar talleres o lecciones de escritura creativa profesionales. No es ese el punto al que deseo llegar. Basta con la preparación y la excelente formación, según lo comprueben sus atestados, mismos que deberían exigir quienes contraten los servicios de alguien en un respectivo centro o los propios posibles estudiantes / clientes. Ahora mismo pienso en tres personas de profesión filólogas, una de ellas muerta: Francisco Rico, Francisca Noguerol y Carmen Ruiz Barrionuevo (no incluyo aquí a Jesús Maestro porque en varias ocasiones se le van las tuercas y a pesar de su amplia recepción entre las masas, suele resultar muy dogmático y extremista). He citado nombres de tres personas que a lo largo de sus vidas mostraron o siguen demostrando un manejo exquisito del área como para impartir talleres y clases de literatura de muy alto nivel y deleitar a su público de manera pertinente.

Luego tenemos casos extraordinarios, como escritores y eruditos, según ocurrió con Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa o más recientemente, Miguel Casado, Vicente Luis Mora, Juan Antonio González Iglesias y Luis Arturo Guichard o bien solo poetas, totalmente dedicados y entregados al oficio con honestidad y profesionalismo (y a la edición de poemarios con su editorial Elefante), tal y como sucede con Ben Clark, quien posee su propio libro Mecánica poética. Allí, más que un manual antojadizo que pretende enseñar por arte de magia a escribir poesía (según abunda en el gremio), como sucede, entre otros, con muchos manuales “gringos”, se ofrecen consejos y una lista, a la manera de guía, de elementos reconocidos por su propio autor a lo largo y ancho de su carrera literaria y que podrían ser útiles para cualquier lector, avezado o no, siempre y cuando esté interesado en escribir poesía (sin caer en mezquindades y avalar populismos literarios). Clark ofrece, mediante lecciones literarias semanales, quizás un mejor motor para tu automóvil, pero para que este funcione necesitas, por supuesto, un automóvil y estar dispuesto a aprender a utilizarlo con calma y a darle mejoras y ajustes con el paso del tiempo.

Al ser este un tema tan amplio puedo mencionar más ejemplos de los que podrían pensarse, entre ellos, de “instagrameros” o “tiktokeros” estafando personas tras hacerles creer que con sus “tallercitos emocráticos” (imperio de emociones infantilizadas) van a enseñar a escribir poesía en semanas o meses y sus clientes ya podrán decir “soy poeta” (algunos hasta colocan tal etiqueta en las descripciones de sus redes sociales) y salir a cazar premios (muchos de ellos falsos). Esta dinámica populista surgió a partir de la eclosión cultural en las redes sociales de Facebook e Instagram y el paso de un formato más textual a uno audiovisual y veloz, hasta llegar a dinámicas totalitaristas de culto a la imagen. No es casualidad mirar, recientemente en la Feria del Libro de Madrid, a una inmensa cantidad de personas haciendo enormes filas, entre los casi 40 grados de temperatura (razón por la cual el lunes 9 de junio de 2025 se canceló), para que, entre otras, una autora, cuya obra es de una calidad sumamente cuestionable, pero con una capacidad retórica, de tráfico de influencias y de victimismo enormes, les firmara sus libros y les permitiera tomarse fotografías para colgarlas, por supuesto, en las redes sociales.

Mi preocupación alrededor del tema disminuiría un poco o sería menos ácida si por lo menos se leyeran los libros (para fomentar la lectura y en el mejor de los casos, poner en práctica la comprensión lectora y la lectoescritura: construir lectores, como nos lo desarrolla de manera muy agradable Vicente Luis Mora), pero en la mayoría de ocasiones el tema no llega a ser así y mucho menos cercano. Razón por la cual, más que mostrar una visión neutral y de “peace and love”, como lo hacen algunos, entre ellos quienes se golpean el pecho autodenominándose “críticos”, urge poner en tela de discusión este tema y plantear posibles soluciones.

El libro como objeto, malo o bueno (debemos eliminar esa manía “emocrática” de negar la posibilidad de llamar a un libro malo o bueno, siempre y cuando se haga con fundamentos), en varias ocasiones se convierte en un trampolín narcisista para obtener una fotografía y con ello cubrir un deseo de aceptación de las masas. Vivimos, sin duda, en la época de la vanidad visual. Existe una transformación en el cerebro de muchas personas y el capitalismo sigue siendo parte de este proceso neocolonizador de vena norteamericano. Por eso hay tantos museos llenos con gente esperando no disfrutar de las obras allí presentes, por maravillosas que estas sean, sino el momento adecuado para tomarse muchas fotografías (incluso en el Prado, donde es prohibido. Las leyes y las normativas parecen no importar. Gran parte de las sociedades viven o quieren vivir en una suerte de anarquismo cultural. A un asunto cercano se refiere Paul Benavides en un reciente artículo suyo sobre utopías narcisistas).

 

  1. Discusión

A pesar de todo, debemos aceptar que este tipo de elementos corporativo-tecnológicos y populistas, a los que he hecho referencia, integran los fenómenos literarios capitalistas en tendencia que hoy, para bien o para mal, siguen aumentando las ventas de libros más allá de nichos sectarios y académicos, según sucedía décadas atrás. Varios autores promedio deben ingeniárselas, haciendo uso de diferentes recursos, entre ellos audiovisuales, para competir contra las grandes editoriales y contra los escritores “Best Seller” (no siempre dudosos), más allá de la calidad de las publicaciones, y poder vender sus libros, en la mayoría de ocasiones autofinanciados, pues muchas editoriales y editores están optando, lamentablemente, no por el contenido y calidad de un libro, sino por lo que un rostro y una vida fingida en redes sociales puedan llegar a vender-ofrecer, dinámica clave en el marco del capitalismo literario, junto con la preferencia por temas que resulten propicios en el mercado de las superventas.

Todo esto ayuda a entender por qué varias personas, entre ellas plagiarias, cuando se les pregunta qué significa para ellos escribir o bien ser poeta o escritor, piensen en un trampolín para la fama, en tanto el hecho de ser un supuesto escritor (más bien actrices y actores hollywoodienses de las letras) les abrirá las puertas para obtener miles de seguidores, “likes”, aplausos y reconocimiento de las masas, dentro y fuera de sus redes sociales y ni siquiera les interesa respetar ni saber sobre derechos actuales de autor (bueno, ni siquiera el poeta romano Catulo, quien “plagió” abiertamente a Safo, como un asunto muy normal en su época, fue tan vulgar) ni reglas algunas. Asimismo, permite entender por qué varias personas del medio necesitan tener festivales literarios o bien editoriales, pues cuando se les pregunta qué significa o qué es para ellos la literatura, responden más o menos de la siguiente manera: “un medio ideal para hacer relaciones”.  ¿Y la literatura? ¿Vivir obsesionado con el tema de las relaciones? ¿Es ese el modelo de escritor idóneo?

A raíz de lo anterior, varias de estas personas se aprovechan de recursos públicos (si fueran recursos privados el análisis sería distinto) para ocultar la pésima calidad de sus obras, pues a través de tales mecanismos económicos ofrecen premiaciones (a veces hasta falsas), invitaciones y publicaciones a quienes les puedan dar lo mismo o bien cosas mejores a cambio: “tráfico de influencias”. Ningún escritor verdaderamente preocupado por la gestión cultural como un ejercicio humanístico, por su obra y por la calidad de la misma incurriría en estas dinámicas, en su mayoría mafiosas, porque estará concentrado escribiendo-reescribiendo-corrigiendo-leyendo-pensando-investigando, muchas veces distante de espacios en donde abunda el ruido, la vanidad, el postureo y la formación de sectas, pero en donde faltan cuatro elementos fundamentales: la calidad, la sinceridad, la pausa y el asombro. Quien actúa de manera contraria, más que un escritor parece ser un populista, acaso un empresario neoliberal disfrazado, en la mayoría de ocasiones, de poeta.

Por ende, tampoco es casualidad encontrarse a gente, con este mismo perfil, publicando, en sus redes sociales, poemas propios acompañadas de fotografías personales (solo con el rostro o de cuerpo entero) o en el mayor y peor de los casos, tomándose fotografías en monumentos históricos con sus libros malísimos en mano, como si estos fueran también un patrimonio de la humanidad (patrimonio del narcisismo, quizás). A su vez, son personas que ya desde muy jóvenes no aceptan que las corrijan y les da igual pararse frente a un público, en una actividad formal, a leer un texto plagado de errores, con tal de complacer sus egos de elefantes y no atender críticas y sugerencias de terceros, mucho menos de quienes no sigan los ideales de sus sectas.

Todo este entorno permite entender por qué hay varios sitios contratando escritores, entre ellos populistas, para que impartan clases de escritura creativa y de literatura, aunque para contratarlos, según es notable, se fijan en sus premios literarios, por encima de otros asuntos. La cantidad de premios no determina la capacidad de un escritor ni de su escritura y mucho menos da credibilidad de su profesionalismo para poder impartir lecciones de escritura creativa. Revisemos con pinzas, por ejemplo, la calidad de la obra de la anterior, no la última, Premio Reina Sofía (el más importante en el área de la poesía iberoamericana). ¿Hasta qué punto el ruido incide en la construcción de una imagen artificial y lejana al mérito plasmado en papel?

También merece la pena prestarle atención a la cantidad enorme de pésimos premios Planeta o libros publicados por Alfaguara, cuyo prestigio es adquirido por la imagen ficticia de un sello editorial, no así por obras publicadas, varias de ellas escritas con personajes planos, muchas veces en línea con tendencias victimistas y progresistas identitarias, para entrar en el mercado de las superventas. Basarse en este tipo de métodos para escoger docentes es una estafa para sus clientes (estudiantes). Hay casos, en donde incluso, estos mismos profesores integran sectas y redes de tráfico cultural, razón por la cual, resulta inapropiado ofrecerles un lugar en donde se supone deben educar personas.

No es casual ver entre la lista de encargados de cursos de escritura creativa y literatura 1) a quienes hacen uso de su perfil empresarial para acaparar, incluso, los sectores editoriales públicos, 2) a quienes se reparten premios literarios entre sí, con dinero público en juego (por supuesto), 3) a quienes han cometido delito al enviar un mismo libro (refrito) a varios premios y recibir cada uno de ellos, engañando jurados, violentando normas y negando las responsabilidades del caso y 4) a quienes forman y avalan pseudoescritores y plagiadores, llegando incluso a irrespetar y utilizar escritores importantes para adquirir una imagen de prestigio (convertir a una persona plagiadora en una suerte de moda, un caballo de Troya para atentar con los actuales derechos de autor). La mayoría de estos puntos permiten entender por qué cuando alguna de estas personas es puesta en marco de dudas, el resto incurre en la dinámica del “choteo”, como hienas, pues deben defender y seguir las órdenes de gánsteres mayores.

Además, este panorama conflictivo permite pensar que muchos talleres de escritura creativa y supuestos cursos literarios se imparten de manera excelente y con los debidos cuidados de formación y profesión, mientras otros, más allá de saber o no escribir (mediante todo lo que esto implica), se generan a través de agentes corporativos, tecnológicos y capitalistas, de marketing y redes de poder y postureo neoliberales globalizados. Esto conduce a la preocupante posibilidad de formar alumnos a partir de este tipo de prácticas, carentes de ética profesional, según se ha visto a una profesora de talleres de escritura creativa decirles a varios escritores: “envíen y ganen premios con un mismo libro, nadie se va a enterar”. ¿Fabricación de cazadores de premios literarios mediante estafa?

¿Estos son los consejos que necesitan aquellos alumnos interesados en acercarse al mundo de la literatura, con aspiraciones honestas de escribir? Creo que lo primero y principal es dejar bastante claro que la vida y carrera de un escritor no debería depender de premios, porque si bien estos pueden ayudar mucho económicamente a cualquiera, no dictaminan la calidad de sus obras, mucho menos cuando estos están arreglados a través de tráfico cultural o de influencias. A su vez, estipular que a nadie se le enseña a ser escritor, como por obra y arte de magia. Por último, dejar claro que si lo que desean es dinero y fama, a menos de que estén dispuestos a convertirse en populistas literarios o en presas del mercado neoliberal globalizado, quizás se encuentran en el escenario equivocado.

Pienso que lo único que un maestro de talleres de escritura creativa puede hacer de manera efectiva es brindar herramientas y guías que podrían ser necesarias y prácticas para el proceso constante de formación, aunque para ello será fundamental, antes que nada, saber utilizar bien el primer arma de lucha de cualquier escritor: la lengua y la escritura. Y me refiero a ello porque por ejemplo, he llegado a ver casos en donde una Premio Nacional de Literatura (narrativa), ya compartido por aquel entonces, de manera fantasma (sin que esto exista en la Ley), entre dos escritoras (aunque una de ellas hoy alegue que hoy le robaron, sin ir más allá del problema), escribe oraciones como la siguiente, en donde se cae en el gravísimo error (común) de utilizar el verbo “haber” conjugado con la primera persona plural: “habemos” en vez de “somos”:

Este tipo de errores (y hasta peores) llegan a encontrarse en varias publicaciones de estas personas (divulgativas o en libros), si nos detenemos a leer con calma. Según parece, hoy, lo que menos importa es el “machete” principal de trabajo de un escritor: la lengua. Esto no es ser purista, como varios cínicos podrían aseverarlo para cubrirse las espaldas, sino respetar el oficio de la escritura y saber que es tarea difícil y no de velocidades ni mucho menos competencias capitalistas. Debido a todo este contexto aquí desarrollado, no es para nada una casualidad que últimamente se acerquen personas a mi correo electrónico, desde Costa Rica, a expresarme situaciones vergonzosas como las siguientes:

  1. Síntesis crítica

Es tiempo de detenerse a repensar y analizar de manera minuciosa cómo operan varias dinámicas ocultas en el mundo literario, con el propósito de comprender, entre otras razones, cómo estos sistemas operativos, con dinero público en uso, se trasladan más allá de la tinta y el papel, llegando hasta las aulas (desde donde imponen un molde, a partir de sus tendencias, convenciones y modas, respecto a qué es literatura y cómo se escribe), lo cual resulta desastroso. Hay personal docente que incurre en estrategias delictivas y mafiosas, presumiendo, ya desde jóvenes, premios literarios que no se han ganado a pulso, copiando “mañas” de perro viejo y siendo partícipes de dinámicas sectarias, vulgares y populistas. Por tanto, en vez de impartir talleres literarios siendo profesores, estas personas deberían recibir, cuanto antes, clases de ética profesional. Frente a ello, resultan necesarias asociaciones de profesionales en literatura que intenten regular este tipo de prácticas, sin caer en el error de caer en la institucionalización.

Resulta indispensable, desde la educación, intentar hacer que estas personas puestas en duda piensen con calma, valores y honestidad, en contraste con esa zona del sistema educativo neoliberal desde el cual se ha fomentado el fenómeno del capitalismo literario que algunos llaman, de manera tergiversada, “democratización literaria”. La democratización de la literatura resulta válida y pertinente en ciertos contextos, como por ejemplo talleres en cárceles o espacios marginales (como herramienta educativa), siempre y cuando exista la precaución por encima del engaño y los populismos. No entender ni problematizar los diferentes trasfondos operativos y sistemáticos detrás de este asunto no sirve de nada y hunde la cultura hacia un hoyo anarquista sin fin.

La industria neoliberal, incluso, ha conducido a la publicación y ofrecimiento de libros capitalizados (desde editoriales públicas) que supuestamente buscan fomentar la lectura en las comunidades en general (incluidas los sectores más vulnerables y pobres), aunque de manera contradictoria solo estén a disposición de quienes tienen dinero para pagar sus altos costos, 15-20 euros, por ejemplo. Y además, someterles, a cambio de tal sacrificio económico, bajo estrategias editoriales, prólogos escritos en lenguaje en tendencia trans (“compañerx”, “vecinx”, etc), en línea con el “wokismo postmoderno” (a pesar de que se diga que este representa a minorías, según su nomenclatura inicial: woke). La inyección de este fenómeno a la fuerza, con dinero de por medio, como ganado vacuno, ya es parte de espacios universitarios (se quiera o no).

Al respecto, el fenómeno del “wokismo postmoderno”, hoy totalitarista, y que acapara, según personal docente, la visión del concepto de “contemporáneo” en la enseñanza de las letras y el arte, no es resultado de una dinámica de las políticas de izquierda (en un contexto tan polarizado es absurdo hablar de izquierdas y derechas, según apunta muy bien Gustavo Bueno), como lo creen varias personas mediante perspectivas blandas y planas, sino más bien un feroz mecanismo demócrata alimentado por el capitalismo globalizador y expansionista que se terminó también tragando, como parte de un proyecto de años, los campos literarios y artísticos más recientes, frente a los deseos de sed y postureo, falta de apoyo honesto y aumento de gánsteres, mafiosos, traficantes, sicarios y embusteros culturales, quienes se siguen aprovechando de ello para enriquecer sus intereses personales y los de sus sectas, siempre con cargos públicos de poder, lo que les permite construir con mayor facilidad y comodidad sus redes de tráfico cultural, como si de una empresa transnacional se tratara, problema al que tendré que dedicar su debido espacio en otras publicaciones.

 ***

Referencias

Aparicio, J. (2013). Continuidad y ruptura: Una gramática de la tradición en la cultura contemporánea. Alianza.

Benavides Vílchez, P. (26 de junio de 2025). “Ética y literatura: placer y desdicha. Un mundo sin reglas y el deseo de la utopía narcisista”. Revista Ajkö ki (5). https://revistaajkoki.com/index.php/ensayos/236-etica-y-literatura-placer-y-desdicha-un-mundo-sin-reglas-y-el-deseo-de-la-utopia-narcisista?fbclid=IwY2xjawLTh0pleHRuA2FlbQIxMAABHjTzmaolGEbvKpS6IkcHWSkZMNEXIJQ4WeOAaSAKb5z2E3QFgIdgFZ4khgJe_aem_xLz0u_AV-ZhNmOB_MVBgHg

Bueno, G. (2003). El mito de la izquierda. Las izquierdas y las derechas. Ediciones B.

Clark, B. (2025). Mecánica poética. Alba Editorial.

García Viñó, M. (2005). La gran estafa: Alfaguara, Planeta y la novela basura. Vosa.

Mora, V. L. (2024). Construir lectores. Vaso roto.

Neiman, S. (2023). Left Is Not Woke. Polity Press.

Putin Ghidini, A. (2024). Cancelación. Manual contra la dictadura de la ideología, el pensamiento binario y el odio político. Almuzara.

Rodrigo Breto, J. C. (20 de octubre de 2017). “El capitalismo literario o el mercadeo como una de las bellas artes”. Achtung. https://achtungmag.com/el_capitalismo_literario_o_el_mercadeo_como_una_de_las_bellas_artes/

Rodríguez Gaona, M. (2023). Contra los influencers. Corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada). Editorial Pre-textos.