Mario Luis Olezza, escritor y aventurero

ANDRÉS G. MUGLIA.

Existe una literatura de aventuras que pone en duda el límite entre lo real y lo imaginario. De un lado de esa frontera se encuentran las obras de quienes, sentados en una oficina o un estudio, tienen la destreza suficiente como para crear un mundo con escenas plausibles, y conseguir que un lector que hace un pacto tácito con ellos decida prestar atención a las desventuras de Allan Quatermain o de un capitán llamado Ahab. Solemos llamar novelista de aventuras al primer componente de esa dupla que se implica. Pero del otro lado de este límite antojadizo, están los verdaderos aventureros que deciden, porque consideran que lo que han atravesado interesará, dar a conocer sus historias que a veces cuesta creer aún más que las inventadas. Quizás sea más fácil entender e imaginar a un hombre que persigue a una ballena asesina hasta el fin del mundo, que otro cuyo único y obsesionante objetivo sea llegar al polo sur geográfico. Ambos, el citado Ahab y el capitán inglés Robert F. Scott, tuvieron el mismo destino: la muerte. Uno en la imaginación de H. Melville y el otro en la vida real, junto con otros tres desagraciados, congelados a poca distancia de un refugio que les hubiera salvado la vida. Los dos tienen un libro que cuenta su historia: Moby Dick y el diario de Scott en la Antártida.

El punto de contacto entre ambos es que su suerte nos llegó a través de un mismo medio: la literatura. Si un prologuista que hubiese querido hacer una broma hubiera intercambiado la realidad de una por la fantasía de la otra, anotando que la de Ahab era una historia real y la de Scott una fantástica, el lector no hubiese sentido el sobresalto de la incredulidad porque, tanto una como otra obra tienen la misma verosimilitud relativa. Ambas tienen elementos ciertos y otros tantos increíbles.

No es usual pero en ocasiones, los dos tipos de autores: el novelista que escribe aventuras imaginadas y el aventurero que relata correrías reales, confluyen en una misma persona. Este es el caso de Mario Luis Olezza, un escritor argentino prácticamente desconocido. 

Conocí la obra de Olezza a través de una novela comprada en una mesa de saldos y por la única razón de que tenía a la Antártida como escenario. Soy entusiasta consumidor (ignoro la razón) de todo libro, artículo o película que incluya a la Antártida como centro de interés. Lejos del sol es una novela breve sobre dos pilotos cuyo avión se accidenta en la Antártida. 

Ambos personajes se ven obligados a convivir en el estrecho espacio de una tienda de campaña con una rugiente tormenta aullando en el exterior, mientras esperan un rescate que nunca llega. Uno de ellos, el capitán, ha sufrido heridas graves y agoniza, y es auxiliado por el otro, un joven que apenas si cuenta con experiencia y elementos para ayudarlo. En la relación que entablan, más profunda e íntima que la que tenían antes de hallarse en tan delicada situación, el agonizante habla constantemente de su esposa. Inesperadamente el piloto sobreviviente se enamora de esa mujer desconocida (quizás idealizada).

En paralelo a la historia de los dos hombres se cuenta la de esa esposa, que se pone, por razón de la búsqueda de los desaparecidos, en relación con los padres del compañero de su esposo. Agotada por su mala relación matrimonial, sintiéndose culpable porque la desaparición de su pareja no la tortura de sufrimiento sino que le regala un vago alivio, escucha poco a poco los relatos que los padres del joven le cuentan sobre muchacho y, ella también, se enamora a la distancia y sin conocerlo.

El argumento de este ida y vuelta que tiene algo de extrasensorial es un poco ambicioso y no se sostiene del todo, pero la novela funciona en sus términos. Cuando los amantes que no se conocían por fin se encuentran, su relación imposible es condenada por el entorno y el final “infeliz” se precipita.

A partir de esa novela comencé a investigar quién era su autor. Olezza fue un aviador que después del golpe de estado que se dio en Argentina en el año 1955 fue relegado detrás de un escritorio (voló durante la refriega junto a las fuerzas leales a Perón) en un nebuloso trabajo relacionado con la Fuerza Aérea destacada en la Antártida. 

En esa tarea ímproba Olezza, que en lugar de resignarse buscó nuevos desafíos, se propuso realizar el primer vuelo  transpolar de la historia a bordo de un claudicante C-47, rezago de la segunda guerra mundial. Esta ambición que rozaba lo demencial y sus intentos por conseguirla conforman el libro El valor del miedo, apasionante crónica de los esfuerzos de Olezza y su equipo por conquistar el polo, o más bien sobrevolarlo. Las descripciones de los problemas superados, incluidas las dificultades para el aterrizaje y despegue con esquíes, el sobrepeso del avión, el mejor modo de estibar la carga, los protocolos de emergencia a seguir ante la pérdida de la nave; que serán de utilidad cuando en 1962 e intentado despegar con la ayuda de cohetes mal adaptados escamoteados de una base inglesa, el primer C-47 se incendie en plena Antártida; son descriptos pormenorizadamente. 

Tras el primer fracaso, Olezza deberá convencer a la Fuerza Aérea de que le confíe otro C-47, tarea que no le resultará fácil. Finalmente en 1965 el autor y su tripulación logran cruzar la Antártida y aterrizar en la base norteamericana McMurdo. 

El término pensamiento lateral, acuñado por Edward del Bono en 1967, se refiere a la búsqueda de soluciones a problemas a través de un pensamiento indirecto y creativo. Básicamente, la improvisación es un concepto que se ha revitalizado a través del reconocimiento de su valía. En Argentina por idiosincrasia, por carencia, por defecto o por lo que sea, la improvisación es un valor que forma parte del ADN nacional; a veces criticado, otras elogiado. 

En este sentido El valor del miedo es no sólo la historia del primer vuelo transpolar, sino un monumento a esa lateral filosofía argentina basada en la improvisación, los inventos salvadores de última hora, la filosofía del “lo atamos con alambre” y, por qué no, del tesón contra todo pronóstico. Un documento digno de ser leído no sólo como narración de una epopeya, sino como ejemplo de una filosofía que a veces da resultados positivos y otras no tanto. 

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