
Sasha Debevec-McKenney aunque solo es autora de un único libro titulado Joy Is My Middle Name (W. W. Norton, 2025), ha conseguido estar de actualidad en los medios de los EEUU. Por ejemplo, sus poemas han aparecido en The New Yorker, en The New York Review of Books y en The Yale Review.
Nació en Hartford, Connecticut, estudió en Nueva York, tuvo trabajos académicos más o menos precarios en Wisconsin y otros lugares y, actualmente, enseña poesía y escritura creativa en la Universidad Estatal Grand Valley en Michigan.
Ha recibido críticas elogiosas por su compromiso politico, no exento de humor, a partir de experiencias personales que se utilizan como símbolos de la realidad social.
I WENT OUT TO SEE ALL THE DOWNED TREE
Nothing was where it was supposed to be
or even where it was twenty minutes ago,
one of the only times I’ve understood
what nature was trying to say
to me. But the people I always see
at the farmers market being very specific
about their mushroom selection weren’t
listening, already dragging branches
onto the curb, fixing their lawns,
resetting their Black Lives Matter signs.
These were the people blasting
‘Celebrate good times, come on!’
from their front porch window
on the day Joe Biden was elected.
One of them was high-fiving
a police officer. The branches were still green,
on the ground. The sun hadn’t browned
the dead leaves yet. There was part
of me that trusted them, my neighbours.
I hadn’t locked my door when I left.
One neighbour said, I hired an arborist
just a few weeks ago, and he said
this tree was fine. The neighbour
motioned toward a tree currently
pulling black power lines down
on top of their red Subaru.
Who could afford an arborist?
I would never own a house,
or a tree, or my own car,
but these were my neighbours, and we
had to clean this up together..
SALÍ A VER EL ARBOL CAÍDO
Nada estaba donde se suponía que debía estar
o incluso donde estaba hace veinte minutos,
una de las pocas veces que he entendido
lo que la naturaleza trataba de decirme.
Pero la gente que veo en el mercado rural,
habitualmente tan quisquillosa
en su selección de setas, no estaban
escuchando, y arrastraban ramas
por la acera, arreglaban su césped,
restauraban sus carteles del Black Lives Matter.
Eran las mismas personas que estallaron en un
‘¡Vienen buenos tiempos, vamos!’
desde su ventana del porche delantero
el día en que Joe Biden fue elegido.
Uno de ellos chocó los cinco con un oficial de policía.
Las ramas estaban todavía verdes,
en el suelo. El sol no había oscurecido
las hojas muertas todavía. Había parte
de mí que confiaba en ellos, mis vecinos.
No cerré la puerta cuando me fui.
Un vecino dijo: contraté a un jardinero
hace unas semanas y aseguró
que este árbol estaba bien. El vecino
se refería al árbol que ahora
había derribado las líneas eléctricas negras
encima de su Subaru rojo.
¿Quién puede permitirse un jardinero?
Nunca tuve una casa,
o un árbol, o mi propio coche,
pero estos eran mis vecinos
y tuvimos que limpiarlo todo
juntos.
HARDFORD HOSPITAL, NOVEMBER, BARACK OBAMA IS PRESIDENT
My grandmother rarely
called us by our real names
but you knew when she meant you.
I was the youngest girl
so I had the most names. Yes
her sentences had always
trailed off into little mysteries to me
but when she was dying
and the doctor asked her
what month it was
she said November
and I thought oh, good,
so she isn´t dying
she knows it’s November.
But she didn’t know the year.
And she didn´t know the President.
The doctor left. It was just me,
my brother and my grand mother
and the CNN anchor saying
JFK was killed fifty years ago
this month,
my grandmother saying
do they know who shot him yet,
my brother saying no,
and death pulling its drawstring,
closing us all inside.
HOSPITAL HARDFORD, NOVIEMBRE, BARACK OBAMA ES PRESIDENTE
Mi abuela rara vez
nos llamó por nuestros nombres reales
pero sabías cuando se refería a ti.
Yo era la chica más joven
así que tenía más nombres que nadie. Sí,
sus frases siempre se habían
sublimado en pequeños misterios para mí,
pero cuando se estaba muriendo
y el doctor le preguntó
qué mes era,
dijo que noviembre
y pensé oh, bien,
no se está muriendo,
sabe que es noviembre.
Pero no sabía el año.
Ni se acordaba de quien era el Presidente.
El doctor se fue. Me quede sola
con mi hermano y mi abuela
y el presentador de CNN diciendo
JFK fue asesinado hace cincuenta años
este mes,
y mi abuela preguntando
¿ya se sabe quién le disparó?
y mi hermano diciendo que no
y la muerte tirando de su cordón,
encerrándonos a todos dentro.
LIKE
As I led the man through
the crowded restaurant
and to his table at the back
he said, you sure are packing
us in here like on slave ships
when he could have said
anything else: packing us in here
like daisies into a grocery-store
bouquet, packed together
like the pages of a wet book, like
A-listers in a Wes Anderson movie,
like hemorrhoid cream in an unopened tube,
like pennies in a pickle jar,
like forty to fifty exuberant
rural children in an underfunded
classroom, like a family of polar bears
crowded together on a floating sheet of ice
— he could have said, even,
like your ass in those jeans.
Blood in a syringe, silver compact
vehicles on the beltline at rush hour,
styrofoam tight in its cardboard box.
Yes, I was packing him in there,
like textured ground-beef material
into a Taco Bell Grilled Stuft Burrito,
like Amish girls in the back of a white van
on the way to Walmart. Like bone regrowing
inside a plaster cast. Like the flames
in a fire, like the fingers in my fist.
AL IGUAL QUE
Mientras llevaba a aquel hombre a través
de un restaurante atestado
hacia una mesa al fondo
me dijo: nos estás apretujando aquí
como si fuera un barco de esclavos
cuando podría haber dicho
cualquier otra cosa: nos apretujas
como margaritas en un ramo de flores
de un colmado, apretujados
como las páginas de un libro mojado,
como famosos en una película de Wes Anderson,
como la crema hemorroidal en un tubo sin abrir,
como centavos en un tarro de pepinillos,
como cuarenta o cincuenta niños revoltosos
en un aula infra financiada de las zonas rurales,
como una familia de osos polares
amontonados juntos en una lasca de hielo flotante-
podría haber dicho incluso,
como tu culo en esos vaqueros.
Sangre en una jeringa, coches compactos plateados
en la circunvalación en hora punta,
espuma de poliestireno en su caja de cartón.
Sí, le estaba encajonando allí,
como la carne picada texturizada
en un Taco Bell Grilled Stuft Burrito,
como chicas Amish en la tina de una camioneta blanca
camino de un Walmart. Como la regeneración del hueso
dentro de un yeso. Como las llamas
en un fuego, como los dedos de mi puño.
IT´S SO IDYLLIC HERE
until you realize no one else cares about the new Mission Impossible
movie. It’s safe to walk alone at night. Past the park where the Boston
Symphony Orchestra plays, via livestream, to a crowd of picnic
blankets, to the ice-cream stand, and back.
The best week of my life was the week I discovered Talking Head
sand weed. And the documentary about the grown-up boy-evangelist,
preaching for money. And now I’m bored.
Annoying: the car that pulls up next to me in traffic playing at full
volume, seagull noises. I flip the sign in front of the free fruit tray that
says TAKE SOME! And write:
THIS IS A RECIPE FOR BUGS. Tonight’s the opposite of a full
moon: an empty moon.
People are bad. Except the one girl I saw pause to throw the tennis ball
back over the fence.
The fruit tray’s gone the next day. Then there’s a bird’s nest in the O
of the Taco Bell sign. I wait, listening for baby birds.
I can hear the employees arguing about colorism. It makes me think,
maybe the seagull sounds were just the sea. Does that make sense?
That’s how bad of a mood I’ve been in.
If you forced me, I would say thank you to the Neanderthals, but only
for inventing kissing.
Doesn’t pith sound like a poem word? I peeled pith from my orange in
the dark theatre.
ESTO ES UN PARAÍSO
hasta que te das cuenta de que a nadie más le importa la nueva Misión Imposible.
Sigue siendo seguro caminar sola por la noche. Pasado el parque donde la Orquesta
Sinfónica de Boston toca, vía livestream, a una multitud de esterillas
de picnic, el puesto de helados y regreso.
La mejor semana de mi vida fue la semana que descubrí la maría en polvo
de los Talking Head. Y el documental sobre el niño evangelista crecidito
que predicaba por dinero. Y ahora estoy aburrida.
Molesto: el coche que levanta a mi lado en el juego del tráfico, al máximo
volumen, ruidos de gaviota. Le doy la vuelta al letrero de la bandeja de fruta gratis que
dice TOMA ALGO! Y escribo:
ESTA ES UNA RECETA PARA LOS INSECTOS. Esta noche es lo contrario de una
luna llena: una luna vacía.
La gente es mala. Excepto la única chica que vi pararse para devolver la pelota
de tenis por encima de la valla.
La bandeja de frutas desapareció al día siguiente. Hay un nido de pájaros en la O
del letrero de Taco Bell. Espero, escuchando a los pajaritos.
Puedo escuchar a los empleados discutiendo sobre el racismo. Me hace pensar,
tal vez los sonidos de gaviota eran solo el mar. ¿Esto tiene sentido?
Así de mal he tenido el ánimo.
Si me forzaras, le daría las gracias a los neandertales, pero solo
por inventar los besos.
¿No suena albedo como una palabra poética? He pelado el albedo de mi naranja en
el día sin función en el teatro.
Traducción: Bernardo Santos
Bernardo Santos (Vinuesa, 1962) es poeta y traductor. En poesía ha publicado, entre otros, La Tempesta del Tempo (Ensemble 2024), Profunda Intención (La Imprenta 2024), De la estirpe burguesa (Amargord 2018), Carbono 14 (Baile del Sol 2017) y Global y Roto (Amargord, 2014 y 2018). Ha traducido a Marco Onofrio (Emporium) y Gëzim Hajdari (Il Delta del tuo Fiume) y para diversas revistas, siempre del italiano.

