No puedo dejar de tener conciencia de mi vida como un viaje permanente, y ver a todos los que me rodean como viajando al mismo tiempo que yo, en la misma balsa, aguardando –distraídos mientras aguardamos– recalar (quizás) en un paraíso… que, a medida que pasa el tiempo, vas percibiendo que es sólo una evocación del paraíso en que estabas antes de emprender el viaje.
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La peor manera de envejecer es atender al tiempo. Si no se atendiera al tiempo, es decir, si no tomáramos conciencia de él, si no lo interiorizáramos, si no lo hiciéramos nuestro, entonces permaneceríamos idénticos a nosotros mismos desde la niñez a la vejez, invariables a su paso que, por la propia estrategia desarrollada, pasaría por fuera de uno. (Receta para no envejecer).
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El pasado sí existe: está en nosotros, es nosotros porque se ha incorporado y formado parte de nuestro presente. El futuro también existe porque lo estamos creando desde nosotros, porque es la potencia que está ya en el presente, porque es el presente llevado un paso más allá: está, pues, igualmente encarnado en nosotros.
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Menos mal que el cambio –de nuestro cuerpo, por ejemplo– se produce por sustitución de las células y sus componentes, y no por acumulación. Sabios designios para que las cosas no estallen y revienten.
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El tiempo vital debería medirse, obviamente, en unidades –o fracciones– relativas de vida. Así, por ejemplo, cinco años para un niño de diez es la mitad de su vida, y cuarenta para un hombre de ochenta es la mitad de su vida. De modo que ambos han vivenciado la misma cantidad de su vida. Esta es la razón por la cual el niño considera sus cinco años anteriores como una eternidad, de igual modo a la eternidad de la media vida del anciano.
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“Lo mismo que sobre un navío nos damos únicamente cuenta de su marcha porque vemos alejarse los objetos situados sobre la orilla y, por tanto, hacerse más pequeños, así no notamos que nos hacemos viejos, y siempre más viejos, sino en que las gentes de una edad más avanzada nos parecen viejos” (Schopenhauer). Aunque podríamos decir que el ejemplo gráfico no se corresponde demasiado con la conclusión, a mí me parecería más cierta una variante: cuanto más joven se es, más viejos se ven a quienes nos preceden; y a medida que se avanza en edad, más niños se ven a quienes nos siguen. Así, es frecuente oír decir a un niño de 5 o 6 años, refiriéndose a sí mismo: “Cuando yo era pequeño…”. Es como si uno estuviera transitando por una línea reglada ─la línea del tiempo─: a medida que se avanza por las marcas, la posición relativa nos coloca esas marcas en su lugar (relativo) exacto.
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La vida no es ni larga ni corta: se construye de tramos que se estiran o encogen según cada ocasión (sobre todo en función de la edad).
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Quizás el viejo no se da cuenta de hasta qué punto un joven es ya viejo, y el joven no se da cuenta de hasta qué punto un viejo es joven… Incomprensión.
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La Naturaleza es sabia: las personas no ven ni se imaginan viejos a sus hijos. Así, la Naturaleza ha mantenido a todos, viejos y jóvenes, hasta la muerte, en el optimismo y la irrealidad sobre la vida y su regeneración.



