Si planta, carnívora. Si herbívora, dinosaurio

La planta carnívora

Andrea Mayo

Comba

Barcelona, 2022

168 páginas

 

Por Celia Corral Cañas / @celiacorral

“Casi ningún jardinero ni florista ama a las carnívoras. Nacen sin que nadie las espere. Se las identifica para aislarlas”, comenta la narradora de la novela La planta carnívora, de Andrea Mayo (heterónimo de Flavia Company), en esta narración en la que se propone contar la verdad. Y la verdad es resbaladiza, perspectivista, fragmentada. Con un tono sincero y directo, el discurso aparece y desaparece, difuso, especular, como recuerdos que pululan alrededor de una planta carnívora, como los últimos recuerdos, los únicos supervivientes.

Es esta una novela sobre la violencia entre personas, entre animales, entre seres vivos. Es esta una novela sobre todo lo que piensa la presa desde que advierte que es presa, sobre todo lo que surge por su mente desde que entiende que tiene un pie en la trampa, desde que descubre que el pétalo se ha convertido en boca y que ella es el alimento, la carne.

Ella, la presa, pensó que ella, la planta carnívora, era una persona interesante. La planta carnívora sabe mostrarse interesante, sabe interesar, atraer, porque “La gente que parece interesante habla sobre la gente que la considera interesante justo con el objetivo de parecerle interesante”. Imantar desde el espejo, fascinar al tú desde el tú, reflejar, como los espejos que muestran espejos (como en la imagen de la portada “Autoretrat” de Carme Palos), espejos que muestran imágenes desdobladas, puntos de vista, una mano de mujer con el pulgar oculto y un anillo en el anular, una mano de mujer comprometida, la mano que manipula y amasa el pan, el anillo que señala.

La novela se divide en capítulos breves, todos ellos nombrados “I”, poniendo de manifiesto su cercanía al origen, al punto de partida, ya que “Es imposible narrar tanto horror siguiendo un hilo”, y la singularidad de cada pensamiento. Esta historia de violencia sentimental, de apresamiento, de parasitismo (“Era una secta. Ella sola era una secta”), se entrelaza con distintos relatos, a su vez divididos en distintas emociones: crueldad, ira, abuso, violencia, aislamiento, inmolación, anulación, humillación, liberación. No por casualidad cada fragmento comienza con una ilustración de Kang YiFei de un espejo: un espejo tachado, en su mitad oscuro, como un yin y yang anguloso, sanguíneo en “Crueldad”; un espejo con una mano, con la mano que actúa y ejecuta en “Ira”; un espejo negro, sin espacio para la esperanza en “Abuso”; un espejo con muchas manchas y la vaga idea de un rostro en “Violencia”; medio espejo con rayas verticales, similares a rejas, entre las que se refugia una figura antropomórfica en “Aislamiento”; un espejo negro con dos arcos, como dos personajes desiguales que comparten un mismo espacio en “Inmolación”; en “Anulación” un espejo ovalado alargado con rayas horizontales, en alusión quizá al silencio; en “Humillación” un espejo ovalado horizontal, negro con círculos blancos, como la boca de un lobo desdentado; y un espejo de media circunferencia blanco con círculos negros, con flores en el marco que entran y salen, que se desdibujan, en “Liberación”. Los relatos que inauguran cada una de estas facetas emocionales muestran distintas caras de un mismo monstruo, de un monstruo que habita en cualquier cuerpo común. Y después de cada historia, la historia. La historia de la planta carnívora Ibana y su presa, nuestra narradora, la que entendió que tenía que huir cuando empezó a sentir miedo, cuando fue consciente de su condición como alimento, como carne.

La narradora cuenta sus días en el interior de la planta carnívora, recuerda la lista de las cosas prohibidas, los comentarios crueles, los golpes, las heridas. Recuerda el temor, los sinsentidos (“No me dejaba leer”), los indicios (“Me dejó claro que hacía años que no estaba con nadie. Lo tendría que haber leído como un cartel de peligro de muerte. Era un arma de fuego. Cargado. Yo era el blanco ideal”), los análisis (“Quieres pensar que está desesperada de amor. Quieres creer que lo ha provocado algo que has hecho. Y ése es el primer gran error”), las excusas (“Hay tantas guerras dentro de lo que se denomina amor, ¿verdad?”), las secuelas en la autoestima (“Debo de ser una mierda para estar aguantando esta mierda”), el reflejo (“Sí, a veces deseaba que muriera. No veía otra solución. Otras muchas veces me deseaba la muerte a mí misma”).

La presa prefiere contar el cómo que el porqué, puesto que “una de las razones más poderosas para caer en la trampa es querer entenderlo. La puerta que se tiene que abrir para escapar es aceptar que no se puede”. Porque para escapar solo se puede escapar. ¿Y cómo escapa una presa de su depredadora? Solo hay una salida para salir de este laberinto pues, como afirma el aforismo de Jorge Wagensberg, “Una cebra no necesita correr más que una leona, sino más que las otras cebras”.

Como la boa que calcula y adapta su cuerpo al cuerpo de su compañera para convertirla en víctima, la depredadora aísla a su presa y se aísla con ella (“Para controlar mi mundo abandonó el suyo”), dado que a las plantas carnívoras se las identifica para aislarlas y en su aislamiento arrastran a sus presas en las fauces.

La planta carnívora también nos arrastra a nosotros, lectores, hasta el corazón superviviente, nos hace partícipes del sufrimiento expuesto y del contenido, cómplices de sus palabras y su silencio. La planta carnívora, con su prosa deliciosamente exacta y bella, prende toda nuestra atención y nos disfruta mientras la disfrutamos con idéntica voracidad.

Dominancia, agresividad, instinto, el olor del miedo: esta es una novela animal, con presencia de distintas especies, desde el gato hasta el tigre, desde el perro hasta el elefante y el león, desde el gusano de seda, la araña o la mantis religiosa, hasta la boa o la iguana. Animales en su mayoría carnívoros que, a veces, no reconocen su naturaleza. Seres vivos que se nutren de otros seres vivos, que los captan, que los confunden, que los engañan, que los enredan para devorarlos, que se transforman y los transforman. “Si planta, carnívora. Si herbívora, dinosaurio. Destrucción siempre”.

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