“Equívocos, Árboles, Caligrafías, Personas”, de David Delfín

Por Pablo Llanos Urraca.

David Delfín (Málaga, 1968) publicó su primer poemario en 1994, Nombrar el silencio, al que han seguido ocho libros más hasta este Equívocos Árboles Caligrafías Personas, publicado por la editorial sevillana Maclein y Parker.

Se trata de un libro difícil de clasificar ya desde el sintagma de cuatro sustantivos en plural que componen su título. Cuatro sustantivos que también dan nombre a las cuatro partes en las que se divide el poemario. Un volumen que no se deja clasificar aun dentro del género de la poesía, ya de por sí dado a la experimentación. A grandes rasgos, se compone de una colección de poemas en prosa compuestos por agujeros de gusano entre Juan Ramón Jimenez y John Lennon, partículas aceleradas en un colisionador que liberan la energía de 1984 dentro de un anorak o de un verso de Baudelaire. Me gustaría explicarlo mejor, pero no puedo. Mi consuelo es que ni Jesús Aguado en el prólogo ni Agustín Fernandez Mallo en el epílogo lo han conseguido del todo. Mal de muchos.

Dice Aguado en el prólogo: “Una escritura que no produce enunciados ni mensajes, sino energías, atmósferas, anfractuosidades, indeterminaciones, sesgos, roturas. Una escritura porosa, contrabandista. Una escritura que, cuando está a punto de llegar a una conclusión (a establecer un silogismo, a apuntar y apuntalar una idea central, a subrayar una ley universal o particular), cambia el paso, es decir, nos coge con el paso cambiado”.

Joyce, Ezra Pound, Borges, Cortazar, Rafael Pérez Estrada, Juan Ramón Jimenez, entre otros, componen el rastro de epígrafes, de instrucciones que nos deja citadas David Delfín para seguir su discurso. Un discurso plagado de aforismos que pasan desapercibidos entre un magma de prosa poética. Flotando como balsas a la deriva por la colada de una erupción verbal. Baste nombrar algunos ejemplos: «Quieres la fotosíntesis que pueda desbordarse con la misma sonoridad de los helicópteros»;
«Celebran soledades los cosmonautas»;
«Bajo la capucha del anorak llevas la mente y, sin poner el verbo tierra firme»

En la primera parte, “Equívocos”, nos encontramos con una sucesión poética y fragmentada de recuerdos mínimos, de ilusiones y alusiones ópticas. De equívocos líricos.

Árboles” queda sembrada por una desbordada imaginación lingüística. Rastros y fragmentos poéticos amontonados, piezas de un puzzle que parece no querer ser montado sino llenar el tapiz de asombros, de meditaciones, de piezas con voluntad de no dejarse encajar.

En el Libro XIII de los Anales, Tzu-Lu pregunta a Confucio: «Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿cuál sería tu primera medida? Él Maestro dijo: La reforma del lenguaje». En “Caligrafías” nos encontramos con el mejor hallazgo del libro. Fondo y forman encuentran un habitar común en 1984. El año en el que Orwell había imaginado un lenguaje arrasado por la neo-lengua fallece Julio Cortazar a través de su figura, David Delfín recupera la celebración del lenguaje que es la obra del escritor argentino. Un viaje poético desde la neolengua hasta el guíglico.

Por último, “Personas” asienta los conceptos del resto del poemario, entre el más profundo pensamiento poético-filosófico y un asiento en la grada de un campo de fútbol hay un camino que solo se puede recorrer con el lenguaje: “lírica en piel, piel en máscara, máscara cuando todo es ficción, ficción en personas, persona; érase una vez dioses”.

«Porque eso es lo que hace esta poesía: fundar un verdadero cosmos, dotado de su inicio, su evolución, sus sorprendentes leyes, sus extraños azares, sus nuevas clasificaciones y su imaginativo inventario” dice Fernandez Mallo en el epílogo y yo no podría decirlo mejor.»

 

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