‘La mujer que conducía dormida’, de Guy Lieschziner

La mujer que conducía dormida

Guy Lieschziner

Traducción de Marc Figueras

Shackleton Books

Barcelona, 2024

344 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La vida vuelve a empezar cada día, cuando nos despertamos para incorporarnos a lo que llamamos realidad. ¿Por qué no consideramos reales los sueños? Las sensaciones son igual de intensas que durante la vigilia y, casi seguro, las fantasías soñadas se construyen sobre el mismo humus que los razonamientos. Pero no son los sueños lo que conjure el neurólogo Guy Lieschziner, sino el hecho de soñar, de arrojarse al sueño, con todas las trampas que eso puede suponer. Hemos utilizado la palabra trampas un tanto a la ligera, pues los trastornos del sueño que él va estudiando, que le surgen en consulta, son, en muchos casos, algo más grave, más incómodo, más problemático, más invivible, que una trampa, que es algo utilizado en la caza, una estrategia de la que nos podemos librar. La mujer que conducía desnuda, o la que padecía una extraña forma de epilepsia, o el hombre que buscaba relaciones sexuales sin despertarse, o los que no controlan su cuerpo, no están condenados a una trampa, sino a una enfermedad. Y para salir de ahí hace falta mucha ayuda.

El libro que nos habla de estos casos es, digámoslo sin miramientos, brillante. No es exactamente un libro de crónicas con los casos, ni un tratado neurológico, pero sí es un libro que funciona como un delicioso entretenimiento, como una enciclopedia divulgativa y, lo que es más interesante, como un acicate a nuestra curiosidad. La comparación con Oliver Sacks es inevitable, y los editores no dudan en colocarla como estímulo para invitar a la lectura. Pero las diferencias con el autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero son notables; aunque comulga con la idea de que el cerebro es todo un misterio en el que apenas hemos comenzado a arañar la superficie, el interés por una ciencia en desarrollo, con todas las connotaciones médicas que ello implica, está aquí más presente, o al menos presente de una manera más explícita. Lieschziner nos ayuda a entender el funcionamiento bioquímico y orgánico mientras nos expone los casos que ha estado tratando. Comparados con muchos de los que fue encontrando Oliver Sacks en su vida profesional, no son tan extraordinarios, sino que parecen referirse más a lo que podríamos encontrarnos; de esta manera, este libro podría ser menos llamativo que los de Sacks, pero, sin duda, nos afectará más, porque se refiere más a nosotros. Será raro que el lector no reconozca algún patrón posible en lo que va contando, algo que puede estar cerca de él, o incluso bajo la propia piel.

Estamos frente a una obra divulgativa que acierta en la medida en que nos ayuda a comprender, y a intentar seguir comprendiendo, pues no hay capítulos cerrados en estos misterios. Lieschziner nos habla con tono cordial y no cesa de conquistarnos en cada párrafo. Ojalá lleguen pronto más lecturas con este espíritu.

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