Teatro en Buenos Aires (2): tragicómica herejía surrealista de Roberto Arlt

Por Horacio Otheguy Riveira

La farsa de los ausentes es una versión de El desierto entra en la ciudad, pieza teatral que Roberto Arlt dejó inconclusa al morir a los 42 años. Las constantes de rebeldía social con raro lirismo de su gran obra literaria y periodística se dan cita en esta función muy poco representada desde su estreno en la década del cincuenta. He aquí una revisión formidable que aprovecha las estupendas posibilidades de un escenario con toda clase de artilugios, ascensores y deslizadores muy eficaces para aportar una panorámica fantástica a un drama de por sí surrealista, abordando las situaciones delirantes con una mirada implacable sobre una sociedad arbitraria, cruelmente desigual.

Recibe ahora un montaje muy imaginativo, que abarca lo vivido por el autor y lo que éste se perdió en la inmediata realidad política con la aparición del fenómeno peronista un año después de su muerte, hasta su decadencia y caída por golpe de estado; explosión de vigorosos apuntes escénicos que aprovechan muchos estilos de la historia del teatro argentino, del grotesco criollo de Armando Discépolo (años 30) y el dominio beckettiano del teatro del absurdo, según Griselda Gambaro (años 70 hasta la actualidad).

Muchas voces se dan cita para conformar una voz única, de gran vigor, por parte del versionador y director Pompeyo Audivert, quien se propuso “una experiencia teatral superadora del realismo histórico, haciendo estallar su secreto, ampliándolo poéticamente”. El resultado supera el planteamiento inicial, ya que cuenta con unos medios técnicos que le permiten desarrollar un complejo escenográfico de gran importancia (Norberto Laino), siempre calando la dinámica de un mundo «de idiotas» gobernado por un tiránico «máximo exponente de la estupidez» que sale al balcón «a distraer a la gilada», asesino por divertimento, y tan romántico que una mañana —»en la que orinaba sobre las flores»— se enamora de una muñeca a la que llama Leonor…

Sobre los restos de un paisaje nacional derrumbado, fuera del tiempo y ya sin nombre, condenados a los caprichos de César, los últimos habitantes se aferran a diversas ilusiones.

La humorada es negra, con suculento desprecio por todo ser humano dentro de una masa que lo mismo odia que idolatra, pero con una capacidad excepcional para entrar de lleno en una de las más severas farsas anticristianas con la irrupción de un bebé muerto de hambre que resucita convertido en un bebé-hombre. Y cuando lo hace, vocea los diarios de diferentes épocas, repartiendo noticias insustanciales, ya hecho un canalla entero, sin remisión. En medio, celos tangueros, melodramas carcajeantes, y un palacio deteriorado que abre camino a un desierto de sombría y luminosa creación, para, finalmente, devolvernos al palacio inicial… que ya nunca será el que fue.

La Compañía tiene un nivel coral en voces y expresiones físicas asombroso. Entre las mascaradas, idas y venidas en diversos tonos por los que se filtra el melodrama y su propia parodia, entre tantos bosquejos de personajes y personajes enteros, diáfanos y contradictorios, destacan con fuerza algunos asumidos por intérpretes incomparables: Daniel Fanego, articulando tonalidades enlazadas en un estilo de púlpito, discurso y mitin, es el tirano con pies de barro, la bestia tierna cuando le conviene, capaz de creerse un dios intocable que facilita la resurrección de un bebé muerto desde las aguas de un río. Ivana Zacharski es su muñeca Leonor, y a la vez Rosita, la «otra muñeca», esta vez de un galán (conmovedor Fernando Khabie) que la busca fatalmente, con textos que ha de leer en voz alta, como en una obra teatral sin acabar, por la que avanza a tientas. La actriz tiene una disposición física que facilita el asombro, la belleza y el erotismo, sin pasión alguna, adquiriendo una dimensión trágica insondable: mujer objeto para estos dos entes masculinos, y también para el niño que se convierte en una criatura que es un bicho raro, una especie de adulto sarcástico y malévolo que también hará suya a la fémina indefensa, una creación de Santiago Ríos, el niño-dios que se lanza a un coqueteo infinito con el placer y la muerte.

Párrafo aparte para toda una señora casada y promiscua: Inés, según Mosquito Sancineto, en una lograda elaboración de travestismo con fin de fiesta en el proscenio-ascensor, perdiéndose de la vista del espectador en lírico descenso con una inesperada conquista masculina.

En definitiva: una obra maestra que ofrece muchos puntos de vista con Roberto Arlt en el centro de una voluntad teatral inquietante y fabulosa, donde la creatividad de sus intérpretes logra sus mayores objetivos, vestidos e iluminados con preciosista imaginación.

 

En el sillón, Ivana Zacharski (Leonor). De pie. en primer plano, Daniel Fanego (César).

 

La narrativa de Roberto Arlt (1900-1942) desde la primera mitad del siglo XX, instaura -como Borges- un paradigma literario que influirá en la narrativa argentina de su época y en la contemporaneidad. Pese a su corta vida, su obra abarcó diversos géneros, la novela, en la que destacan El juguete rabioso (1926), Los siete locos 1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932). Vinculado al periodismo, publica numerosos cuentos, recopilados en El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941), y sus formidables «aguafuertes» de actualidad en revistas y diarios como El Mundo.
La locura, la marginalidad, la humillación, la traición, la conspiración política, la invención técnica serán los principales temas de toda su narrativa. Sus ficciones tienen como escenario principal a Buenos Aires y como protagonistas a personajes de la clase media, en el contexto de la crisis económico-social de los años 20-30.
También se dedicó al teatro y sus obras fueron estrenadas en el Teatro del Pueblo. Ocupó un lugar excéntrico en el campo literario y, si bien su narrativa incorpora el lenguaje coloquial, su estilo no fue el del realismo tradicional, sino que estuvo próximo a la vanguardia histórica con su impronta expresionista; creó una estética del grotesco y realizó una exploración del fantástico. Desde esta perspectiva original, Arlt logró un aporte renovador de gran trascendencia en la historia de la literatura argentina. (Biblioteca virtual Miguel de Cervantes)
 

El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un «cross» a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que los eunucos bufen.

Roberto Arlt
(Prólogo a Los lanzallamas)

Mis ideas políticas son sencillas. Creo que los hombres necesitan tiranos. Lo lamentable es que no existan tiranos geniales. Quizás se deba a que para ser tirano hay que ser político y para ser político un solemne burro o un estupendo cínico. En literatura leo sólo a Flaubert y Dostoievski, y socialmente me interesa más el trato de los canallas y los charlatanes que el de las personas decentes. (Roberto Arlt. Programa de mano)


Complejo Teatral de Buenos Aires.
Teatro Municipal General San Martín. Sala Martín Coronado
 

Basada en El desierto entra en la ciudad de Roberto Arlt (foto)
Versión Pompeyo Audivert
Elenco
Daniel Fanego, Roberto Carnaghi, Juan Palomino, Ivana Zacharski, Carlos Kaspar, Santiago Ríos, Mosquito Sancineto, Andrés Mangone, Pablo De Nito, Abel Ledesma, Fernando Khabie, Hilario Quinteros, Susana Herrero Markov, Eric Calzado, Carla Laneri, Hernán Crismanich, Mauro Pelle, Gabriel Páez, Melina Benítez, Dulce Ramírez, Milagros Fabrizio
Músico en escena Claudio Peña

Coordinador de producción  Gustavo Schraier
Asistencia de dirección María Leiva, Victoria Rodríguez Cuberes
Entrenamiento vocal Maby Salerno
Música original y diseño sonoro Claudio Peña  
Iluminación Félix Monti, Magdalena Ripa Alsina
Vestuario Julio Suárez
Escenografía Norberto Laino
Dirección Pompeyo Audivert

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