Gustavo Fiumano: “¿Para qué habitar el mundo real?”, una novela con puente Buenos Aires-Madrid

Horacio Otheguy Riveira.

Excesiva en más de 800 páginas, y con razón. Dueña de exceso necesario, tal y como el autor transita sobre las cornisas voluptuosas por las que andan una aspirante a escritora y un profesor de Historia. Una novela que une Buenos Aires con Madrid (“San Telmo y Malasaña”), en la cual la amistad adquiere un notable protagonismo dentro de las andanzas de un grupo de veinteañeros que hacen lo posible y lo imposible por ser reconocidos —sobre todo como hombres y mujeres— en un mundo que avanza tan deprisa que sus cambios se perciben cuando ya se está en pleno ojo de algún huracán o de varios a la vez.

En ¿Para qué habitar el mundo real? la amistad y el amor son delicadas figuras de porcelana redivivas cual sueño surrealista, sin perder ni un ápice de un andariego costumbrismo. Algo que habita sus páginas desde el comienzo:

«I. Recordarás la primera vez que con su trajín nos juntó la vida. Joaquín Sabina: Juegos de azar.

“Alféizar”. Eugenia susurró asegurándose de que nadie en el andén pudiera escucharla. Calculó la cantidad de veces que había leído esa palabra en diferentes novelas y cuentos, eran incontables. Recordó que durante años ni siquiera supo qué significaba y, a pesar de eso, no se había perdido ninguna parte clave de ninguna trama.

“Juro solemnemente ante los dioses sagrados del subte B [Metro en Argentina] que nunca utilizaré el vocablo alféizar en mis producciones literarias” musitó, como si estuviera rezando. Después de todo, estaba convencida de nunca haber oído esa palabra salir de la boca de ningún ser humano. Termino de hacer la promesa instantes antes de subir al tren.»

 

Una novela densa y ágil a la vez, de las que prenden en los lectores con buen ánimo para seguir los pasos de personajes que se hacen querer entre canciones que el autor cita capítulo a capítulo, en un variopinto repertorio con mucho de Sabina, bastante de Fito Páez, y gran variedad donde destaca un grupo poco conocido en España: Serú Girán, con letras como estas:

Tengo la esperanza de encontrar un sonido y un amor tan grande que te pueda envolver.

Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar.

Mucha variedad de estrofas y ritmos que, a veces, forman parte intensa de la trama, como cuando Litto Nebbia se ocupa de su Nueva zamba para mi tierra: «No quiero vivir sin ti, mi tierra. Me interesa hasta tu desencuentro. Si algún rumbo he de seguir, si una historia quiero hacer, si un camino he de trazar, que sea en mi tierra»,

Pero en el vaivén de tierra propia, la búsqueda es inagotable. Las dos ciudades, Buenos Aires y Madrid, han de palpitar a través de un lenguaje porteño con aspiración universal.

Y ya de pleno, por ejemplo, en página 208:

«Francisco Rossi nunca había dejado de ver en Esteban a ese nene que hacía preguntas sobre absolutamente todo. Un día se encontró con que ese nene se había convertido en un adolescente que lo contradecía casi como si fuera una competición deportiva, alguien que depositó miles de dudas donde antes Francisco solo tenía lugar para certezas.

—Va a hacer calor hoy —comentó su mujer como quien no dice nada.

—Sí, podemos ir a caminar por el Retiro cuando baje el sol.

Sin embargo, Francisco no tenía en la cabeza los planes para una tarde primaveral en Madrid. Las imágenes de la pesadilla padre-hijo reverberaban por las paredes de su cráneo.

—¿Cómo mierda te pensás que tenés computadora, equipo de música y todo lo que quieras? —solía preguntarle a Esteban cuando él le cuestionaba su aprobación a las políticas del presidente Menem.

Esteban le contestaba que eso era posible a cambio de que todos los días hubiera miles de argentinos perdiendo sus empleos, siempre focalizándose en lo negativo y sin darle jamás un mérito a su padre.

—Pero yo sigo trabajando y nos va bien. Punto —le respondía Francisco, quien tampoco revelaría las dudas que tenía. Delante de su hijo, se mostraba como un muro impenetrable.

Al final, una tarde calurosa del verano de 1996, la tensión entre los dos se hizo incontenible y el vaso rebalsó, no por una gota, sino por un baldazo. La empresa donde trabajaba Francisco ya no pudo competir más con la importación de productos extranjeros a mitad de precio y comenzó a recortar costos para recuperar competitividad. […] Los diálogos se volvieron menos esporádicos. Esteban se interesó por el proyecto laboral de su padre en Madrid. Francisco hacía algunos comentarios tímidos cuando veía a su hijo corregir exámenes. Compartieron algunos momento hasta que el viaje a España terminó por abortar la posible reconciliación y enfrió el acercamiento. Con un océano de por medio, los sentimientos afloraron otra vez, tanto los positivos como los negativos…».

El Parque del Retiro de Madrid: centro neurálgico para familias, amigos y parejas, donde se impone, naturalmente, retirarse del agobio de la gran ciudad.
Vamos al sol, así por Castellana, que nos abrigue el cielo y la mañana. (Fito Páez, Tu sonrisa inolvidable)
Buenos Aires es como contabas. Hoy fui a pasear y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar y me puse a gritar: “¿Dónde estás?”. (Joaquín Sabina, Con la frente marchita).
El autor en el Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires: antiguo teatro transformado en una espectacular librería.

Gustavo Fiumano, Buenos Aires, 1980. Estudiante inconcluso de diversas carreras, ávido lector, cinéfilo, wing derecho amateur, melómano y viajero. También es un compositor y cantante, con cuatro discos publicados hasta el momento en las distintas plataformas digitales. Durante los meses iniciales de la pandemia, confinado por la cuarentena, se reencontró con su gran pasión: la literatura. Todas sus vivencias e influencias comenzaron a despertar reflexiones sobre el amor, la amistad y el cíclico caos en que vivimos. Estas ideas se acumularon durante mucho tiempo hasta que por fin salieron a la luz en forma de novela.

«Que cada apartado comenzara con una frase de canción me pareció una buena idea, dotar de “banda sonora” al libro, poner al lector en clima con música. ¿Existe algo mejor que la música? Y en el caso de que no conociera la canción, entonces estoy dando un servicio aún más valioso al convidarle con algo maravilloso que está a punto de descubrir. A medida que avanzaba en la narración descubrí que lo que más me gustaba era escribir los diálogos. Lo disfrutaba y era lo que me salía más natural. Viéndolo hoy, dos años después, estoy seguro que esto ocurría porque lo que yo tenía era una enorme necesidad de recuperar esos diálogos que había perdido producto del aislamiento. Hoy, con el libro en la mano, con Eugenia, Esteban y sus amigos aventurándose entre las páginas, lo primero que pienso es que aquellas ideas que no se mueren, nos esperan. Salen a la luz, se convierten en algo, tal vez en lo que queríamos o tal vez en algo diferente. Pero para que ello ocurra habrá que entregarse de lleno al trabajo, porque las ideas pueden aparecernos sin esfuerzo, pero las obras requieren toda nuestra dedicación».

 

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