La melancolía ha sido una compañera de la creatividad, en distintas épocas y en diversos ámbitos. Las artes, el pensamiento filosófico y algunos otros campos que requieren de pensar y experimentar la vida de otra manera, han tenido en el temperamento melancólico una inesperada fuente de propuestas arriesgadas, originales, conmovedoras.

El vínculo no es necesariamente causal, es decir, ser melancólico no se traduce en ser creativo. Mucho más sensato es pensar que las personas melancólicas no sólo son tristes, o se abaten, o tienen cierta inclinación patológica hacia la tristeza, sino que más bien, por intuición o por decisión, hacen con esto que sienten dos cosas muy precisas: la primera, aceptar dichas emociones como parte ineludible de lo que son y lo que viven; la segunda, toman esto mismo como un punto de partida para realizar un acto concreto y generativo.

Para nuestra época, esas reacciones ante el malestar son prácticamente desconocidas. Si nos sentimos tristes, si perdemos el entusiasmo por la vida, si nos desanimamos, la tendencia contemporánea es negar todo ello, hacer como que no pasa, fingir que estamos bien y que basta ver un video inspiracional de unos breves minutos para alegrarnos de nuevo. Y al negarlo, cancelamos también la otra posibilidad: convertir nuestra melancolía en otra cosa –un poema, un ensayo, una canción, una pintura, un aforismo, ¿por qué no?

Entre otras personas, Eric G. Wilson defiende esta postura ante el malestar que ahora parece haber caído en desuso. Wilson es autor de un elogio a la melancolía, escrito y publicado en estos días en que se tiene en tanta estima a la felicidad.

Sin caer en una romantización de este estado psicológico, el autor comienza por reconocer la vasta tradición que une a la melancolía con la creatividad: aniquilar la melancolía, dice, sería también “erradicar una fuerza cultural mayor”. Y esto no sólo por motivos creativos, sino por una condición existencial: la vida no es únicamente felicidad, gozo o calma, sino que también está hecha de “agitaciones del alma”. En su argumentación, intentar quitarnos la tristeza es un poco como amputarnos un miembro que necesitamos para sobrevivir, que en este caso significa considerar la realidad en todos sus matices, los positivos y los negativos, para tomar las decisiones pertinentes a partir de ello.

En este sentido, podemos decir que la creatividad no se limita únicamente a las llamadas disciplinas creativas. Si seguimos sobre esta línea podríamos decir que también es posible llevar la creatividad a la vida en sí, es decir, que es posible vivir creativamente. Precisamente a eso apuntó Nietzsche cuando llamaba a hacer de la vida una obra de arte.