Los regalos envenenados de la pedagogía

 

 

El principio primero de la Pedagogía moderna es creer en el ser humano, al contrario
que la Pedagogía antigua, que no creía en él -sobre todo el cristianismo, que le
consideraba portador del mal, de un pecado original-. Desde este punto de vista podría
deducirse el tipo de pedagogía que puede ejercitarse en uno u otro caso.

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Si Jesucristo no logró hacernos mejores, intentarlo los políticos y los pedagogos es
una presunción que, más allá de la soberbia, raya no ya en la rebeldía teológica, sino en
la tontería teológica.

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Tratado de Pedagogía: versión técnica de un tratado de Buenas Intenciones.

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“Quien tiene fe en la pedagogía sólo puede ser un optimista” (Laszlo Nemeth). Yo
diría que es aquel bueno por naturaleza del que nos ha hablado precisamente alguna
pedagogía.

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“Sócrates aconsejaba a los jóvenes que se miraran a menudo en el espejo, para que,
viendo lo hermosos que eran, se volvieran dignos de ello” (Ceronetti). He aquí la causa
ejemplar que tanto falta a la pedagogía actual, horra como está de valores que no sean
los de utilidad, y escéptica y difusa en los fines de la educación: hacer un modelo moral
acorde con el valor estético de la propia juventud. Una conducta condigna a su belleza y
su fuerza de vida.

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La educación es, obviamente, un regalo. Pero he aquí que dar lo adecuado es un arte
infinitamente más difícil que recibir, sobre todo porque el que recibe no quiere sino lo
que quiere…, y quiere lo máximo. Por eso debe estar en guardia el maestro: porque
regala. Y digo regala porque decir lo adecuado a alguien es un regalo. Al contrario de
quien adula, que hace peores a los hombres. Es por lo que dar a alguien lo que quiere o
hacerle oír lo que quiere (o el aprobado general) es el arte más fácil de todos… Ni
siquiera es arte.

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El problema añadido de la educación no es aprender una cosa. El problema es
aprender los límites de esa cosa: el problema es que el niño y el joven tienen que
extralimitarse e ir más allá para probarlos por sí mismos. El niño tiende a sacar punta al
lápiz para ver hasta dónde llegan esos límites (y hasta donde llegan es hasta romper la
punta, obviamente…; y en esto no digamos nada de las motos de los jóvenes).

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Cuando un niño vive con quien no tiene sentido común, no puede aprender a poner
cada cosa en su lugar, a reconocer los caminos ni, por tanto, a diseñar un proyecto de
vida. Dicho al envés: cuando un niño vive con quien tiene sentido común aprende a
colocar cada cosa en su lugar, a reconocer esos caminos y a trazarse unas metas. ¿Qué
puede, pues, hacer la educación? ¿Cómo lograría proporcionarle ese sentido común?

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Si a los niños se les entra por el afecto al concepto, como quería Gracián para todos, a
los adultos se les entra por el concepto al afecto. Ni que decir tiene que son muy pocos
los que superan ─si es que deba superarse─ aquella primera etapa.

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El error esencial de la pedagogía y la sociología actuales es pensar que un tonto y un
chorizo son redimibles con la cultura. Un tonto y un chorizo doctor académico y culto
serán un tonto y chorizo doctor académico y culto… Lo que ocurre es que es poco
frecuente que un chorizo tenga ganas de hacer una tesis doctoral (pero, en fin, ese es
otro tema).

 

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