Desbordar los límites

 

Sólo en la madurez de la madurez es cuando uno quiere verdaderamente trascender en conocimiento: cuando, hastiado de la superficialidad de lo que hasta entonces ha estado investigando sobre el mundo, quiere ir más allá. La prueba del nueve está en que todos los ─grandes─ pensadores, en el final de su obra, han tratado de traspasar la barrera de lo más aparente, de lo empírico y material, hacia unos niveles que rozan la pretensión de una percepción mística: Platón, Aristóteles, los Idealistas Alemanes en su conjunto, los modernos Bergson, Heidegger…, y ello, naturalmente, sin contar todos los filósofos de épocas enteras como la Edad Media, y si se me apura, aunque no tuvieran medios suficientes de expresión, los científicos más notables, señaladamente los biólogos. ¡Ah, si pudiera hacerse una representación gráfica de la evolutiva de la mentalidad empírico-grosera (y su juventud), hacia el pensamiento que quiere desbordar los límites de esa simpleza hacia una nueva madurez del conocimiento!

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“Una vez alcanzada la madurez intelectual, ésta se manifiesta en el hecho de que ya no nos aventuramos por los lugares donde crecen flores raras que son protegidas por las espinas más afiladas del conocimiento, sino que nos contentamos con los jardines, los bosques, los prados y los campos, considerando que la vida es demasiado corta para las cosas raras e insólitas” (Nietzsche). Yo me contento con el huerto de al lado, donde se concentran todos los frutos y su variedad, cultivados, seleccionados y ofrecidos a lo largo de los siglos en un sabio y delicado quehacer de generaciones… Clásicos de mi biblioteca.

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Clásicos… Quien cuida los antiguos manantiales finalmente alimenta las fuentes del futuro.

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A veces me parece algo así como si todo el fondo de percepciones intelectuales adquiridas a lo largo de la Historia necesitara entremezclarse, enrarecerse, hacerse caótico y corromperse, para dar lugar a una fresca y nueva idea, como aquella flor que emerge límpida de la materia putrefacta de que se formó.

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Cuando leo o estudio las creaciones de un gran clásico, de un gran científico, llego a pensar que lo que se ha hecho o descubierto después son sólo matices sobre su obra…

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Decía Gracián que un nuevo género de señorío estaría en “hacer siervos de uno por arte a los que hizo la naturaleza superiores”. Lo que Gracián aconsejaba conseguir por arte, los norteamericanos lo consiguen sin arte: con dinero.

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En ocasiones me asalta la duda de si uno de los grandes errores de mi vida haya sido tomarme la cultura ─el “saber”─ en serio. Dicho de otra manera, tomarme en serio que la cultura, el verdadero saber, era importante para la vida (específicamente, para este tipo de vida que me ha tocado vivir).

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De todos modos, yo personalmente no llegaré a creer en esta sociedad (ni, menos, en sus medios de comunicación) mientras sigan interesándose más por la concesión de los Oscars que por la de los Premios de las Olimpiadas Matemáticas para jóvenes.

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“Un libro sobre la guerra ─el de Clausewitz─ fue el libro de cabecera de Lenin y de Hitler” (Cioran). ¡Para que luego nos hablen de la importancia e influencia de monumentos tales como Aristóteles o Cervantes!

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Siento decir que, al final, la vida tiene la última palabra con sus enseñanzas: el frigorífico cerrado con candado a su sirvienta española, como hacía aquel faro de la intelectualidad francesa, me dijo más que todos los tratados de ética y antropología que dejó escritos…

 

 

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