Un ascenso entre la espiritualidad y la naturaleza: la Sacra di San Michele

La impresionante subida a la abadía que inspiró el libro El nombre de la rosa

 

Por Juan Martínez López

En la remota región del Piamonte italiano, al norte del país transalpino, se encuentran escenarios que son un deleite tanto para la vista como para el alma. Y de todos ellos, si hay uno que reúna todos los elogios e impresione hasta al más impasible, ése se encuentra erigido a 962 tentadores metros de altura. Sobre la cima del monte Pirchiriano, vigilando y acaparando todas las miradas del valle de Susa y dejando a todo peregrino que se precie sin aliento.

Si alguien no me cree aún, no tiene más que mirar a Umberto Eco, quien a la postre realizara una de las novelas más influyentes y sugerentes del siglo XX. Todo un politólogo progresista, cínico y contestatario, aún él no pudo resistirse a la deslumbrante imagen de la abadía construida al borde de un precipicio. Estamos hablando, sí, de la Sacra di San Michele.

Son las 6 horas y 32 minutos de la mañana. Es el 29 de octubre y aún no ha amanecido al pie del monte Pirchiriano, en la localidad piamontesa Chiusa di San Michele, de apenas 1600 habitantes. Delante de mí se alza con autoridad la Chiesa di San Pietro Apostolo, último elemento humano que veré una vez me adentre en el bosque que da la espalda a esta parroquia perdida en el tiempo.

Entre tinieblas, se muestra un camino sinuoso al costado oriental de la iglesia. Es imposible decir con seguridad si hay un camino, pero más difícil todavía es contenerte a la llamada de la aventura. Y pensar que por aquí han pasado decenas de peregrinos, cientos, quizá más. A poco que comienza a avanzar, ya notas que no va a ser fácil. El camino serpentea, siempre subiendo y empinándose, entre guijarros y raíces diseminados a discreción. Si crees que es fácil seguir una ruta entre todo este desconcierto, prueba a hacerlo con la oscuridad anterior al alba.

Es una pena, como mínimo, tener que convivir con el miedo y la incertidumbre cuando llega un momento que has deseado vivir durante tanto tiempo. No debería ser así, me digo a mí mismo, ¿ésta era tu idea de escapar? 

Conforme avanza el tramo, mayor es la inclinación del terreno; peso en la espalda, muy tarde para hacer algo al respecto. En un momento concreto, vuelves a tener control de tus pensamientos, cuestión de suerte, y te das cuenta de la maravilla que estás experimentando: rodeado de naturaleza, sientes cada partícula de materia que te rodea con la inocencia más pura que has sentido nunca. Al cabo de 30 segundos ya no piensas más que en dolor, pero ya estás más cerca. Más cerca que antes, menos que en cuanto llegues a ese árbol de ahí, pero menos que a ese otro; os hacéis una idea.

Da vértigo mirar al valle que dejas atrás, la iglesia de donde partiste ahora es menor que una hoja de roble. Curioso, lo rápido que cambia la perspectiva, una sensación extraña pero reconfortante. Ahora una capilla en mitad del camino. Al menos sabes que vas por el lugar indicado, definitivamente. Todo el pasado se concentra en una sencilla estructura: blanca, irregular, ascética, todo encaja. 

Y en un abrir y cerrar de ojos (o un par más), como todo en la vida, como funciona el tiempo y ha funcionado desde que lo conocemos, estás ahí. Al pie de la Sacra di San Michele, como en el inicio de la película de Jean-Jacques Annaud. La vista es majestuosa desde cada rincón al que mires, no hay un solo átomo de mediocridad en una panorámica que recorre todo el valle de Susa, alcanzando a ver el nacimiento de los Alpes transalpinos, las laderas del Pirchiriano, Sant’Ambrogio y Turín a lo lejos, bañada en el sol creciente del amanecer de otoño.

Y lo peor de todo, si lo hay, es que no puedes decir que el camino haya valido la pena. No. No la vale en realidad. Es el propio camino el que la merece. 

El camino del silencio y de la soledad, donde nadie puede responder a tus desventuras, donde no tienes red de seguridad ni testigos de tu valentía. Como la propia vida, es un desafío que requiere lo mejor de ti, desconfiar de tus hábitos, aprender de tus emociones, ser consciente de tu naturaleza interna; y el desafío es no olvidarlo nunca.