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Superhéroes

Por José Angel Barrueco.

En 2009 la editorial El Tercer Nombre publicó el volumen ¿Y ahora quién nos salva? Nuevos superhéroes y sus sorprendentes historias (cortas), traducción de la antología Who Can Saves Us Now?, de Owen King y John McNally. El libro no hizo mucho ruido. Yo lo compré entonces y lo he leído hace unos días. Quizá el superhéroe en la literatura sea aún difícil de aceptar en este país, dado que sólo ahora se empieza a venerar el cómic con premios institucionales y huecos en los suplementos culturales.
Y es una pena, porque este género, este traslado de las viñetas de los tebeos a la prosa, nos ha deparado unas cuantas maravillas, sobre todo La Fortaleza de la Soledad, de Jonathan Lethem, y Las aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon, aunque ninguno de ellos trate estrictamente del tema: en el primero apenas se dedican unas páginas al hallazgo de un anillo que dota de poderes a quien lo utiliza; y en el segundo los protagonistas son creadores de una saga sobre El Escapista, un tipo que lucha contra Hitler. Pero ahí está la novela de Austin Grossman, Muy pronto seré invencible, repleta de héroes y de villanos, como el Doctor Imposible, que reflexiona sobre su condición en estos términos: “La nostalgia del pasado es una debilidad propia de los superhéroes. Cuando decides convertirte en supervillano, te deshaces de todas las ataduras y te la juegas al todo o nada”. Y tenemos la reciente publicación de Todos mis amigos son superhéroes, de Andrew Kaufman.
¿Y ahora quién no salva? incluye 19 relatos, con autores inéditos en España, salvo casos excepcionales: Jim Shepard (muy recomendable su novela Proyecto X), Graham Joyce, Jennifer Weiner (En sus zapatos) o J. Robert Lennon (Cartero). El resultado es desigual, como suele suceder en estas compilaciones. Junto a relatos prescindibles o aburridos, también hay pequeñas maravillas.
En “Chica reportera”, Stephanie Harrell despoja al superhéroe de glamour: la chica se lía con una especie de trasunto hortera de Superman, con poco cerebro, muy dado a los eructos y a las ventosidades en presencia de ella, aunque, sin embargo, “es real”. Si Harrell y algunos autores desmitifican al superhéroe, otros apuestan por esa vía cultivada en El protegido: hombres con poderes, pero ordinarios y sin un disfraz ni capas ni mallas. Como en Las vidas de los superhéroes corrientes (de David Haynes) o en Los Súper algo (de David Yoo), donde se reúne gente cuyas habilidades no sirven para nada. McNally ofrece el relato más kafkiano y repugnante del libro: Restos de noche. Pero quizá mi favorito sea el de J. Robert Lennon, Rememberer, la historia de una chica corriente y llena de complejos pero con una memoria extraordinaria.

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