Los aerolitos no son aforismos (ni falta que les hace)

 

José Luis Trullo.- Resulta llamativa la resistencia que los aforistas han ofrecido, casi desde siempre, a bautizar sus aforismos con tal nombre: como si su aspiración fuese la de pergeñar para sus frases cazadas al vuelo un género específico (con su modo concreto de recepción, su música y su aroma propios), quienes han practicado y practican el decir breve las han difundido bajo todo tipo de heterónimos. Hasta cuarenta distintas, ha llegado a catalogar Manuel Neila, aunque seguro que hay muchas más.

Aerolitos, el modo en que apellidó Carlos Edmundo Ory a sus destellos de lucidez, no es el menos conocido de estos nombres de batalla, y tal modo de rotular sus anotaciones refleja fielmente su carácter fosforescente, raudo y veloz, como una centella en una noche oscura. Sin embargo, un aerolito no es, ni lo pretende, un aforismo: frente a su perfil más o menos definido en el plano formal (aunque lábil y ambiguo en el del sentido), encontramos en esta edición al fin completa todo tipo de apuntes surgidos al paso de la vida y la escritura. Así, se alternan bellos pasajes de gran hondura conceptual y extravagantes listas de nombres propios, chistes meramente ingeniosos y auténticos versos sueltos, astillas de textos truncados y transcripciones de ideas volanderas (ese “staccato de breves frases elípticas”, como las califica el poeta) y, sí, también algún que otro aforismo clásico. Estos son los que a mí más me atraen pues, frente al multifrontismo del material reunido, heteróclito y proteico, también son los que reclaman y soportan mejor el juicio crítico. Déjenme, pues, hacerme eco de algunos de los que lo han resistido, según mi modesto criterio:

El hombre es la tinta simpática del ser.

El silencio es políglota.

Todo es huevo bajo el sol.

Ciegos son aquellos los que no ven lo invisible.

La humanidad es el método de Dios.

La vida son los guantes de la muerte.

Llama la atención la abundancia de aerolitos que mencionan a Dios, y no en vano: de hecho, Ory siempre fue un hombre henchido de espiritualidad lírica, esa que emparienta a los místicos de todas las tradiciones con los poetas de todas las lenguas. Para mi gusto, en estos es donde encontramos la sustancia más nutritiva, la que compensa los disgustos de tropezar con muchas, tal vez demasiadas ocurrencias paticortas, por conformarse con el mero juego verbal, sin recorrido ulterior. Pero ya conocemos a Ory, capaz de embutir lo más serio en lo más lúdico… y viceversa.

Sea como fuere, el amante del género más breve, y el lector de poesía española en general, no puede dejar de incluir en su biblioteca aforística estos Aerolitos completos que Carmen Sánchez y Laure Lachérov han editado de manera magistral, y Firmamento publicado con un gusto exquisito.

 

 

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