«Paloma o larga nieve», José Manuel Suárez

Por Elena Marqués.

Que el Amor es para muchos el centro de la vida es algo innegable. Que ese espacio nuclear que se le concede se manifieste y sublime en la Literatura desde sus orígenes solo puede ser su consecuencia más directa.

Tal como explica en el prólogo el propio autor de Paloma o larga nieve (Tiberíades), con ese título bimembre que ciertos textos líricos del Antiguo Testamento y los tan celebrados de la mística castellana, algunas de las composiciones más remotas en nuestra tradición poética fueron los autos, de estructura dramática, y las cantigas, pequeñas piezas compuestas para ser entonadas. Y tales fórmulas, renovadas pero con el mismo sabor de siempre, son las que decide adoptar el laureado José Manuel Suárez, autor, entre otros, de los poemarios Sigilo de llama, Tras la huella de un ala y Abedules, contra las nubes claras, para dar voz a los perpetuos amantes que, con las denominaciones clásicas del Cantar de los cantares, se buscan, se esquivan y se convocan en un juego de voces alternas por toda la eternidad.

La primera parte del libro, «Si la rosa es», se compone de distintos cuadros. En ellos escuchamos la glosa y el homenaje a un uso versificador que es símbolo y representación en sí mismo, y que emplea la terminología propia de la poesía religiosa y erótica, indefectiblemente unidas desde mucho antes de que la tradición áurea las llevara a su cumbre. Así, por sus escenas sobrevuelan palomas y gorriones y corren ciervos y potrillos en una radiante y ya tantas veces representada naturaleza nocturna («había una gran luz / no usada») jalonada por cerros y apriscos, en la que la casa se erige en refugio Rincones compasivos / amparan las promesas / del don codiciado, / inmerecido») y lugar elegido para el encuentro postergado del amor, construcción «A cuatro manos», espacio del nosotros, mientras «Fuera, ofuscación, / griterío de feria» se suceden.

Con un loable dominio técnico, Suárez expone el afán y la dificultad de alcanzar lo inefable («Se anticipan los brazos, / casi te toco. Fui / por caminos cavilosos / tras la huella de un ala / que nunca vi») y nos sitúa, parafraseando a Cernuda, en la realidad del deseo, en ese ansiado acercamiento que se aplaza en la placidez de las palabras, en el ritmo moroso y entrecortado que la brevedad del verso, la urgencia del imperativo («Vamos. Pasa. Te invito») y los límites de la estrofa imponen para que el anhelado clímax de la unión se acreciente en la espera.

Andar y andar
contigo, y sin alcanzarte.
Cuándo el consuelo
de haber llegado.

Es notable cómo todo el campo semántico empleado por el poeta, que cuida hasta el más mínimo detalle, rebosa sensualidad (labios, cielo, rosas, ojos; «No asfixiéis el deseo; / custodiad en vosotros / los pétalos abiertos»),contribuye a la idea de ascensión a través de la conocida imagen sanjuanista («¡Rápido! ¡Ven en un vuelo!»), a lo que se oponen las barreras de muros, nieblas, espadas y tabiques, palabras que no llegan a su destino, por lo que, como no podía ser de otra manera, se entreveran frecuentes los recursos de contraposición y antítesis («Mi llanura y tu montaña»), de las que no me resisto a reproducir esta hermosa concatenación de evidentes reminiscencias clásicas:

Un túnel oscuro,
enllamarado y frío.
La tiniebla, clara;
el corazón, aterido
cuanto más ardía,
deslumbrado
por la nieve prometida.

La segunda parte del poemario, la dedicada a las cantigas, recoge pequeños destellos de diversa factura y temática, de los que emana igualmente una sosegada sensación de quietud. Junto a referencias amorosas centellean otros asuntos igualmente universales, como el inevitable paso del tiempo y la cualidad efímera de lo humanoDesazón, sequía… / Cuando menos pensaba, / instantes perdurables / que apenas durarían»), la urgencia de la verdad, la significación de lo pequeño y lo sencillo, y lo que en su interior guardan o revelan, con toda una terminología de referencias igualmente sencillas, simbólicas y ancestrales (trigo, sol, fruto, semillas, pan) que apuntan a todo lo que crece, a todo lo que importa.

Dadas las tendencias poéticas actuales, quizás más libres, menos encorsetadas, al lector contemporáneo podría resultarle impropia la elección de las formas, con sabor arcaico incluso en la vacilación en el empleo de los tiempos verbales; el retorno a la rima, especialmente en las composiciones de «Ascendimiento»; el diálogo en alternancia, donde no faltan las continuas apelaciones-interrogaciones que son quejas de ausencia, que son despedidas («¿Te vas? ¿Tan pronto? ¡Adiós!»), acompañado por estribillos de coros en contrapunto. Sin embargo, la belleza que consigue Suárez en la reconstrucción del tema del amor nos hace deslizarnos por el texto sin casi darnos cuenta, e incluso se nos antoja recitarlo en voz alta, confirmando así la oralidad como el mejor modo de entregarse al goce compartido de la literatura. Un placer que en este caso es puro y pacífico, y que nos convence de que sigue habiendo espacio para fórmulas desusadas, para la narración poética que es esta larga composición, con inicio, nudo y desenlace (véanse los títulos de las partes), y para seguir aspirando a lo más alto, sean el Amor, la excelencia creativa o la paz espiritual, como la forma más cabal de estar en el mundo.

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