Lee Lai nos adentra en la cueva de las paradojas del vivir

Portada de Stone Fruit (Dibbuks)

Hace poco hablamos de Oleg (Astiberri) resaltando sus elementos intimistas y vivenciales. Hoy volvemos a la carga con otra novela gráfica con características similares, aunque muy diferente en su temática: Stone Fruit (Dibbuks).

¿Es posible conjugar el dulce de la fruta con la dureza de una roca? Lee Lai, desde luego, es capaz de hacerlo sin ningún problema. En las páginas de esta obra (su primera novela gráfica) se adentra en los numerosos elementos que conforman la vida de cada uno de nosotros. En el caso de este trabajo, las protagonistas son Bron y Ray. Una pareja homosexual que tiene que ajustar sus diferentes percepciones y preconcepciones en una vida común.

Todos nosotros tenemos unos condicionantes personales y familiares. Este hecho hace que optemos por unas cosas y no por otras. Ahora bien, también sucede que nuestras opciones personales pueden terminar chocando con nuestra familia. Al fin y al cabo cada persona evoluciona produciendo convergencias y divergencias con los demás. Es fenómeno, que hemos descrito de manera genérica y abstracta, lo podemos ir concretando –cada uno de nosotros– en las discusiones, confrontaciones, diálogos, etc. que tenemos con los demás. Ahora bien, cuando nos adentramos en los elementos fundamentales que conforman lo que somos, las cosas se vuelven complicadas y profundas.

es un canto a la libertad, pero siendo consciente que éste implica sufrimiento. La homosexualidad, la soledad, la diferencia, entre otros, son opciones vitales que no siempre son comprendidas. Esto supone que muchas de las personas que optan por ir por estos caminos, pueden llegar a sufrir e, incluso, ser excluidos. Posiblemente, la única tabla de salvación la encontramos en aquellos que logran comprender esa opción y respectan la decisión del otro. Aunque también encontramos esa salvación en las emociones y en la imaginación.

La imaginación, precisamente, es uno de los elementos fundamentales en este trabajo y que, además, también es empleada -de manera semejante- en Oleg (Astiberri). Imaginación que, por otro lado, es encarnada por una niña, la sobrina de ambas, que logra trascender el mundo. Ella nos muestra que, posiblemente, la vida puede ser mucho más sencilla y que, en ocasiones, la complicamos nosotros.

En este sentido, Lai es descarnada y poco amable. Transmite la sensación de que esa idea de que cada uno de nosotros construimos nuestra vida, es cierta. De ahí que, sufrimos si decidimos sufrir. Evidentemente los condicionantes psicológicos son parte de la dificultad para dejar de pasarlo mal, pero, aun así, podemos llegar a sortear estos elementos internos.

Stone Fruit es, por todo ello, una obra compleja, repleta de matices y adulta. Es un trabajo brillante que, en ocasiones resulta frío. Me pregunto si las diferencias culturales entre la escritora y el lector de nuestras regiones están en el origen de esta frialdad. No lo sé.

Por otro lado, no podemos dejar de analizar su narración gráfica. El planteamiento gráfico es minimalista y en tonos grisáceos. Combina viñetas con fondos más llenos de color con otros (la mayoría) vacíos. Además, los personajes tienen un cierto carácter oriental en alguno de sus rasgos (ojos, rostros…). En cambio, en otros (cuerpo, pelo,…), no transmiten esa misma sensación. Este juego incrementa la paradoja en el lector y hace que la obra sea chocante en un primer momento. Resulta, especialmente interesante, la capacidad de Lai para transmitir emociones y para mostrar la fragilidad humana.

 

Por Juan R. Coca

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