«LAS PIEDRAS DE MIS RUINAS». UN VIAJE A LOS ESTRATOS DE LA POESÍA DE JUAN JOSÉ TEJERO

Por José Ángel García Caballero.

Me acerco a este nuevo libro de Juan José Tejero, Las piedras de mis ruinas, publicado por la editorial Valparaíso (Granada,2021), y siento como continúa el viaje iniciado en Cuaderno de extravíos. Un viaje a Grecia (Point de Lunettes, 2009) hace más de diez años. Reconozco la voz de Tejero buscando ordenar sus paisajes y dudas a partir de las palabras. Y reconozco su canto, que he leído en sus poemas y en sus traducciones de Yannis Ritsos.

Conversa el poeta con sus asombros y perplejidades con la dicción rítmica de los clásicos, por ello teme a los excesos y medita mucho su escritura. Tener un libro que escribir, como sugiere en el primer poema, se convierte en un propósito vital, una pulsión que lo acerca a la literatura, espacio que completa.

Desarrollado sin una estructura marcada, los poemas adoptan diferentes registros: desde el poema en prosa (como en su anterior libro) hasta el soneto, alcanzando sus tintes más bellos en la ejecución del monólogo dramático. Destacan, por ejemplo, los sonetos Soliloquio de un esclavo griego en Emérita Augusta y De Fabio a Rodrigo Caro en las ruinas de Itálica.

El yo lírico que recorre los poemas de Juan José Tejero es de carácter reflexivo. Además, en cada contemplación, incluso en cada celebración, hay consciencia de la pérdida. Las ruinas que proclama el título son pieza ineludible de la conversación con el paisaje. Un ejemplo claro lo leemos en el siguiente poema:

 

EL MISMO SOL

El mismo sol que me acaricia el alma
esta mañana fría de noviembre
calentará también dentro de un rato
las piedras de las calles en el pueblo
lejano donde vi su luz por vez
primera, y donde habitan desde siempre
mis sueños, mis recuerdos, mis cenizas.

 

Hay siempre una componente existencial en la propuesta poética de Tejero, una poesía que busca la celebración y la gratitud, pero consciente de la transitoriedad de lo bello. Por ello, la escritura, el verso. Pues esta mirada necesita de una búsqueda intensa de las palabras. Literatura y vida se parecen, dirá.

Así, el autor trabaja desde un diálogo entre el paisaje y sus entrañas. Sus ojos han leído las huellas de los clásicos y, desde esa tradición, mira y absorbe. Ello es un ejercicio de soledad, habla solo como Machado, esperando hablar a Dios un día, o en este caso, encontrar una dicha, una rendija de luz a la que reverenciarse.

Y en ese tránsito entre tradición y porvenir, advierte lo inestable del presente y añora bellezas futuras, como en este excelente poema:

 

ELEGÍA FUTURA

Ya lo estoy viendo, anticipado:
del aire son las aves, no del nido,
y del tiempo
de un tiempo que no es mío, que no tengo –
son mis hijos.

Por eso mismo escribo,
para pertenecer a él,
para poder volver cuando me vaya
y ser tal vez su rama entre dos vuelos.

Esta añoranza, esta búsqueda continua en la contemplación, me recuerdan aquellas palabras de Seferis en Estocolmo, en su discurso de aceptación del Nobel: «En este mundo que no cesa de estrecharse, cada uno de nosotros tiene necesidad de todos los demás. Debemos buscar al hombre en cualquier lugar en que este se encuentre».

De este modo, el poema se hace espacio donde erigir la convivencia con las dudas y donde celebrar las contradicciones de la belleza; ni más ni menos que el hombre que propone buscar el Nobel griego. Juan José Tejero es un poeta introspectivo, con una sólida trayectoria de traductor, al mismo tiempo que un gran lector de la herencia literaria de los griegos y los latinos. Este segundo poemario afianza su propuesta poética, que gana en consistencia y en voz. Un hermoso viaje el que nos propone a través de sus libros, pidamos que su trayecto sea largo.

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