‘Las cigüeñas son inmortales’, de Alain Mabanckou

Las cigüeñas son inmortales

Alain Mabanckou

Traducción de Regina López Muñoz

Libros del Asteroide

Barcelona, 2022

277 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Bajo el sol de África, clavado en ese cielo que tanto nos gustaría amar, se esconde, lo sabemos, una vida que puede ser muy trágica. Y se exhiben muchas sonrisas. La libertad o la dicha de vivir con la que soñamos, cuando soñamos con África, es un lujo occidental, una mirada que hereda algunas costumbres del colonialismo. Ese colonialismo que ya sucedió, ese que dejó un continente repleto de desigualdades y, de hecho, un continente que es una de las partes más perjudicadas de una desigualdad mucho más global. No parece probable que consigamos sanar heridas, pero no cabe rendirse. Y para ello debemos comenzar por un diagnóstico certero. A la hora de emitir un diagnóstico se escuchan todas las voces, y eso supone tener en cuenta obras como esta, Las cigüeñas son inmortales.

Alain Mabanckou (República del Congo, 1966) nos habla desde la perspectiva de un crío, lo cual supone entregarnos a un narrador inocente. Pero esa mirada inocente no es del todo atinada. Detrás de ese niño estará el autor, o el supuesto autor, que es el narrador ya crecido, que nos remite, como no podía ser menos, al propio Mabanckou. Se nos presenta un país donde todo el mundo quiere que le fíen, mientras se admira al líder de la Revolución, o se genera intriga alrededor de estas figuras. Nuestro narrador irá despertando, conociendo el mundo, acumulando momentos propios y momentos prestados, como los que surgen de las conversaciones entre adultos. No cesa de extrañar lo que viene de fuera, como si todo cayera por sorpresa; pero tampoco recibe sin extrañamiento a lo que surge de su interior, a sus sensaciones y emociones.

Estamos ante la educación sentimental de un muchacho en un país líquido, en los años setenta, en el que existen varios estratos sobre los que ir construyendo la madurez: está el yo, e imbricado al yo como la hiedra a la pared, está la familia, que es extensa y no deja de ir ampliándose; y está el país, la función de ese término que llamamos patria, la idea de una identidad, la necesidad de independencia para sentirse libre o las dudas entorno a todo ello. Mientras relata aspectos de su infancia, siente que su evolución está enlazada a la historia política del país. En realidad, esta novela refleja a una voz que nos sacude para mostrarnos que quiere que sepamos que todo esto, todo lo que les afecta, terminará por traducirse en lo que uno es. Somos lo que el ambiente nos ha hecho ser.

Hasta que un golpe de Estado pondrá en peligro a la familia. A partir de ese momento, la tensión mellará la esencia humana. Nada hay más perjudicial que cualquier forma de violencia, pero tener que respirarla porque forma parte de la atmósfera es algo que sólo podemos descubrir a través de estas voces. Que nos afectarán, porque en un relato de iniciación, de construcción de la personalidad, cualquier pequeña sacudida nos alterará para definirnos.  Y mucho más cuando las sacudidas son salvajes. Mabanckou intenta ser sereno y mostrarnos, eso sí, todo con mucho cuidado. Como se merece ese país, como se merece la memoria.

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