El Brujo y su Bululú del Sanctasanctórum del teatro clásico al Bellas Artes de Madrid

Horacio Otheguy Riveira.

Rafael Álvarez El Brujo se emociona y ríe, flota con gran felicidad en esta Compañía Nacional de Teatro Clásico fundada por Adolfo Marsillach en 1978, y se deja llevar al calor de Lope, Calderón y Cervantes, que una y otra vez escogen este Teatro de La Comedia de Madrid para olvidar enemistades, rencillas y competencias de aquel Siglo de Oro, como talentos díscolos, tipos de carácter, vanidosos y a ratos humildes en un batido de sabiduría literaria que no conoció límites. Y sale del clásico, recorre país, y recala en el no menos histórico Teatro Bellas Artes.

El El viaje del monstruo fiero (título que viene de una frase de Lope de Vega) El Brujo acompaña con su humor inigualable, fantástico, surrealista, y, como siempre, excesivo en dos horas muy intensas de ir y venir por el pasado, el presente, la poética del siglo de oro entre verdades y mentiras históricas, que en realidad son voces milagreras de la calle, asumidas por el actor-autor-director como reflejos del propio público de Úbeda, Toledo o Madrid, capaz de andar saltando entre balcones y alcobas con Romeo y Julieta (Shakespeare, una y otra vez colándose entre los nuestros), Santa Teresa de Jesús ansiando interpretar a María Magdalena a los pies del Cristo, hasta dar con un San Juan de la Cruz que saca músculo sobrenatural y también a ras de tierra, a la vera del Quijote… Esto y más entre chascarrillos de actualidad que El Brujo es el primero en festejar, reidor como él solo, echándole un pulso a contracorriente de un público vivamente entregado.

Otra de sus pequeñas grandezas: lo mucho que se quiere y se festeja, siempre seguido de los espectadores que llenan las salas de allá donde va, pueblo chico o ciudad grande, con su traje desprolijo, su cabello al viento y el verbo atropellado, incontinente, a ratos atrabiliario, provocando al respetable “Se ve que esta tarde hay nivel, todos se trajeron El Quijote bien leído”, incontenible en su memoria hasta que “Se me fue, me perdí, no sé por dónde voy”, todos los viejos trucos del teatro como impostar la voz para lanzarse sin paracaídas desde lo alto de La vida es sueño o un soneto de Lope, y detenerlo todo para mostrar un gran óleo que representa los funerales del autor de Fuenteovejuna, recordando que fue imparable comediógrafo, amante enamoradizo y adorador de damas y damiselas, y sacerdote con permiso para dar misa mientras vivía con Marta de Nevares…

Por todas partes brilla siempre el Bululú: actor solitario que interpretaba todos los personajes de las farsas que representaba de pueblo en pueblo desde la Edad Media, atemporal y vigoroso. Aquí en febril homenaje a los “monstruos fieros”, los actores que, como él, no cesan en ofrecer el espectáculo de la vida en sinfín de alternativas, colores, músicas y paseos por el amor y la muerte.

 

«Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte! ¿Quién hay que intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte?» Estoy acostumbrado a que me aplaudan al final, y cuando no lo hacen me desconcierto y desconcentro. [Ovación]

 

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