‘El mapa de las islas’, de Alastair Bonnett

El mapa de las islas

Alastair Bonnett

Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria

Blackie Books

Barcelona, 2022

238 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Incluso si fuera cierto que hemos venido a este mundo a bailar, el suelo sobre el que se ejercita la danza es demasiado frágil. De eso trata el último libro del genial Alastair Bonnett (Epping, 1964), de la fragilidad del planeta, de la fragilidad de la parte del planeta en la que vivimos. Para ello elige las islas, que son objeto de deseo, que son leyenda. Nos enfrenta a islas casi imposibles, es decir, a islas que podrían no estar sucediendo o no haber sucedido, a islas que bien podrían haber sido un invento de un mecanismo de ciencia ficción o de reinvención de la memoria. Pero existen. Muchas de ellas gracias a la riqueza, pero otras a costa del sudor de quienes intentan sobrevivir. Y algunas son merecidos homenajes de la naturaleza, gestos que podrían ser efímeros.

Las islas son representaciones de utopía, son metas de nuestras ilusiones. De ahí ese encanto con el que Bonnett nos lleva de viaje por varios de los lugares más enigmáticos del planeta. Ya lo había hecho antes, en dos libros maravillosos: Lugares sin mapa y Fuera de mapa. Volvemos a desplazarnos con él por sitios insospechados, sintiendo que viajar es una actividad que deberíamos ejecutar con buen humor, con predisposición a la sorpresa, con ansias por compartir el viaje a través de la literatura, para hacerlo así imperecedero. Su estilo es delicioso, sus aportaciones y su punto de vista son siempre oportunos y divergentes. A pesar de ello, consigue proporcionar la dosis conveniente de melancolía, pues esos mitos que son las islas están o bien desfigurándose, o bien cayendo en imposibles. Nos habla de las islas como refugio de dos sentimientos casi contrarios: libertad y miedo.

En esta ocasión Bonnett trata sobre la transformación del mundo, en el que la naturaleza está en conflicto con la civilización, y parece inevitable la derrota de la primera a corto plazo. Sobre el tapete está la certeza de que una vez desaparecido el hombre, hasta las islas de plástico que flotan en los océanos terminarán por diluirse. El tiempo es infinito, la humanidad tiene los días contados. El pequeño espíritu de aventura con el que pasea el autor se ve reflejado en los episodios de humanidad que rescata, breves encuentros que en ocasiones sólo mencionan un prohibido el paso o una ayuda para reconciliarse con la gente. En realidad, la mayor parte del texto es un ensayo social, teniendo en cuenta toda la polisemia de la expresión: la obra del autor como estudio, y la obra del hombre sobre las islas como intento de superar escollos o mejorar la vida, siendo la mejora algo vinculado al confort. Se nos habla, constantemente, de un concepto de inhumanidad que está demasiado próximo a nuestros anhelos, pues las creaciones y las aportaciones sobre la naturaleza que hemos creado no sustituyen a los beneficios que se supone debería darnos esos espacios. Seguimos siendo seres incompletos, soñando con paraísos perdidos e intentando fraguarlos. Mientras tanto, lo poco que podríamos rescatar está a merced de un futuro que es peor que incierto, que es reconocido como catastrófico, a cuenta del cambio climático.

Hay islas que desaparecerán por las consecuencias de esta época antropocénica, y hay islas que sobreviven gracias a las invenciones que conlleva. La diferencia, sobre todo en lo que atañe a los lugares donde vivimos, es que en las primeras habitan personas humildes, y en las segundas se refugian los adinerados. El debate sobre las fronteras de lo sensato está servido, y Alastair Bonnett vuelve a ofrecerse como guía en una geografía desconcertante.

 

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