Sentencias de Epicuro para acompañar tu vida

De la filosofía se ha dicho que es la “madre” de todas las ciencias porque su método esencial fue el que dio origen a nuestro conocimiento del mundo. No sin cierto ánimo fabulista o soñador, podríamos pensar en ese posible primer ser humano que se preguntó por qué el ser y no la nada, por qué estamos vivos, si todo lo que vemos y experimentamos lo rige el azar o una voluntad específica, qué es la muerte y qué es el tiempo… En fin, esas preguntas que cada uno de nosotros vuelve a plantear en ciertos momentos, porque tal parece que todos tenemos que volver a ser ese primer ser humano.
En la historia de la filosofía –tan amplia como nuestra propia curiosidad–, el filósofo Epicuro tiene un lugar importante aunque no siempre reconocido. Como ha señalado Michel Onfray en su Teoría del cuerpo enamorado, lamentablemente el mundo de las ideas de Platón y sus alumnos triunfó sobre la celebración de la terrenalidad de Epicuro, y desde entonces estamos más predispuestos a atender y cultivar la intelectualidad que a preguntarnos sobre la naturaleza de nuestro aquí y nuestro ahora, de esto que tocamos, que vemos y respiramos, de lo que está en contacto con nuestro cuerpo en este mismo instante y que al mismo tiempo que lo toca, lo transforma.
Al final, esa es la propuesta del hedonismo: vivir entregado al placer, claro, pero sólo después de que tomamos conciencia de éste y de la importancia que tiene en en el horizonte de nuestra existencia. El placer nos guía más de lo que creemos, y Epicuro fue, si no uno de los primeros filósofos en darse cuenta de ello, sí uno de los más ardorosos defensores de la necesidad de atender la cuestión.
Las máximas que compartimos a continuación se encuentran a veces, irónicamente, bajo el nombre de “Sentencias Vaticanas”, pues el filólogo alemán Karl Wotke las descubrió en 1888, referidas en un manuscrito de otro autor.

En general, así es como llegó hasta nuestros días el pensamiento de Epicuro: fragmentado, citado por otros, incompleto. Y aun así, es posible escucharlo y seguirlo, como hacían sus alumnos en el legendario jardín donde enseñó la filosofía al hilo de su propia vida.
9. La necesidad es un mal; pero no hay necesidad de continuar viviendo sujeto a la necesidad.
10. Recuerda que eres mortal y que, aunque tienes una duración de vida limitada, has entrado en discusiones sobre la naturaleza para todo el tiempo y ves “todas las cosas que son, que serán y que eran antes”.
11. La mayoría de los hombres están en coma cuando descansan y locos cuando actúan.
14. Hemos nacido una vez y no puede haber un segundo nacimiento. Por toda la eternidad nunca más seremos. Pero tú, aunque no eres señor del mañana, pospones tu felicidad. Desperdiciamos nuestras vidas retrasando las cosas y cada uno de nosotros muere sin haber disfrutado del ocio.
27. Los beneficios de otras actividades vienen a aquellos que han llegado al final de un camino difícil, pero en el estudio de la filosofía el placer sigue al paso del conocimiento creciente; ya que el placer no sigue el aprendizaje sino que el placer y el aprendizaje suceden lado a lado.
31. Es posible proveer seguridad contra otras aflicciones, pero en lo que concierne la muerte, todos los hombres vivimos en una ciudad sin murallas.
33. El grito de la carne nos ruega que escapemos del hambre, la sed y el frío; pero quien se ha liberado de ella y confía en permanecer así, puede competir en felicidad incluso con Zeus.
34. No necesitamos tanto la ayuda de nuestros amigos como la confianza de su ayuda en la necesidad.
35. No dañes lo que tienes deseando lo que no tienes, sino que recuerda que lo que hoy tienes estuvo una vez entre las cosas que solo anhelabas.
41. A la misma vez debemos filosofar, reír, atender nuestra casa y negocio, y nunca dejar de proclamar las palabras de la verdadera filosofía.
45. El estudio de la naturaleza no crea personas que disfrutan de ostentar y hacer gala de su educación para impresionar a los muchos, sino personas que son fuertes y auto-suficientes y que se enorgullecen de sus cualidades personales, no de las que dependen de circunstancias externas.
46. Expulsemos del todo nuestros malos hábitos, como haríamos con personas que nos han hecho daño por mucho tiempo.
48. Mientras estemos en el camino de la vida, debemos hacer lo que esté frente a nosotros mejor que en el pasado, pero al llegar al final de la vida debemos estar contentos y calmos.
52. La amistad recorre el mundo entero proclamando a todos que despertemos ya a la felicidad.
53. A nadie debemos envidiar, ya que los buenos no merecen envidia y los malos, mientras más prosperan, más se arruinan a sí mismos.
55. En medio de un infortunio, podríamos encontrar tranquilidad en los recuerdos felices de las cosas que se han ido y en el reconocimiento de que no es posible deshacer lo que está hecho.
59. Lo insaciable no es el hambre, como a veces se dice, sino la falsa creencia de que el hambre necesita hartarse insaciablemente.
61. Muy hermosa es la visión de aquellos allegados y queridos, cuando nuestros lazos originales nos unifican mentalmente, o al menos nos incitan a unirnos.
63. Hay también un límite a la vida simple. Aquel que falle en atender este límite cae en un error tan grande como el hombre que se entrega a las extravagancias.
64. Podemos recibir con gusto el elogio inesperado de los demás, pero también debemos mejorarnos a nosotros mismos.
65. Es locura pedir a los dioses las cosas que uno es capaz de procurarse a sí mismo.
68. Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco.
71. Ante cualquier deseo debemos formularnos la siguiente cuestión: ¿qué me sucederá si se cumple el objeto de mi deseo, y qué si no se cumple?
Esta es una selección en la que hemos dejado fuera algunas otras sentencias no menos vitales. Epicuro es uno de esos autores que es posible tener siempre cerca, como si se tratase de un amigo o un consejero, y que de algún modo siempre nos dirá algo que no habíamos escuchado o que ahora, a la luz de las circunstancias de nuestra vida, adquiere otro matiz.
Además de sus propios escritos (publicados en español por varias editoriales, notablemente Técnos y Cátedra) recomendamos a nuestros lectores el ensayo Epicuro, de Walter F. Otto (Sexto Piso, 2005) y el poema clásico “De rerum natura” (“De la naturaleza de las cosas”) de Lucrecio, que sigue el espíritu epicúreo de celebración de la vida.
 

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