Paso firme

 

José Luis Trullo.- Que el aforismo es un género con una amplia tradición filosófica y literaria a sus espaldas es algo que cualquier persona mínimamente culta tiene meridianamente claro; que ha sido cultivado (bajo sus distintas modalidades: máximas, sentencias, apuntes) por los mejores autores de la cultura europea y española, un hecho irrefutable. Siendo así las cosas, ¿por qué parece que siempre tiene que estar demostrando su carta de ciudadanía a la comunidad intelectual? ¿A qué se debe el recelo con que, a menudo, parece ser recibido cuando se sienta a la mesa en igualdad de condiciones? Bien es cierto que no es un problema que sólo padezca él, también aqueja al relato breve, al artículo, al poema en prosa: se los percibe como los parientes pobres de un quehacer que, por un prejuicio que asocia extensión con calidad, desprecia lo que requiere poco tiempo para ser juzgado (ya que no para ser creado). Resulta fácil despachar de un plumazo un puñado de aforismos o un cuento corto, sobre todo si no se detiene uno a apreciar sus pliegues, sus matices, sus “resonancias”.

Sea como fuere, en los últimos años el aforismo ha visto redoblado el esfuerzo necesario para hacerse respetar, al sufrir la contaminación lateral de las redes sociales donde cualquier frase puede hacer pasar por algo que no es. Si bien a un lector cultivado no hay que persuadirle de la dignidad poética y conceptual de un aforismo, esto no es así en el caso de quien consume compulsivamente textos sin atender a su densidad reflexiva y literaria. Y es que un aforismo es el género más vulnerable: por su presencia modesta, es fácil abusar de él, tanto a la hora de escribirlo como de interpretarlo (y hay que admitir que ciertos aforistas tampoco han hecho demasiado para desfacer el entuerto, con su displicencia compositiva y su escaso rigor a la hora de publicar).

Para poner remedio a una situación que podría desbocarse, me parece encomiable la tarea de quienes, desde dentro del propio género unas veces y desde sus inmediaciones otras, han puesto sobre la mesa sólidos argumentos en defensa del aforismo. Es el caso de Manuel Neila, quien en La levedad y la gracia recopilaba varios estudios en torno a los ilustres antecedentes del género más breve; de Carmen Camacho, cuyo Fuegos de palabras demostraba la simpatía que han mostrado a lo largo del siglo XX los poetas por él; de Demetrio Fernández Muñoz, al que debemos La lógica del fósforo. Claves de la aforística española, el estudio más exhaustivo y documentado en torno a la tradición aforística española… A estos hay que sumar el ingente caudal de antologías que se han publicado en los últimos años (Aforistas españoles vivos, Verdad y media, Concisos, El cántaro a la fuente, Espigas en la era, Puntales de la brevedad), unas más extensas y comprehensivas que otras, pero siempre con la voluntad de dar a conocer al gran público el alto nivel de la aforística actual; entre todas ellas destaca, sin duda alguna, la seminal Pensar por lo breve, de José Ramón González, quien ponía en valor la continuidad existente en el seno del propio discurrir aforístico español, relativizando así el impacto de la tecnología en el auge que conoce en los últimos años. Otras iniciativas han contribuido a apuntalar esa labor de evangelización aforística, como es el caso del Congreso Nacional de Aforismo (Universidad Complutense de Madrid, 2021), las Jornadas Universitarias: 2013-2023 La década prodigiosa del aforismo español (Universidad de Sevilla, 2023), la publicación de la revista AFORISTAS o la apertura del portal Aforística Española Actual en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Todos estos acontecimientos no han hecho más que consolidar la convicción, ya irrefutable, de que el aforismo no es una moda (como todavía insisten en proclamar quienes apenas leen libros de aforismos), sino un fenómeno consolidado que apenas ha empezado a dar todo lo que es capaz, pues no en vano nos encontramos ante una forma expresiva extraordinariamente dúctil y con un amplio horizonte de crecimiento por delante.

En este contexto favorable, saludamos la aparición de Paso ligero, de José Luis Morante. Nos encontramos ante un volumen en el cual se exponen los hitos que jalonan la tradición aforística del siglo XX, con calas en los grandes referentes del género (empezando con Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y José Bergamín hasta llegar a Cristóbal Serra, Vicente Núñez y Rafael Sánchez Ferlosio) para adentrarse en el siglo XXI, con nombres señeros como los de Manuel Neila, Fernando Menéndez y Ramón Eder, mostrando así la pervivencia y continuidad entre una y otra época. Ya solo este empeño merece nuestra gratitud, pues todo esfuerzo realizado para visibilizarlas nos parece valiosísimo.

Es cierto que resulta extremadamente arriesgado el elaborar una nómina selectiva de los aforistas actuales más señalados, y de hecho se echan en falta algunos que han mostrado un compromiso permanente con el género desde hace años, como Emilio López Medina, Carmen Camacho, Gabriel Insausti o Manuel Feria (a quienes, incomprensiblemente, ni siquiera se nombra, y cuesta creer que el antólogo no tenga noticia de ellos), o se les cita apenas de pasada (Mario Pérez Antolín o José Mateos, dos paladines del género), mientras que es desmesurado el espacio concedido a ciertos autores que solo han publicado un libro de aforismos (Erika Martínez, Victoria León), o incluso ninguno (Raquel Vázquez).

Tampoco me parecen de recibo las graves omisiones que se constatan en la bibliografía, como es el caso de Escrito en el aire, la aforística completa de Ángel Crespo; los Aforismos del solitario, de José Camón Aznar; o Suma breve de Miguel Catalán, uno de los libros más señalados de la última década. Las semblanzas biobibliográficas adolecen de falta de elaboración: así, se omiten títulos como Palabras en curso, de Manuel Neila; La orfandad de Orfeo, de Antonio Rivero Taravillo; Meandros, de Ander Mayora; o Dos por la tarde, de Juan Manuel Uría, todos ellos -sin excepción- incluidos en la colección Gnomon de la editorial Thémata, una de las más señeras en dicho ámbito. Brillan por su ausencia las referencias a escritores que han publicado varios libros de calidad contrastada -aunque sobre gustos no hay nada escrito- mientras que sí figuran nombres que nada tienen que ver con la temática del volumen (Lichtenberg, Baudelaire, Wilde o Celan). Si alguien desea orientarse en el proceloso mundo de la bibliografía aforística, es mejor que busque en otro lado, pues nos encontramos ante una propuesta desconcertante.

En cualquier caso, el saldo final no deja de ser positivo. Esta nueva antología (y su estudio previo) es un paso firme, uno más -ni el mejor, ni el peor-, en la decidida voluntad del aforismo por hacer valer sus poderosos méritos literarios y filosóficos, que los tiene, y muchos.

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