José Sacristán, ayer «El llenacines», hoy «El llenateatros» con su personaje más dramático

Por Horacio Otheguy Riveira

De pronto empezó a sonar el resurgir de un actor que venía pedaleando fuerte, pero perdiendo energía en cada vuelta. Un tipo esmirriado que no cuadraba con los cánones de atracción masculina, y sin embargo aquí y allá muy solicitado, lo mismo en los dramas de José Luis Garci (Asignatura pendiente, 1977; Solos en la madrugada, 1978) que con Mariano Ozores (¡Que vienen los socialistas!, 1982), en  audaces planteamientos político-eróticos, inaugurando una bisexualidad sin tapujos (El diputado, 1978, de Eloy de la Iglesia), o recreándose en un travestismo histórico (Flor de otoño, 1978, Pedro Olea), o en plan cómico sensacional, así como cantante con espléndida voz (Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, teatro 1981; cine, 1992; El hombre de la Mancha, 1997)…, y este auténtico boom surgió «cuando ya estaba a punto de tirar la toalla».

Comediante espléndido muy querido por el público, lo mismo en España que en Argentina, en las entrevistas siempre elogió a los directores de cine popular despreciados por la crítica. Por otra parte, nunca dejó de ser un chico «de Chinchón que se conforma con una tortilla de ajetes, y nunca tuvo necesidad de aparentar nada», comprometido con principios de justicia social, opuesto a todo revisionismo franquista, fiel a sus ideas de izquierda («aunque tan dividida esté hecha una mierda»).

Un importante semanario de la época tituló en portada «José Sacristán, El llenacines». De entonces aquí ha pasado mucho tiempo, mucha carrera, ha dirigido películas, protagonizado en todos los géneros y también ha dirigido y protagonizado teatro, especialmente lograda una obra sobre hechos reales ocurridos bajo la ocupación nazi de Francia, Un Picasso, 2007, de Jeffrey Hatcher, o la última de David Mamet como protagonista, dirección de Juan Carlos Rubio, Muñeca de porcelana.

Y ahora es «El llenateatros» (lo fue otras veces también) con una versión teatralizada de una novela menor del gran Miguel Delibes: Señora de rojo, sobre fondo gris, donde es capaz de crear una hermandad con el público a través de un relato excesivamente ligado a la travesía personal del escritor, que, a diferencia de su extraordinaria obra, cae en un exceso de subrayado romántico, homenaje a su propia esposa fallecida, aquí replanteada en la pareja de un pintor. Cambia ligeramente el contexto pero su situación y su idealización de Ángeles de Castro se recrea al transformarse en Ana, alguien que aportaba felicidad a su paso, lo mismo entre desconocidos que en familia.

El breve texto original (129 páginas publicadas por vez primera en 1991) gana mucho en versión escénica, pues la sensación de encierro de un hombre prisionero de su dolorosa memoria adquiere un sentido más profundo que en la novela, y se entiende mejor la imperiosa necesidad de restituir su protagonismo a la prematuramente fallecida.

La escenografía está resuelta en tonalidades grises, estudio de un pintor que en lugar de crear obras «con ayuda de los ángeles», pasea su soledad, copa en mano, recordándola una y otra vez, inventándose un público que no tiene pero que el teatro ofrece generosamente. De allí que cada movimiento del gran actor avanza sobre seguro con una iluminación que compone, a su modo, una obra pictórica con la que trascender las carencias de un relato bastante monocorde, en el que, igual que en el texto original, se echan en falta aspectos críticos de la persona idealizada, una especie de vida de santa que carece de conflicto alguno, ya que desde que abrimos el programa sabemos de qué va la historia.

Por todo ello, la admirable creación de José Sacristán adquiere el relieve de una historia extrateatral, de dentro-fuera y viceversa. Amigo del escritor ya fallecido, expande su tesoro en larga gira, siempre a sala llena porque es él, el actor que rinde homenaje a alguien muy querido y admirado, quien recibe por parte del público una visita conmovedora al teatro donde se asiste al ritual de un creador excepcional con larga trayectoria, que a sus 81 años presenta una vitalidad encomiable, cautivándonos con su musical voz, sus gestos de contenida emoción, a través de una historia quizás muy convencional, pero interpretada y dirigida como si se tratara de una obra maestra en la que la penuria de su trama se transmite con palpable vitalidad, con la energía de quien ha de darlo todo «para no vivir de lamentaciones, como un jilguero cegado».

El pintor se aferra a un libro de Ungaretti muy querido por su mujer; en sus páginas lee el poema Agonía. Uno de los momentos más emotivos de la función.

Morir como las alondras sedientas
en el espejismo

O como la codorniz
pasado el mar
en las primeras matas
porque de volar
ya no tiene ganas

Pero no vivir de lamentaciones
como un jilguero cegado

Agonía. Giuseppe Ungaretti (1888-1970)

Descubre de pronto la sombra de la muerte cercando a la mujer amada…

Voz de Ana: Mercedes Sampietro

Adaptación: José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña
Director Técnico: Manuel Fuster
Técnico de iluminación/sonido: Manuel Fuster y Jesús Díaz Cortés
Gerente Compañía / Sastra: Nerea Berdonces
Maquinista / Regidor: Pepe González
Ayudantes de Producción: Pilar López “Pipi” y Mélanie Pindado
Secretaria de Producción: Pilar Velasco

Ayudante de dirección Inés Camiña
Sonido: Mariano García
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huerta
Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos
Diseño de Iluminación: Manuel Fuster
Directora de producción: Nur Levi
Coordinación de producción: Cristina Lobeto
Producido y dirigido por: José Sámano

Una producción de: Sabre Producciones, Pentación Espectáculos, TalyCual y AGM

TEATRO BELLAS ARTES. 

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