Más allá del despertar

Más allá del despertar. Jeff Foster. Kairós (2009). 172pp. 1o euros.

Por Ignacio González Barbero.

El tacto de las teclas de este teclado, la imagen que emerge de la pantalla, las palabras que emanan de la combinación de las letras, los pensamientos que aparecen en este instante… Todo, ahora. Todo se despliega justo en este momento, no hay nada que pueda hacernos escapar de él, ni nada que nos traiga a él. Simplemente es; siempre es ahora. Cualquier recuerdo de un supuesto hecho pasado es presente, sólo se  da como presente.

Jeff Foster, en su primera obra,  nos acerca a esta radicalidad de la existencia, analizando la cuestión de la llamada búsqueda espiritual. Cualquier idea que cada uno de nosotros tenga de sí mismo sólo puede aflorar en este instante. “Yo” es un pensamiento que emerge como tal ahora, sólo tengo existencia como cuerpo de pensamiento que surge en el momento presente. Mi intención de alcanzar una liberación, de librarme de mí mismo, implica un yo, que es precisamente lo que se busca anular. Se cae en un continuo círculo vicioso que niega lo completamente obvio, la presencia sencilla del ahora.

Buscando la iluminación (o cualquier cosa), la perdemos, ya que nos atamos más y más a un Yo (que sólo es un pensamiento más) negador del presente, que se separa de lo demás. La separación es la violencia que causa los mayores sufrimientos; al escindirnos de la realidad afirmando el individuo, realizamos una escisión en lo real, que no está allí de hecho, sino que hemos construido. Creamos un pequeño reducto de valores, sentidos y significados a los que llamamos con un nombre (nuestro nombre) y que se opone en tanto que tal a lo que no incluímos en esas categorías. La violencia vendrá siempre de un  “fuera”.

Así, observamos, que todo acto de conciencia (como la búsqueda iluminación o del conocimiento) es intencional, a saber, tiene un objeto al que se dirige. Éste es el Yo que se crea y se refuerza con ese mismo acto, se diferencia del Tú, e inicia un progreso hacia el aislamiento.

Sin embargo, como indica Jeff Foster, la ilusión de la separación se ampara en la idea de que podemos elegir, tenemos autonomía y, por tanto, creamos nuestro mundo. Nos propone el autor un juego para solventar esta cuestión: “Trata ahora de no pensar en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. ¿Puedes elegir no pensar en un elefante? Decide no pensar en un elefante y trata de conseguirlo. Como ves, no tienes, al respecto, ninguna elección” (Págs. 65-66)  Si no hemos podido realizar esto, ¿acaso podemos creer que realmente decidimos en cuestiones más importantes? En definitiva, ¿podemos elegir pensar o no pensar en esto que estamos pensando?

Muchos de los pensamientos que sentimos como nuestros buscan eliminar el sufrimiento físico. Es una de nuestros más ansiados objetivos. Jeff Foster afirma que huyendo del dolor nos creamos a nosotros mismos. El Yo es la resistencia a algo que sucede tal cual, que se despliega incondicional y naturalmente. El no querer este dolor implica no querer que este momento tal cual es se muestre. El Yo busca permanecer, solidificarse, y “curar” a base de obviar lo que sucede, lo completamente evidente: el dolor físico.

En realidad, el hecho de intentar huir de lo que aparece es otro acontecimiento,  otro pensamiento más que surge en este presente. Ya tenemos lo que queremos, aquí está todo; cualquier deseo es un pensamiento que emerge ahora, nada más que eso, que no pertenece a “nadie” (no hay Yo, ni Tú), sino que sólo se despliega ahora. No hay Yo que sufre, luego no hay sufrimiento. Sólo pensamientos que se muestran y pensamientos que se disuelven.Todo ahora, siempre ahora.

La vida que pretendo entender con estos pensamientos es una historia más que en este momento se expone. Jeff Foster nos indicará que toda búsqueda por comprender, por liberarte, da por sentado que no basta con este instante, pero, como él indica, nada puede exiliarte de lo completamente obvio, ni puede traerte a él. Estamos presentes, y es esta presencia la misma comprensión. En realidad no hay nadie que posea comprensión, nadie que entienda. No hay comprensión.

Sólo lo que aparece.

“Este momento es el único significado de la vida” (Pág. 171).

 

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