«Lorca, Vicenta»: retrato sentimental con una eminente Cristina Marcos

Por Horacio Otheguy Riveira

Loable esfuerzo de documentación para plasmarlo en un texto teatral por tres escritores con mucha experiencia. Sin embargo, el exceso de sentimentalismo en la relación madre-hijo, no se ve suficientemente distribuido con otras parcelas de la fabulosa relación de una mujer muy culta, amante de la lectura y de la enseñanza como maestra: los libros como una fuerza superior a las balas, la vida contra la muerte que, sin embargo, la ronda desde temprana edad. Y no hay suficiente distribución de valores porque toda la energía del texto se expone en lazos emotivos a los que les faltan referencias históricas importantes, tales como el perfil del padre, ese otro Federico que apenas aparece, y que nada se nos dice del origen de su economía estable, acomodada, que permite ayudar a su hijo fuera de casa en un pueblo de Granada, y tras su muerte establecerse con el resto de familia numerosa (de cinco hijos, tres supervivientes) en Estados Unidos, para regresar a Madrid ya viuda la madre y morir en 1959. Datos elementales, pero insuficientes, como la amistad y el enfrentamiento con Manuel de Falla, entre muchos otros.

Foto: Gentileza Antonio Castro.

Tampoco se resaltan otras peripecias importantes del poeta en relación con su madre. Muy superficial la franca aceptación de su homosexualidad —con unos términos más propios de este tiempo que de aquellos años, por muy librepensadora que fuese— y no hay ningún desarrollo sobre la amplitud de miras de Federico: un espíritu con gran proyección social, pero con capacidad para crear amistades con Antonio Primo de Rivera, y con Manuel Azaña, entre izquierdas y derechas hallaba gratificación en determinadas personas, abanderado de una lucha por la justicia social, hasta que no más empezar la monstruosa guerra civil se le busca como un delincuente peligroso y se le mata a sangre fría.

Sentimientos y brochazos, sí, y muy felices aciertos de puesta en escena con la participación en proyecciones cinematográficas de muy buenos intérpretes asumiendo al poeta, como Miguel Rellán, Daniel Albaladejo, Elisa Matilla y Ángel Ruiz, entretanto Cristina Marcos deambula con las mujeres que fue Vicenta: joven y madura, dolorida y feliz, maestra modélica, esposa dichosa, tras una espléndida primera escena en que Federico, su predilecto, se pierde en una playa. La angustia, el llanto de Isabelita, la hija menor que fue al mar empujada por el gamberro de su hermano, la playa en pantalla, el dolor de la madre en escena ante la posible pérdida del chico que acabará ocurriendo muchos años después, dejando un cadáver que nadie vio ni aún ahora sus restos son encontrados. Una primera escena tan potente que promete en sí misma más de lo que el texto y la puesta va a ofrecer, en manos de una actriz de enorme talento.

Foto: Raquel Rodríguez.

Lorca, Vicenta es un muy emotivo acercamiento, partiendo de la inmediata confesión del personaje que nos dice que ya está muerta. Aporta tantas emociones Cristina Marcos con sus pocos o muchos gestos de todo el cuerpo que nos enlaza en un viaje que acaba resultando imprescindible, aunque lamentemos tantas carencias de fondo, ya que, dado el esfuerzo de síntesis de teatro documento y melodrama (con notable pianista en escena, Cristina Presmanes), sorprende la falta de datos para ampliar el contexto en que se mueve el personaje. La escenografía dificulta no solo el movimiento de la actriz, sino también la percepción del drama con tantas idas y venidas, un tanto laberíntico todo, confuso por momentos, y riesgo serio de que la intérprete tropiece con algunos escalones.

La luz diseñada por Juanjo Llorens sí enlaza con Vicenta/Marcos, ya que ambos andan por la muerte con una potencia que no tuvieron ocasión de experimentar en vida. Entre penumbras luminosas y ráfagas de luna vibrante o cenicienta.

Una conjunción que por momentos funde nuestra mirada con la de la mujer que, sin poder resolver su angustia, lo intenta una y otra vez entre dulces y dolorosos recuerdos.

Fotos: Manuel Maldonado.
Pianista y actriz fuera de escena, con la complicidad habitual desde los ensayos.

En definitiva: quienes asistan a esta representación podrán disfrutar del talento de una actriz a cargo de un personaje atrapado como en una jaula en la eterna culpa de haber dejado morir a su hijo, entre muchos otros culpables. Se ofrece una mirada parcial, en exceso sentimental, pero encomiable actoralmente, aprovechando la fugacidad del teatro como experiencia única, irrepetible.

Dramaturgia Yolanda Pallín, Itziar Pascual, Jesús Laiz
Dirección José Bornás
Intérpretes
Vicenta Cristina Marcos
Voz, pianista, La Bala: Cristina Presmanes
Iluminación Juanjo Llorens
Escenografía Asier Sancho.
Vestuario Almudena Huertas
Videoescena Pedro Chamizo
Títeres y objetos Andrea Waitzman
Coreografía y movimiento Xenia Sevillano
Ayudante de dirección Mariana Kmaid//Álvaro Nogales
Producción ejecutiva Javier Ortíz
Producción: El Sol de York y Apata Teatro

 

TEATRO FERNÁN GÓMEZ HASTA EL 27 DE FEBRERO 2022

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