Ana Botella y la juventud madrileña

Por: Cristóbal Vergara Muñoz.

intervencion-ana-botella-1La siguiente reflexión es el fruto de la confluencia de varios factores estructurales en nuestra sociedad y el consiguiente sufrimiento de esos efectos por parte mía y de mi entorno social.

A estas alturas todos hemos visto la dantesca escena del “A relaxing cup of café con leche” que tantas risas nos ha provocado y de la que tantas parodias hemos visto en Internet. Ciertamente todo muy divertido, el humor es una de las armas que siempre le quedan a los que están completamente carentes de poder para poder defenderse de los abusadores. Hay un “feedback”, una permisividad que podemos claramente encontrar. Los poderosos saben que nos reímos de ellos y lo permiten; es parte del juego. Supongo que pensarán algo del estilo: “Dejémosles que rían, que bailen y que canten en nuestro honor, aunque sea de una forma satírica y para ridiculizarnos. Ellos no pueden nada, nosotros lo controlamos todo”. Esa es la idea que quiero comenzar a exponer en mi reflexión.

Pongámonos en la situación de cualquier joven con estudios, licenciado o con “grado” o “máster”; educación superior. Años en la facultad, se puede hacer un perfil de las etapas que uno posiblemente atraviese durante la universidad y vida mientras está inmerso en la educación superior. Estudiar y estudiar, dedicarse a ser “especialista” pese a las dificultades cada curso nuevas que nuestro ministro Wert nos coloca sobre el camino. Da igual si estés empezando la veintena o incluso la treintena, las perspectivas son cuanto menos calificadas de “difíciles”. Es una dura labor aprender a ser un “especialista” de cualquier cosa. Y ya no te digo si eres filólogo, filósofo o cualquiera de esas disciplinas de “letras” que se ha empeñado el poder en inculcarnos erróneamente que “no sirven para nada” aunque sean el corazón mismo de la civilización.

Tras mucho estudiar, vienen los trabajos a tiempo parcial, los trabajillos basura, el trabajo de buscar trabajo… y más estudiar. Los idiomas, los cursillos, el “reciclaje” de tu carrera finalmente. Resulta que en lo que te has especializado no hay demanda de tus fantásticos conocimientos porque el sistema económico está montado así, alrededor del beneficio económico en lugar del verdadero conocimiento para desarrollar una sociedad plena y sana. Más allá de discutir esta cuestión uno cae en la inevitable cadena de la “supervivencia” en la que ha de integrarse en el sistema por más que no comulgue con él ideológica o anímicamente.

Cuando uno construye una vida en numerosas ocasiones ha de renunciar a convertirse en el “justiciero revolucionario” a favor del perfil del “acomodado” ciudadano que desempeña su función de manera políticamente correcta. Es la habitual tensión de fuerzas que se da entre la comodidad y la lucha por la justicia social y lo que lleva a tantas personas a ser personas con ahínco político luchador en su juventud hasta la conversión en acomodados ciudadanos asentados en el sistema en la edad adulta. Esto podría tener un planteamiento legítimo si uno no observase con estupefacción la diferencia de oportunidades que acaece entre el “establishment” y la ciudadanía que alimenta las arterias y venas del sistema. En el momento que uno se plantea la diferencia de acceso “por mérito” de los regidores de la sociedad de este país y la falta de miras y capacidad de los mismos es simplemente sorpresivo. El caso de Ana Botella es claramente sintomático y ejemplo perfecto de que hay claramente un abismo entre la sociedad civil y los que ejercen su “gobernanza” (término cada vez más utilizado por nuestros dirigentes).

Completamente carentes de poder, los ciudadanos se limitan a sufrir las consecuencias de las acciones decididas por otros con total impunidad. Así pues, hemos vivido un evento tan absolutamente dantesco como el discurso de Ana Botella frente al COI con una mezcla de estupefacción, complicidad cómica y orgullo de que efectivamente lo más español de todo es ser así de “cutre”. Tenemos toneladas de jóvenes que estudian inglés, francés, alemán, chino, italiano, japonés, coreano… y sin embargo la candidatura olímpica de Madrid es absolutamente incapaz de asignar a Ana Botella por necesidad un traductor simultáneo… Y lo que es increíblemente peor, que una figura pública con un nivel de inglés obviamente inferior a un B1 se crea con pleno derecho a poder hablar delante de un comité internacional teniendo en cuenta que su actuación tiene plenas repercusiones la vida política, social y económica de la sociedad española.

Una vez más los españoles nos hemos acostumbrado a hacer de lo intolerable y anormal algo repetido y habitual. Junto a eso hemos hecho algo muy español y propio de aquellos que se sienten esclavizados; hemos usado el humor como única vía de escape ante una situación tan dantesca y surrealista. Posiblemente en otros países la entonación del “A relaxin cap of café con leche” ya tan popular y hasta pasado de moda a día de hoy hubiera generado oleadas de indignación, puede que incluso a algún cargo político se hubiera llevado por delante. Sin embargo actualmente nosotros hemos sublimado tan inadmisible acción en una sátira y un montón de risas sin repercusión alguna.

Decía Ortega y Gasset que cada pueblo tiene su “alma típica” y que por tanto cada momento histórico y sociedad tienen su manera personal de tomarse los sucesos que les acaecen. Sin duda alguna la sociedad española es la sociedad del humor con respecto a la política y las catástrofes de distinto ámbito y seguramente los que manejan las conciencias y dirigen el funcionamiento de nuestras vidas lo sepan bien. Somos los únicos que tras 40 años de dictadura hemos sido capaces de tomarnos el recuerdo de nuestro caudillo que gobernó a sangre y fuego a risa y de una manera paródica y graciosa.

Cuando observé el espectáculo proporcionado por Ana Botella representando a la ciudad y la ciudadanía de Madrid me planteé si los madrileños estamos lo suficientemente locos para permitir a una persona que hace eso hacer lo que hace. Y lo que lo empeora aun más, reírle la gracia. Ciertamente hay una gran diferencia entre reírnos con alguien y reírnos de alguien. Puede ser que encontremos los hechos ocurridos con Ana Botella (que desde luego no son la peor mancha que lleva puesta en su carrera política) graciosos y dignos de unas carcajadas que la ridiculicen profundamente. Sin embargo, creo que tras tanto humor olvidamos lo más importante y grave de la cuestión. Es nuestra representante, y también todos los que la acompañan, y en la misma ciudad existen miles de jóvenes madrileños en paro, con su increíble talento, ambición y capacidades desaprovechadas. Incapaces de construir su propio relato porque su sistema no se lo permite mientras dirigentes con conocimientos y capacidades claramente inferiores a ellos toman decisiones que afectan fatalmente al destino de sus vidas. Todo esto genera unas preguntas finales en mi reflexión: ¿es la juventud española más conservadora que generaciones precedentes? ¿Únicamente lo que queremos es estar insertos en el sistema? Nuestras reivindicaciones no hacen más que confirmarlo. Queremos un puesto de trabajo, un pequeño lugar en el caer muertos mientras pasamos la vida “reciclándonos”, estudiando más y más para aspirar al más banal de los empleos según los planes que han elegido para nosotros personas que apenas saben hablar inglés. ¿Ya sólo nos conformamos con sobrevivir? Puede que entonces seamos coherentes con los que nos dirigen.

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