Séptimas partes en el siglo XXI: «Creed» y «El despertar de la fuerza»

 

Por José Luis Ordóñez.

Creed05720.dngEn los últimos meses se ha producido el regreso de dos personajes míticos del celuloide: por un lado, el boxeador de Philadelphia que logró batirse frente al campeón Apollo Creed (entre otros), el underdog que ha hechizado a crítica y público desde el estreno de la película original a mediados de los 70; por otro, el granuja simpático que pilotó con destreza el Halcón Milenario y se convirtió en el personaje más interesante de la saga galáctica creada por George Lucas. Uno y otro han vuelto a nuestras pantallas, ahora envejecidos, sí, pero manteniendo intactos los rasgos de esos personajes que, desde el principio, cautivaron. Así pues, tanto Creed como Star Wars: El Despertar de la Fuerza han conectado con el público, no sólo por la carismática presencia de Rocky Balboa y Han Solo, ahora como lúcidos secundarios, sino también por unas películas que, si bien no han sido demasiado originales, sí han sorprendido por la perfección de su engranaje y los momentos emotivos que han logrado. Mucho habría que decir de ambas películas, pero vamos a centrarnos, únicamente, en su arranque.

LA PRIMERA SECUENCIA DE CREED

La secuencia que abre Creed (Ryan Coogler/USA/2015) nos ubica en un centro de menores, con la presencia de un niño que pronto sospechamos es el personaje principal, ya de adulto interpretado con solvencia por Michael B. Jordan (al que recordamos, por ejemplo, de la extraordinaria serie The Wire), que ya desde el arranque tiene ocasión de ejercitar los puños en una pelea contra otros compañeros del centro. Sin embargo, poco después se produce un incidente que rompe lo que podríamos esperar de la película: en lugar de que nuestro joven protagonista continúe su existencia allí y donde, en un futuro, el boxeo podría convertirse en la única tabla de salvación para salir a flote, su madrastra (y esposa del difunto Apollo Creed) aparece en escena y decide adoptarlo. A partir de ese momento nada le faltará al niño, tendrá la vida resuelta, con lujos y, sin embargo, como pronto veremos, algo continuará faltando.

De esa primera secuencia obtenemos, a raíz de la breve presentación del personaje, el primer logro de Creed: es una película que interesa, con entidad propia, antes incluso de que reaparezca nuestro querido Rocky Balboa (no olvidemos el nada desdeñable hecho de que Sylvester Stallone, cuatro décadas después, volvió a ser protagonista en los Premios Oscar por la interpretación del mismo personaje que lo lanzó a la fama cuando nadie lo conocía).

La revitalización y frescura que se aprecia hay que adjudicarla a Ryan Coogler, su joven director y co-guionista, fan de la saga, y con una idea muy clara de cómo recuperar el personaje de Balboa, dándole valor, pero, al mismo tiempo, dentro de una historia independiente, con nuevos personajes que, también, van a tener entidad propia y conducir la historia principal.

Aunque el propio Stallone se ha encargado de comentar que esta película no es la séptima entrega de Rocky sino la primera de Creed, creo que pocos podríamos imaginar la validez de la misma sin la recuperación del potro italiano, aquí en una batalla diferente, pero siempre haciendo gala de esas características que lo han hecho un personaje querido por el público.

despertar fuerzaLA PRIMERA FRASE DE EL DESPERTAR DE LA FUERZA

La primera frase que se pronuncia en la película ya es toda una firme declaración de intenciones: ese “This will begin to make things right” (que podríamos traducir como “Esto empezará a mejorar las cosas”), referido en la escena a la posesión de unos planos que, aparentemente, facilitarán la localización de Luke Skywalker, desaparecido hace mucho tiempo y, ahora, como se ve, fundamental para detener el pernicioso avance de la temible Nueva Orden, tiene un alcance que excede claramente a la propia narrativa cinematográfica de El despertar de la fuerza (J. J. Abrams/USA/2015), séptima entrega en la saga Star Wars, creada por el cineasta George Lucas en la década de los 70. Conscientes de ello, y para dar aún más peso al significado que ostentan, los responsables de la película la ponen en boca de alguien que ya es historia del cine: el mítico actor sueco Max Von Sydow, que nos maravilló en múltiples películas de Ingmar Bergman (por citar sólo dos, La vergüenza y El séptimo sello), fue el Padre Merrin en la extraordinaria El exorcista, de William Friedkin, trabajó con Woody Allen en la magnífica Hannah y sus hermanas e hizo un breve pero memorable papel a las órdenes de Steven Spielberg en el maravilloso thriller-noir-futurista que era Minority Report.

Y, ahora, este señor octogenario es el encargado de abrir con palabras una nueva trilogía de películas y, además, marcar las distancias con las olvidables precuelas (recordemos: episodios I, II y III). Podemos deducir fácilmente cómo empiezan a mejorar las cosas y a qué se refieren también los guionistas (entre ellos hay que destacar el regreso del veterano Lawrence Kasdan) cuando el actor sueco pronuncia esa medida frase: eliminando una presencia tan evidente de lo digital sobre el celuloide, incorporando nuevos robots carismáticos (el simpático BB-8 sustituye al odioso Jar-Jar Binks), presentando a una joven generación de personajes (ahí están Finn, Rey y Poe Dameron, todos interesantes y con potencial para crecer en las próximas películas) y, por supuesto, dosificando sabiamente el regreso de los actores principales en los episodios IV, V y VI. Así, la reaparición de, sobre todo, Han Solo, interpretado de nuevo por un envejecido pero aún magnético Harrison Ford, es sin duda uno de los grandes momentos de la película, a bordo de El Halcón Milenario y en compañía, cómo no, de su inseparable Chewbacca.

La dinámica de la historia nos recuerda por momentos a la original La guerra de las galaxias (George Lucas/USA/1977) y a El imperio contraataca (Irvin Kershner/USA/1980), con alguna evidente conexión también a El retorno del Jedi (Richard Marquand/USA/1983), pero lo hace con la suficiente habilidad y frescura como para que no moleste, moviéndose con soltura en el terreno del remake, reboot y la nueva historia que, a pesar de todo, contiene jugosas revelaciones y, además, promete más aventuras en sucesivos episodios. A todo eso hay que añadir una pieza fundamental en el engranaje galáctico: John Williams, compositor de las bandas sonoras de las seis películas precedentes, crea aquí una música maravillosa que mezcla con naturalidad los temas nuevos (“Rey’s Theme” o “Jedi Steps”) con los antiguos (“Main Title”, “Han and Leia” o “Finale”).

Para concluir, hay que resaltar el final de El despertar de la fuerza, que, evidentemente, y por respeto a los que aún no han visto la película, no vamos a desvelar. Eso sí, baste decir que no hay palabras, pero sí una extraordinaria música que acompaña a los personajes hasta el clásico corte a créditos. Si la película, pues, arranca con unas palabras necesarias, que se agradecen, tanto por motivos relativos a la trama como por causas extra-cinematográficas, el final carece de ellas, por cuanto no hacen falta para cerrar una historia con la dosis necesaria de emoción: basta con unas imágenes potentes y evocadoras. Esta es, también, otra manera de mejorar las cosas.

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