Con mimbres de sensibilidad poética

Ricardo Álamo.- Nunca hasta ahora había leído un libro de Manuel Amorós (Benejama, 1960). La razón es bien sencilla: nunca hasta ahora Manuel Amorós había publicado un libro. Catedral, que ha resultado ganador de la octava edición del Premio de Aforismos Rafael Pérez Estrada, es el primero que publica. Según las agencias de prensa, Amorós se licenció como arquitecto por la Universidad Politécnica de Valencia y ejerce como profesor de matemáticas en un instituto de educación secundaria de Villena (Alicante). Esas mismas agencias refieren que este novel escritor, ya entrado en años, sólo había publicado algunos artículos divulgativos de arquitectura y un puñado de relatos recogidos en diversas antologías. Antes de Catedral, su mayor logro como escritor neófito fue ser finalista de un concurso de Microrrelatos. Sucintamente, estas son las escasas credenciales literarias de este autor. Como se puede colegir, no son muchas. Pero precisamente por no ser muchas, ese hecho dice mucho y bien del jurado que le ha concedido el premio a este escritor principiante, un jurado que no se ha dejado influir en modo alguno por intereses espurios que pudieran enturbiar la limpieza del concurso, bien premiando a un escritor más renombrado o bien distinguiendo como ganadora a una obra más al gusto del lector habitual de aforismos.

Catedral contiene únicamente 55 aforismos, y, teniendo en cuenta que la dotación del premio es de 3.000 euros, el coste de cada uno de esos aforismos asciende a la sustanciosa cantidad de 54,54 euros. No está nada mal, y lo está aún menos si a uno le da por contar el número de palabras que ha empleado su autor para esos 55 aforismos. Si no he contado mal son exactamente 706, lo que implica que cada una de esas palabras (da igual que si es una simple y brevísima conjunción o un largo sustantivo) valga lo mismo que por ejemplo un paquete de tabaco o un pack de cápsulas de café, o sea, casi 5 euros. Desconozco si Manuel Amorós fuma o no fuma, o si le gusta o no el café, pero en caso afirmativo deberá de estar contentísmo al saber que por cada prosaica “y” que aparece en su libro le han pagado un paquete de tabaco o un pack de cápsulas de café.

Bromas aparte, Catedral es un librito apañado. Es verdad que no contiene ni grandes ni profundas ideas, y que está armado con unas cuantas greguerías, algún que otro juego de palabras, unas pocas agudas paradojas, dos o tres buenos chistes y unos decorosos acertijos, proverbios y hasta refranes. Se diría que todo el empeño de Manuel Amorós a la hora de confeccionar su libro ha estado orientado no tanto en hacer pensar al lector como en hacerlo sonreír, cosa que no es ni muchísimo reprochable en un género donde nombres mayores como el de Ramón Gómez de la Serna, Tono, Mihura, Enrique Jardiel Poncela o Ramón Eder han hecho maravillosas ingeniosidades con muy pocas palabras. En este sentido Amorós también tira de ingeniosidad y no pocas veces es capaz de estar a la altura de esos grandes maestros del aforismo, hilvanando la ironía con una imagen feliz, o la brillante ocurrencia con una representación perspicaz de la realidad, como cuando dice: «Con las pajaritas fabricamos el alma de papel de los pájaros», «La forma gótica de los paraguas nos hace feligreses de la lluvia», «La luna es la bala de plata en el pecho oscuro de la noche» o «Subirse a un tren es recorrer la espina dorsal del paisaje». Como se puede apreciar en estos pocos ejemplos, lo que bulle en ellos se aproxima más a la descripción metafórica, con tintes poéticos, que al análisis y la reflexión crítica de la parcela de la realidad a la que se refieren. Y lo mismo podría decirse de aquellos otros que aparecen en forma de refranes, proverbios o acertijos, donde los juegos de palabras, el ingenio y el golpe de gracia verbal se enseñorean completamente del aforismo, reduciéndolos como en otros muchos casos a mera pirotecnia. Refranero (II) dice así: «Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana», que como puede verse no es que tenga mucha enjundia como idea, aparte de jugar a darle la vuelta al conocido refrán. Esta vertiente de pirotecnia verbal y de juego de palabras llega a veces incluso al extremo de convertir una idea lúcida en una ingeniosidad en la que el lector recibe primeramente el impacto de la ingeniosidad antes que la carga de profundidad que encierra la misma, caso del aforismo en que se enuncia que «Un niño famélico es un pequeño paso para el hambre pero un gran paso para la inhumanidad».

Como Julio Camba, que en muchos de sus artículos denunciaba injusticias y desafueros, pero sin renunciar a incrustar aforismos llenos de humoradas y de gracejos, Manuel Amorós tampoco renuncia a tratar muchas de las cuestiones que se tienen por arbitrarias o ignominiosas (como el hambre, la contaminación, la guerra, el engaño o la impostura) con una clara y decidida voluntad cáustica, llevado tal vez por la convicción de que la ironía es mucho más brutal que cualquier argumentación cuando de lo que se trata es de denunciar falsas verdades.

Además de todo esto, Amorós gusta de usar la paradoja como recurso retórico, a veces con mucho tino («¿Quién no empuñaría un fusil para acabar con todas las guerras?») y otras no tanto, como cuando se empeña en reducir su juicio a un socorrido chiste («Confíe en mí, dijo el médico, antes de ser psiquiatra fui loco»). En cualquier caso, Catedral contiene mimbres de exquisita sensibilidad poética, así como greguerías muy logradas, suficientes cualidades como para no defraudar al lector de aforismos más exigente.

Manuel Amorós, Catedral. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2023.

 

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