“De vuelta a casa”, de María Sanz

Por Catalina León.

“Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría…”

Cuando se ha aprendido a leer mirando los carteles de la calle del cine y a hablar escuchando a tu madre recitar poemas de Miguel Hernández, entonces ya sabes que la música de la poesía y la de las imágenes serán tu compañía y tu destino. Leyendo De vuelta a casa (Olé Libros), este nuevo libro de María Sanz (Sevilla, 1956), esa poeta honda y, a la vez, apasionada, he reparado de nuevo en la mezcla constante de alegría y tristeza del poeta de Orihuela y en el poder de la poesía para evocar momentos y emociones.

Sevillana pero de origen soriano, un camino hecho al revés que el poeta Machado, otro de los nuestros, María Sanz trae un nuevo poemario que, después del anterior publicado en 2020 por la editorial Lastura, Recado original, reafirma su total madurez poética, su voz propia y personal sin débitos. Y para este último libro ha escogido un péndulo geográfico que organiza los tiempos y los lugares de la obra. En Sevilla están las vivencias de la infancia y la adolescencia, la vida adulta y los pesares. En Soria, en sus contornos, sus pueblos, sus paisajes, está el recuerdo de la niñez perdida, los abuelos, las sombras alargadas de los antepasados, el fuego de los primeros versos, el aire impar de las tardes de verano. Así este De vuelta a casa es un dibujo espeso, un cuadro terminado, cuyo eco resuena después de haber cerrado la última página y cubierto el itinerario vital que lo produce.

Hay una reflexión casi filosófica en los versos que María Sanz nos presenta, como si fueran un balance del pasado y una predicción del futuro: “Los trenes que pasaron por tu vida / regresan cada noche, aunque no los esperes” (VII, 21). Una cierta desesperanza se asoma y cruje entre los versos su sonido: “Hoy no tienes a quien dejar tus ríos, / tus nubes o tus álamos, tal vez / porque nadie te pide que le ames” (X, 27).

Dentro de esa visión del pasado se cuela una rendija de realidad. Todo aquello se fue y por muchas cenizas que queden, son solo eso, cenizas. Aunque tengan sentido:

Ahora solo huyes, nocturna, tembladora,
mientras el horizonte devuelve tus pisadas.
Ignoras que los años felices de aquel fuego
son estela de humo, exacta desnudez (XXV, 57)

Esa desnudez, esa ausencia de artificio, es la que vibra en los versos de María Sanz, poesía clásica, mejor dicho, poesía sin adjetivos, poesía en mayúsculas pero sin nombres añadidos, ni corrientes, ni escuelas, salvo la gran escuela que procede de los clásicos imperecederos: “Estos versos no deben detenerse / más que en la libertad donde residen”(XX, 47).

Además de ese envolvente manto que son los recuerdos, las fotos de los seres queridos, los olores y los gestos, el sabor de los lugares vividos y guardados en el arcón de la memoria, hay una evidencia clara que la poeta no quiere dejar de señalar y que atraviesa de modo transversal toda su poesía: “con la ingenua mirada de quien sabe / que no regresará sin cumplir su escritura” (I, 9). Es una toma de decisión previa, una manera de que la escritura, que es el centro de su vida, ocupe el sitio que le corresponde. De modo que puedes ensartar versos y versos de distintos poemas porque van a darte la clave de ese pensamiento tan íntimo y tan demostrable: “una nube de amor llegó para quedarse” (II,11), “pero nunca tus ojos derribaron las nubes” (IV, 15).

De vuelta a casa es una elegía al tiempo que se fue y que se llevó la infancia y los afectos de entonces y es también un reconocimiento de la transformación de la vida cuando el devenir de los años la va convirtiendo en otra cosa. Lo que se echa de menos, lo que nunca se tuvo, lo que se perdió, todo mezclado en la ardiente argamasa de las palabras poéticas de María Sanz.

El libro se ha presentado estos días en Sevilla, la ciudad donde reside la poeta y donde escribe su obra desde 1976. Los casi cuarenta libros publicados dan muestra exacta de la pervivencia de una vocación que adivinó desde siempre y los importantes premios conseguidos (entre ellos el Leonor, el Tiflos, el Ricardo Molina, el Ciudad de Badajoz, el Vicente Núñez, o el Hermanos Machado) avalan una trayectoria ininterrumpida que nunca ha copiado modas, ni seguido corrientes, sino que se asienta en las dos cualidades que Jane Austen adjudicaba a la buena escritura, la más honesta: Verdad e Imaginación. Ambas están en este libro. Cuarenta poemas para contar con medida exacta, ritmo imparable, armonía esplendorosa, cómo los paisajes de nuestra vida escriben lo que somos y lo que querríamos haber sido. El cuadro que preside la portada, un paisaje urbano de 1845, Montevideo desde las azoteas, de Adolphe d’Hastrel, representa fielmente el espíritu del libro, su intención y su mirada: el horizonte, las azoteas de los edificios, miradores que se elevan y que cambian la perspectiva según sea la hora del día, según sea el lugar en el que te encuentres.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
pero me voy, desierto y sin arena”

 Que Miguel Hernández acompañe también este final de reseña.

 

Noviembre de 2022

De vuelta a casa

María Sanz

Olé Libros

Valencia

2022

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