“Después de todo”, de Isabel Martín Salinas

Elegía y llanto. Un canto a lo bello y a su pérdida. La fugacidad de la vida y su eternidad. Remembranza y consuelo.

Por Ana Isabel Alvea Sánchez.

Nuestro gran lingüista y crítico literario Amado Alonso consideraba que la poesía nacía del sentimiento, consistía en la expresión de un contenido anímico. En su ensayo Materia y forma en poesía (1955), concibe el poema como una objetivación del sentimiento. La disposición sentimental será el punto de partida del poema, pero se objetiva mediante una construcción en la que interviene el pensamiento lógico o racional. A ese sentimiento primero, lo llama materia, y a la construcción poética, la forma. Y nuestra poeta tiene la misma consideración, el poema nace de la emoción y debe emocionar.

Los versos del libro de poemas Después de todo hunden sus raíces en la memoria y beben del sentir de la autora cuando vuelve la vista atrás y ve desde la atalaya del presente el fulgor de su juventud, en la ciudad de Granada como estudiante universitaria en la época de la Transición, un tiempo en el que lamentablemente fallece su madre dejando un terrible dolor y un desolador silencio. A su vez, rescata del olvido su infancia en la casa familiar frente al mar de Almería, símbolo de un paraíso perdido, cuyo recuerdo le puede entristecer y consolar por igual. En todo el libro se siente el paso del tiempo y nuestra condición evanescente de un modo acuciante. Luz y sombra, pasado y presente, incendio y cenizas; un continuo contraste de opuestos arrastra el paso de los años.

Poesía intimista y confesional, impregnada de lirismo y emoción, con un lenguaje claro y exacto, de imágenes y metáforas nítidas, estilo sobrio, elegante y directo; la autora es capaz de crear una belleza palpitante con algunas pocas pinceladas en poemas breves, esenciales e intensos. Un ritmo bien logrado en poemas medidos de verso blanco, donde predomina el ritmo endecasílabo y heptasílabo. Algunos poemas se convertirán en canciones de su LP Laurel. Hay un canto dulce y delicado lleno de melancolía y agradecimiento por lo vivido en estos versos elegíacos en los que predomina la visualidad y plasticidad, donde los recuerdos declinan con el sol de la tarde. El paisaje natural de su niñez, la luz, el mar, las casas blancas, el viejo moral, las plantas, constituyen elementos fundamentales y símbolos con los que expresa la belleza y dicha de antaño o la añoranza.

Estructurado en tres partes, la primera, titulada Granada, se inicia con el poema Granada, Puerta de Elvira, en alusión al romance de las Tres Manolas de Federico García Lorca. En él lamenta la muerte de su madre, provocándole una enorme tristeza y vacío, una desesperanzada soledad. En un principio, la ciudad fue el espacio de la alegría, del amor, de la amistad, de las revueltas estudiantiles propias de la Transición. Y menciona sus rincones principales dibujando un mapa sentimental: Puerta de Elvira, la Alhambra, Alcaicería, la Vega, la Calle Pedro Antonio de Alarcón, la Cartuja… Lugares donde fue feliz y dichosa, pero de aquellas amistades que le acompañaron no queda hoy nadie, a todos los ha perdido, son reliquias en sus manos, en palabras de la autora: una hoja barrida por el viento, un cementerio, un hogar del que se siente desterrada. Aquellos sueños y batallas resultaron finalmente vanos, convirtiéndose en la ciudad de sus sueños rotos. Resalta el contraste entre el fulgor de los días radiantes, antes de la tragedia, y su herrumbre en el presente.

La memoria, el paso del tiempo y todo aquello que se pierde en su tránsito resultan relevantes en este apartado y en todo el libro. La vida y las vivencias lamentablemente efímeras, de todo lo que fue luz, hoy solo queda una sombra; así nos dice: “Todo se perderá muy lentamente / como se lleva el río esta brizna de hierba.”

En la segunda parte, Orfandad su título, está omnipresente la muerte de su madre y todo lo que ella supuso. Sostén y piedra angular de la familia, fundamental en la vida de sus hijos, manantial de amor y cobijo, su fallecimiento tan prematuro. Encontramos también unos versos en memoria de sus dos hermanas, Yolanda y Celia, muertas apenas iniciada la adolescencia – “Pobres criaturas, luto de la infancia/ tan temprano / al barro de la muerte convocadas”-. Hubo un antes y un después en sus vidas, conocieron la felicidad  hasta semejante fatalidad. Desde entonces arrastró, o arrastraron, un sentimiento de desamparo y desvalimiento que nunca les abandonó, así como la necesidad de buscar un refugio en el que guarecerse. Se retrata muy bien la situación de orfandad. Sin embargo, fulgura aún el recuerdo de la casa familiar, luminosa, con vistas al mar, un último vestigio de aquellos días dorados. Sin la madre desaparece todo cobijo y su existir fue una peregrinación en busca de amor. ¿Qué fuimos sino estéril / afán bajo la escarcha? El viejo moral, como aquel limonero de Antonio Machado, representa la esperanza y la infancia perdida y, a pesar de todo, guarda gratos recuerdos que la consuelan y acompañan, como nos dice en Tarde de septiembre. Un tiempo de luz, blancura, de mar, verano, la brisa, en la casa, sus ventanas, jardines, los almendros en flor, la naturaleza y su paisaje, y multitud de recuerdos que suponen un soplo de aliento con tan solo cerrar los ojos. Y encuentra Isabel Martín Salinas la dificultad de expresarse a través del lenguaje, como nos dice en el poema Madre: “Si yo pudiera / decir mi corazón / como se dora al sol el limonero”.

Después de todo, su última parte, hace referencia al amor, describe el frenesí y deseo pasional de los comienzos, así en el poema Amantes, años de esplendor y de amor en el albor de la vida que ya no volverán y que evoca con melancolía, rescatándolos de la niebla del olvido. Perenne todo recuerdo.

Quiero destacar la unidad estética y temática del poemario, el canto a la belleza de la vida, a su pérdida, a todo lo que tuvo y se fue yendo tierra adentro. Abriga el deseo de llevarse toda la belleza que ve y es capaz de rememorar. En el poema He de llevarme todo cuanto veo, afirma que el silencio nada consuela, como si le empujase una necesidad de decir y expresar para consolarse, de sacar y testimoniar todo lo que lleva dentro, lo vivenciado, lugar común de todos. Y aunque el pasado sea en el presente una sombra de lo que fue, todavía queda su impronta indeleble y luminosa.

En su último poema, Después de todo, como los versos de José Hierro en su poema Vida, “Después de todo, todo ha sido nada”, resalta nuestra pequeñez y brevedad, toda la vida y todo lo sentido vienen a ser “Apenas la ceniza / de aquel incendio que fuimos un día”; sin embargo, esas vivencias la acompañarán hasta el final. Remembranza y consuelo. Fugacidad y eternidad. Una poesía que reconoce la belleza, llora su alegría y su tristeza, lamenta su pérdida y se reconforta en lo bueno que tuvo. Siempre nos quedarán los recuerdos y aquella infancia, esa felicidad blanca y pura. Más vale lamentar lo que se perdió que no haber abrigado nunca en las manos el regocijo de la dicha y el amor, su júbilo y plenitud.

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