Flashdance: un chorro de agua cargado de superación

Por Mariano Velasco

Todo buen musical que se precie debería contar con un final explosivo en el que haya un total derroche de alegría, buen rollo, color y musicalidad. Y Flashdance, el musical que triunfa en el Teatro Apolo de Madrid (hasta el 12 de abril), lo tiene. Qué más se le puede pedir si no a un número en el que se mezclan temas como los conocidísimos, cantadísimos y bailadísimos ManiacWhat a feeling o I Love Rock & Roll. ¿Alguien da más? Un verdadero subidón para terminar el espectáculo.

Habrá quien piense que no es lo más apropiado para una crónica de un musical comenzar por el final. Pero es que el aludido y logrado número de esta versión de Flashdance consigue que el espectador salga del teatro con esa sensación de subidón, buen rollo y alegría, y que se olvide incluso de todo lo demás que ha visto.

Aun así, no está de más recordar que nos encontramos frente a un magnífico trabajo con excelentes interpretaciones, tanto en sus coreografías como en su faceta vocal. Y una historia bien llevada, sencilla y con un mensaje claro y directo: el del afán de superación que caracteriza a su protagonista principal.

A ello hay que añadir un siempre esperado componente romántico, que en este caso para nada resulta empalagoso, y unas canciones, con las ya aludidas a la cabeza, que todavía hoy siguen valiendo su peso en oro.

Respecto de la película protagonizada hace casi cuarenta años por Jennifer Beals, el musical no arriesga y mantiene la estética ochentera que tan bien funcionaba entonces y que parece que vuelve a funcionar hoy. La historia y las canciones son básicamente también la mismas. Pero ha sabido este musical, para no perder la batalla con la película, jugar bien sus dos grandes bazas: las coreografías, con un predominante aire más urbano, y la música en directo.

Ah, y que nadie se alarme, porque la famosa escena que a todo el mundo le viene a la mente al recordar la peli, sí, la del famoso chorro de agua que cae sobre la silueta de la bailarina, no falta encima de las tablas del teatro.

Ella, Amanda Digón, borda el papel de una decidida, segura y valiente Alex dispuesta a comerse el mundo, pero que también sabe mostrar sus debilidades, que las tiene. Y lo hace porque supera con sobresaliente nota  los dos grandes desafíos que exige su papel: canta y baila que da gusto.

Sam Gómez afronta más tímidamente al principio su papel de Nick, el jefe ricachón que quiere ser algo más que jefe y ricachón, dejando sabiamente que el protagonismo recaiga sobre el elenco femenino durante los primeros compases del primer acto. Pero a medida que avanza la obra, su presencia crece y crece sobre el escenario, y acaba descubriéndose como la gran voz del elenco.

Graciosísima y tierna a partes iguales está Sandra Cervera en su papel de Gloria, otorgando el punto tragicómico a la historia. Y aunque con menor protagonismo en el argumento, brillan también a gran altura las otras dos chicas de la pandilla, Alexandra Masangkay y Cecilia López, con sus excelentes números musicales.

Mención aparte cabe hacer por último a Amparo Saizar en el papel de Hannah, una entrañable pieza fundamental en esta historia sin la que tal vez Alex nunca hubiera visto cumplido su sueño. Bueno, sin ella y sin el chorro de agua que le cae encima, que a buen seguro iba bien cargadito de superación.

 

 

 

 

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