Sobre la escritura poética

 

PARA QUIÉN ESCRIBEN LOS POETAS

 

Por Natalia Loizaga

 

Un poeta solo puede ser dos cosas: un enamorado o una persona rota. A veces es las dos cosas: un enamorado con el corazón roto o un corazón roto enamorado. Los poetas son individuos que, por alguna razón que el resto de mortales no llega a comprender, deciden transformar su tormento en palabras y convierten pálidas páginas en jardines de flores. Entonces, su mundo interior pasa de ser una masa informe a coronar las librerías y encantar con su hechizo a personas que, a través de sus versos, descubren que no están solos. El autor, por su parte, también se ve envuelto por  lectores que toman las palabras que ha escrito y las hacen suyas, asombrándose de que tampoco está solo. Ante este curioso fenómeno, en la categoría de milagro, cabe preguntarse para quién escriben los poetas.

No escriben porque sea divertido sino porque no pueden no hacerlo. El sentimiento les corroe, se pudre, grita, les pisa el alma, araña desde dentro y exige salir. Quieren su hueco en este mundo, son lava de un volcán que busca salir a la superficie entre las roturas de sus agrietados corazones. Como los poetas no saben hacerlo de otra forma, escriben.

Mezclan palabras que bien podrían formar una melodía o ser una canción, aunque no siempre se consiga el resultado deseado, porque no es poeta el que mejor escribe sino el que plasma en un papel lo que no puede retener más tiempo dentro. Cuando las palabras han emergido de la gruta que constituye el ser consciente y dejan de galopar en su cabeza, el escritor, al menos por un instante, roza un sentimiento que bien podría denominarse libertad. Sean leídos o no, sus versos pasan a formar parte de una realidad material.

Joan Didion, madre de la escritura del trauma, lo explicó como una forma de introspección: “Escribo para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Qué quiero y qué temo”. Otra escritora, Anaïs Nin, dijo que “escribimos para probar la vida dos veces”. A veces es querer repetir un momento y, otras, deshacerte de él.

Lorca, que no necesita más introducción que su propio apellido, confesó un dolido “escribo para que me quieran”. De manera opuesta, el escritor y filósofo pesimista Emil Cioran reveló que escribía para no matar. Ellos no solo eran enamorados o almas rotas, sino extremos. Blanco y negro. Norte y sur en cuyo ecuador gravitan sus desesperados versos.

Entonces, tal vez no sea escribir para alguien sino por algo. Quizá para los escritores la realidad no sea suficiente o, por el contrario, sea demasiado. Y, en este acto egoísta que es la escritura, unos pocos afortunados encuentran a la musa entre los resquicios de sus letras. Solo aquel que es poeta sabe para quién escribe pero, con contadas excepciones, todos ellos comparten un porqué: lo hacen para poder vivir, para saciar su desaliento en un mundo en el que cada vez falta más aire.

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