La voluntad de creer: cuestión de arte y fe

Hada Torrijos Suelves

¿Cómo sabemos lo que sabemos o lo que vemos? ¿Cómo poder creer en algo sin verlo o sentirlo? ¿Se puede creer en lo que no se entiende? ¿Nos engañamos? ¿O creer es lo único que nos hace estar vivos? ¿O tener, al menos, la posibilidad de estarlo?

Pablo Messiez, director, dramaturgo y creador de esta propuesta teatral, La voluntad de creer, desafía a los espectadores desde que acceden a la sala Max Aub de Las Naves del Español en Matadero. En cuanto el público pisa el teatro y se va acomodando en sus respectivas butacas, ya no hay existencia de la cuarta pared, todos los ahí presentes van formando parte de la función y esto sucede de principio a fin.

Todo el reparto está ya en escena, interactuando con los espectadores y lanzándose parlamentos entre ellos, para desconcierto, desde el primer momento, de todo el que está dispuesto a verlos. Se llega incluso a dudar de cuándo ha comenzado la función, solo una voz exterior hace que una crea que todavía no se ha iniciado la acción como tal. Aunque ya había comenzado, en realidad.

Los límites de la ficción y la realidad están servidos con este montaje, donde los espectadores no van a tener claro, durante la hora y cuarenta minutos aproximadamente, qué están viendo y escuchando. ¿Todo es mentira? ¿Todo es verdad? Quizá la única solución sea dejarse llevar y creer en lo que está pasando, ahí y en ese momento. Desde el minuto uno, no importa el final tanto como el camino a recorrer hasta llegar a él, puesto que varios de los personajes desde el inicio van a lanzar diferentes espóilers sobre lo que sus personajes van a transitar en escena. Esto hace que, a priori, no importe tanto hacia dónde vamos, sin embargo, dinamitando esa cuarta pared e involucrando a todo aquel que está viendo La voluntad de creer, el destino termina siendo igual de importante que el recorrido escénico que se va a ver.

“¿Hay algún creyente en la sala?”, se oye al inicio, emitido por uno de los intérpretes. Se ven algunas manos tímidas alzadas en el patio de butacas. Pero la magia y por qué no, la fe, cobran vida en la función, pues más adelante la pregunta se repite y ¡sorpresa! Hay más manos alzadas, ya no tan tímidas y, probablemente, más creyentes todavía.

 

 

Pablo Messiez nos presenta un drama familiar, bastante desestructurado y aunque trágico, con tintes de cierto humor que dan ritmo a la acción. Una familia vasca donde conocemos a los cuatro hermanos, tres de ellos siguen viviendo en el pueblo y les visita su hermana, interpretada por Mamen Camacho, con su mujer embarazada, quienes viven en Argentina y han volado al País Vasco porque quieren que su hijo nazca ahí, aunque, eso sí, crezca en territorio argentino. Es la historia de quien se fue y vuelve a volver, aún sin querer. El drama empieza ya con que la embarazada, a la que da vida Marina Fantini, nota que su cuerpo está rechazando al bebé, y presiente que algo malo va a suceder con una seguridad que asusta.

La otra hermana, poetisa y soltera, encarnada por María Jáimez, es quien da un poco de equilibrio en eso del creer y no creer, a su otra hermana, quien vive una realidad tan real como que es parapléjica y donde lo de creer no le encaja tanto. Es Rebeca Hernando quien construye maravillosamente a esta hermana. Y, por último, está el hermano, aficionado (o adicto) a leer a Kierkegaard, quien dice ser Jesús de Nazaret y poder hacer milagros, interpretado por José Juan Rodríguez. Llegará a tener una conversación con su hermana mayor, donde esta, desde su silla de ruedas casi le implora entender algo, porque en su cabeza no cabe que su hermano pequeño sea el hijo de Dios: “Soy Jesús de Nazaret, ¿tú no quieres que algo cambie? / Yo quiero entender algo, Juan, no puedo creer sin entender/ Al revés/ ¿Cómo? / Solo creyendo en algo se entiende/ Pero entonces, ¿estás jugando? / Como todo el mundo/ Entonces, ¿es una broma que nos haces?”.

Como contrapunto a la fe y la creencia, el sexto personaje es un doctor muy afincando en la evidencia científica y la biología, que les tendrá que asistir en un momento dado del desarrollo de la acción y a quien da vida Sergio Adillo.

Con todos estos ingredientes, la función está servida y se convierte en un auténtico juego de adivinanza sobre lo que es verdad y ficción, donde solo cabe el creer. Si a esto le sumas una escenografía absolutamente maravillosa, obra de Max Glaenzel, donde se logra que cada uno de los elementos del espacio escénico nos cuenten cómo se van sintiendo los personajes. La casa de esta familia vasca se va construyendo a medida que evoluciona la acción y que deja ver los claroscuros de cada uno de los protagonistas de La voluntad de creer. Pareciera como si la propia casa de esta familia también se quisiera reconstruir para creer, creer en algo imposible, y mejor.

Pero no equivoquemos el tiro, no existe aquí una defensa de la creencia religiosa como respuesta certera a lo desconocido y a la incertidumbre, el miedo o la muerte. La voluntad de creer es un juego escénico entre la ficción y la realidad, entre el creer y entender, entre el pensar saber y el desconocer. Un desafío teatral muy bien hilado y perfectamente interpretado por todo el reparto. Si el objetivo de Pablo Messiez era que creyésemos, reto conseguido, lo hacemos, a pies juntillas.

 

 

Texto: Pablo Messiez a partir de La palabra de Kaj Munk.

Dirección: Pablo Messiez. 

Con: Marina Fantini, Rebeca Hernando, María Jáimez, José Juan Rodríguez, Sergio Adillo y Mamen Camacho.

Diseño de espacio escénico: Max Glaenzel.

Diseño de iluminación: Carlos Marquerie.

Diseño de sonido: Iñaki Ruiz Maeso.

Ayudante de iluminación: Juanan Morales.

Diseño de vestuario: Cecilia Molano.

Entrenamiento corporal: Elena Córdoba.

Temas musicales: Viene clareando (Atahualpa Yupanqui) en versión de Leda Valladares y María Elena WalshVidala del último día (Raúl Galán y Rolando Valladares) en versión de Sílvia Pérez Cruz.

Producción Teatro KamikazePablo Ramos (producción ejecutiva) y Jordi Buxó Aitor Tejada (dirección de producción).

Ayudante de dirección: Javier L. Patiño.

Ayudante de producción: Roberto Mansilla.

 

Espectáculo presenciado el 19 de abril.

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