«True West»: dos hermanos y un destino abrumador en el auténtico oeste americano

Horacio Otheguy Riveira.

Un destino implacable como en una tragedia griega, según las pautas creadas para el teatro por Eugene O´Neill (1888-1953), es el contexto dramático de esta pieza magistral del actor, guionista, dramaturgo y baterista Sam Shepard (1943-2017), representada en Naves del Español en Matadero con una puesta en escena de gran calado, capaz de aunar elegante belleza y conmovedor desasosiego.

Una constante de O´Neill recorre todas las situaciones entre estos hermanos divergentes que se unen a través de su incapacidad para superar traumas de infancia, con el alcohol en grandes dosis como hilo conductor de su desesperación. Pero Sam Shepard la estrenó en 1980 con alforjas repletas de nuevas líneas de trabajo, de manera que afloja la hipertensión del padre del realismo estadounidense y juega con materiales nuevos en la riqueza de los personajes, la plasmación de un absurdo próximo al surrealismo y la desestructuración de los pilares del teatro psicológico, pues si bien aquí existe la disfuncionalidad familiar como palpitación “estándar”, su desarrollo abarca un renovado instrumental teatral: la gran imaginación tragicómica de sus propios personajes y la incorporación de la propia experiencia del autor con amplia trayectoria como actor y guionista, unido sentimentalmente, a Jessica Lange, estrella indudable de Hollywood, de allí que tengan notable peso en la trama los intereses económicos del cine, a través de un productor, y de la profesión de guionista de uno de los hermanos mientras el otro es un buscavidas que quiere entrar en ese mundo por la puerta grande. El tema del cine transita por el interés de dos guiones: uno por termina una historia de amor y otro por hacer, a partir de un relato oral: un western contemporáneo (otro de los grandes temas de Shepard).

Con esta carga en un ambiente realista cerrado, de cocina y pequeño salón de un casa, no cualquier casa, sino “la casa de mamá”, de vacaciones por Alaska… asistimos a un duelo de personajes muy interesantes interpretados por actores sobresalientes que logran deambular por la peligrosa cuerda floja de emociones desbordadas.

Son dos actos muy claros, sin descanso, a través de los cuales el autor se permite enfocar la dimensión de lo cómicamente trágico hasta que nada puede causar diversión alguna. Un juego de espejos en el que el amor-odio de los hermanos se traslada también al complejo —y a menudo ridículo— mundo del negocio del llamado séptimo arte: en medio la desolación de personas encadenadas a un destino familiar que se va desvelando a lo largo de la representación.

Tristán Ulloa logra uno de los personajes más complejos de su ya larga trayectoria. Se le teme por su violencia contenida o expresa, y resulta terriblemente patético en una de las grandes escenas de comedia ante una máquina de escribir portátil, una Olivetti de los 80, con la que pelea como si se tratase de un monstruo cavernícola. Aprovecha con múltiples detalles la enorme riqueza de la “criatura” que le ha tocado en suerte, y lo mismo sucede con Kike Quaza, que aparece como un típico hombrecillo gris monotemático que, sin embargo, tiene un cambio radical que domina con mucho talento. Un talento compartido en el gran trabajo físico de ambos, tanto para la violencia como para el abandono, las borracheras que les desgastan y la ira que les asiste.

José Luis Esteban encara al productor que busca el éxito a toda costa y lo encuentra en cualquiera de las ofertas que ellos les presentan, aunque en nada se parezcan sus contenidos. En solo dos escenas, funciona su labor estupendamente como la gran Jeannine Mestre que se encarga de una impactante madre inesperada: creación de un ser neurótico que, mejor que sus hijos, consigue mantenerse en pie dentro de un circuito que omite la realidad cotidiana, cuando no pasa por encima de ella como si no existiera. Breve intervención clave para el remate de la obra.

He visto la versión de José Carlos Plaza en 2014, que me gustó mucho, y puedo asegurar que resulta muy gratificante volver a verla a través de la actual puesta en escena de Montse Tixé quien aporta una mirada  diferente, basada en una complicidad con el autor hasta grado superlativo. Más aún si se ha leído el texto, en otra traducción que la de Eduardo Mendoza, a todas luces excelente: interpretaciones, diálogos, silencios, y el uso de un telón corredero que rara vez se ha visto en esta sala, aportando atmósferas y situaciones de profunda intimidad. También es de admirar la elección de sus compañeros de ruta, pues el espacio escénico y sonoro (con grandes temas de la época), la iluminación y el vestuario, acaban de coronar de gloria un montaje excepcional de un autor prolífico, prácticamente desconocido en Madrid.

De: Sam Shepard
Adaptación: Eduardo Mendoza
Dirección: Montse Tixé

CON

Tristán Ulloa (Lee)
Kike Quaza (Austin)
José Luis Esteban (Saul)
Y la colaboración especial de Jeannine Mestre (madre)

EQUIPO ARTÍSTICO
Diseño de espacio escénico Sebastià Brosa
Diseño de iluminación Rodrigo Ortega
Diseño de espacio sonoro Orestes Gas 
Diseño de vestuario Reme Gómez

Fotografías: Javier Naval y Alex Rademarkers

Una producción de Octubre Producciones, Tantakka Teatroa y Bitò Producciones

Naves del Español. Sala Fernando Arrabal. Del 28 de octubre al 27 de noviembre de 2022.

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