Horacio Otheguy Riveira.

Una señora se acercó a la taquilla, visiblemente nerviosa, pues estaba sobre la hora, y preguntó:

—¿Me da una platea para Escena?

—¿Perdón…?

—Ay, no, qué cabeza, digo para Esencia…

Simpático gazapo que, sin proponérselo, acertaba por mucho.

 

Poderío del lenguaje verbal

 

El título en realidad se menciona una sola vez, pero su significado está íntimamente ligado al devenir escénico, como si estuviéramos en un ensayo pirandelliano, luego capturado por Ionesco, pero en definitiva creado con propia voz por Ignacio García May, dramaturgo, director, adaptador de no pocos clásicos y docente de la RESAD [entre otras, autor y director de un admirable Drácula (fantástico José Luis Alcobendas), y de la muy personal visión -documentada- de Los muertos y los vivos aquí y ahora, dirigida también por Eduardo Vasco; de sus numerosas versiones y adaptaciones, dos entusiastas recuerdos: Torquemada, de Pérez Galdós, monodrama con muchos personajes que bordó Casablanc y dirigió Pérez de la Fuente; y la última -también con dirección de Pérez de la Fuente- formidable versión de la tragicomedia de Arniches La señorita de Trevélez]).

 

Personajes misteriosos con apariencia de seres corrientes

 

García May es un autor que se busca a sí mismo con parsimonia y ansiedad -a partes iguales- con un dominio grande de la narración teatral, capaz de dominar el fabuloso encanto de palabras que deambulan por determinado espacio para construir, con el poderoso influjo de la luna, un acontecer que está y no está, con palabras que no van a parte alguna yendo a muchas, y a la vez con capacidad para fascinar y debatir a ciegas o lúcidamente.

 

 

Dos canadienses, amigos en lejanos tiempos de universidad, se citan en un restaurante. Pierre es un profesor de literatura canadiense en la misma facultad donde estudiaron. Casado, con un hijo ya mayor, ambos de viaje. Cecil, un escritor de mucho éxito, soltero, «no quiero ser el típico pobre hombre rico, pero la verdad es que me gustaría cambiar y ser otra clase de escritor, uno muy diferente…».

Al rato, sin llegar a pedir la cena al camarero, salta la perdiz que entre ambos intentarán pillar: nada menos que una cita con un célebre escritor, un tipo que nunca ha querido dar la cara, a pesar de lo mucho que se ha vendido su única novela, debatida hasta el hartazgo por especialistas y profanos. Nunca aceptó una entrevista, pero esa noche prometió asistir al mismo restaurante para concedérsela a Cecil, destacado columnista de un periódico.

Lo que empieza como amable comedia que uno se pregunta si aguantará los 80 minutos de duración, escuchando el parloteo de dos caballeros muy bien vestidos. Y sí, no solo se aguanta bien, sino que uno estaría dispuesto a una sesión continua que -como cierta ópera de Philip Glass- puede abandonarse unos minutos y regresar hasta que amaneciese. Y es que, personajes y actores forjan una creación que seguirá rondando en la memoria mucho después de terminada la función.

Lo que sucede entre ambos es un misterio que crece con la misma intensidad que los sueños más queridos, aquellos donde las mayores fantasías beben de nuestra entusiasta confianza en la necesidad de ser otro, acaso como Pierre, el profesor impecable en su traje de tres piezas, lanzado a la «posesión» de «un otro» muy distinto a él, muy bien adaptado a la rutina de madrugar para dar clase, es decir, dictar cátedra sin que nadie le aplauda ni contradiga, para luego despachar por arriba o por abajo con notas calificativas a sus jóvenes alumnos.

Pierre y Cecil nos ofrecen pocos datos de su vida cotidiana, pocos pero suficientes, desde la vestimenta formal del profesor a la informal, elegantemente deportiva, del exitoso escritor, pero cada uno irá desnudando sus necesidades de tal manera que Pierre al fin asume el papel más deseado, el de un hombre que rompe las reglas y abomina de las rutinas, mientras Cecil le observa, perplejo, con un conmovedor silencio, propio de un hombre que no pasa necesidades, pero atrozmente ingenuo.

Para ello, a Joaquín Climent le vemos sombríamente relajado, a la altura de un triste personaje de melodrama antiguo, sumido en tierna depresión, precisamente al contrario de lo que predica, pues es, sin lugar a dudas, «un pobre hombre rico». La contención tan significativa del actor le emparenta con su compañero en una emocionante hermandad de opuestos, ya que el docto profesor de literatura irá creciéndose en un discurso delirante, al borde de la demencia.

Juan Echanove vive una acompasada transformación que le lleva a la infinita pasión de cabalgar a campo través por la otredad de mil palabras, felizmente entrelazadas. Y en esas asombra como un tipo frío, luego entusiasta, al fin desesperado… y finalmente divertido cuando viene a decir que todo no fue más que una broma porque, al fin de cuentas, a cuento de qué estamos aquí dos canadienses hablando en español para toda esta gente.

Gente que llena el Español para ver a dos grandes actores encumbrando el arte de la comedia -parafraseando a Eduardo de Filippo- con el fin supremo de enaltecer un relato oral vibrante, complejo, alucinante, mientras el ambiente sonoro y la extraña escenografía en penumbras corroboran la imperiosa necesidad de ser uno mismo convertido en otro extraordinario…

 

 

Autor: Ignacio García May

Dirección: Eduardo Vasco

Reparto:

Pierre: Juan Echanove

Cecil: Joaquín Climent

Escenografía: Carolina González

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Música y ambiente sonoro: Eduardo Vasco

Ayudante de dirección: Abel Ferris

Residente de ayudantía de dirección: Ares B. Fernández

Fotografías: Javier Naval

Producción: Teatro Español y Entrecajas Producciones Teatrales

 

TEATRO ESPAÑOL. SALA PRINCIPAL. HASTA EL 9 DE NOVIEMBRE 2025

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