‘A propósito de nada’, de Woody Allen

CESÁREO GONZÁLEZ.

La biografía de Woody Allen está salpicada de anécdotas, de chistes marca de la casa, de alusiones a situaciones divertidas. Uno leyéndolo se imagina al personaje que ha visto en las películas; confuso, divertido, complejo e hilarante. Pertenecían a la comunidad judía de Brooklyn. Su madre era la más rigurosa y práctica, llevaba la intendencia e intentaba que el pequeño Woody fuera un devoto de la causa judía. “Mi madre, que como decía, siempre se vio obligada a trabajar para complementar los numerosos emprendimientos no rentables de mi padre, tenía que dejarme con asistentas”. Por el contrario, el padre era un hombre de vida disipada, con trabajos inestables que apenas le duraban. Siempre en el filo de la ley: “En aquellos años se dedicaba a mover piedras preciosas y volvía tarde a casa porque también trabajaba como camarero por las noches”. Lo cierto es que para nuestro protagonista su padre fue una gran influencia, lo admiraba y respetaba. Alguna vez lo llevaba hasta Manhattan, lo que suponía toda una aventura para un niño de la Avenida K. en Brooklyn. Observar a todas aquellas muchedumbres arrastrándose por las calles, llenando comercios y plazas, cines y teatros.

En la casa había un aparato de radio encendido de la noche a la mañana. Forjó sus gustos musicales y su amor por la cultura popular escuchando los programas radiofónicos. En Estados Unidos la música popular que sonaba tenía tanta calidad como las mejores sesiones de jazz: Cole Porter, Benny Goodman, Billie Holiday, Artie Shaw o Tommy Dorsey. Estas experiencias las plasmó en la película Días de radio. Por supuesto, el otro gran estímulo de su vida fue el cine. En aquel entonces el cine tenía un precio más que asequible, por unos centavos podías asistir a la sesión continua en la que podías ver dos películas, repetidas otras tantas veces. 

Woody pasaba muchas horas solo, se entretenía con los naipes, soñando, escuchando la radio, siempre se consideró un misántropo: “La cuestión era que yo me había convertido en un mago aficionado, porque me encantaba todo lo que tuviera que ver con la magia, siempre me inclinaba por actividades que me permitían disfrutar de la soledad (…)”. 

Es conocida su tendencia a la depresión, experimenta la abrupta sensación de que la vida no tiene sentido, de lo injusto que es la muerte, la finitud le parece una broma cruel (aspectos de los que saca grandes dosis de chistes y afilados sarcasmos en su obra): “Cuando crecí, no solo la extinción, sino el sinsentido de la existencia, se me hicieron más patentes (…)finalmente no logré encontrar ninguna razón lógica para explicarlo y llegué a la conclusión de que, sencillamente, los seres humanos estamos programados para resistirnos a la muerte”.

Tiene una enorme capacidad para satirizar y caricaturizar las situaciones más ridículas, los aparentes defectos físicos o de conducta. En su adolescencia, cuando ya empezaba a escribir chistes para otros cómicos, estaba de moda un nuevo tipo de comedia, monologuistas que actuaban en locales nocturnos en los que los neoyorkinos despachaban unas cuantas copas para olvidarse de las angustias del día. Woody Allen fue partícipe de incipiente humor del que destacan personajes como Max Shulman, Mike Merrick o George S. Kaufman. Auténticos provocadores que llevaron al límite sus interpretaciones. En especial son conocidos los excesos de Kaufman. En realidad, no le interesaba tanto provocar risa, como provocar algún tipo de reacción del público, aunque fuese enfado, ira, extrañeza. Pronto empezó a escribir, su precocidad era insultante para los veteranos del oficio, apenas con dieciséis años, ya escribía para otros cómicos con cierto prestigio como Guy Lombardo, Jane Morgan, Arthur Murray y otros.

Se fueron cumpliendo sus sueños como parte de un insólito truco de magia. Uno de ellos fue poder escribir para su admirado Bob Hop. Desplegó un ingenioso sentido humorístico, convirtió el pesimismo y su visión desesperada y existencialista en un filón de la comicidad. Mezclaba escenas cotidianas con depuradas frases filosóficas que sorprendían y extrañaban. Creó un nuevo prototipo de cómico. 

Actuó en los programas de más audiencia como el Show de Letterman o el Ed Sullivan Show. Como director vio unas enormes posibilidades para plasmar su plétora de personalidades complejas, atormentadas y confusas, que no es más que una extensión de su mundo interior, sus psicosis y obsesiones. Ha sabido captar como nadie la belleza de las calles de Nueva York. Entre sus éxitos están títulos como Bananas, El dormilón, Anny Hall, Manhattan, y un extraño experimento en forma de falso documental que se tituló Zelig. Le sigue La rosa púrpura del Cairo, Hanna y sus hermanas, Misterioso asesinato en Manhattan, Balas sobre Brodway, Match Point, Medianoche en París, la lista es interminable.

Declara influencias de Groucho Marx, del que llegó a hacerse amigo, por supuesto Bob Hope ya mencionado, el cómico Kaufman o Mort Sahl, por supuesto Chaplin, Harold Lloyd. 

Woody Allen es como lo vemos en las películas, un hombre inocente, un hombre bueno, que no duda en mostrar sus puntos débiles, sus defectos, sus carencias, en mostrarse absolutamente vulnerable ante millones de espectadores. Y eso es lo que lo hace grande. A pesar de estas declaraciones grandilocuentes, con un existencialismo recalcitrante, en el libro, así como en su obra en general, se percibe una actitud vital, resiliente. Exhibe una asombrosa capacidad de disfrute. Ante todos esos pensamientos de filosofía etérea, él prefiere los pequeños y enfáticos placeres de la vida cotidiana. 

En definitiva, he encontrado más filosofía positiva, más motivación y goce en este libro que en multitud de sesudos estudios filosóficos, libros de autoayuda o en tristes y endogámicos ensayos. Al menos nos ha hecho pasar grandes momentos delante de una pantalla, nos ha hecho amar la vida, comprender al ser humano, ha sido uno de los pocos autores que ha sabido transmitir la psicología femenina. En la mayor parte de sus películas las mujeres son protagonistas. Siempre nos recuerda lo bueno de la vida, una esperanza, la belleza, el arte, el cine, el amor, y, sobre todo, la risa. La risa como terapia frente a un mundo inexplicable.

One thought on “‘A propósito de nada’, de Woody Allen

  • el 28 julio, 2020 a las 5:11 pm
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    fantastico como siempre descubriendo a mas personajes interesantes y tan necesarios en estos tiempos que corren,Gracias

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