Marilú Marini en El corazón del daño: epopeya de un rencor

Horacio Otheguy Riveira.

De la novela de María Negroni al teatro, adaptada por la misma autora. Una novela propensa a la autobiografía, pero más hacia la investigación del lenguaje en torno a la compleja relación con su madre. Con muchas influencias literarias, Negroni redescubre la dramática relación, para lo cual esgrime datos reales y ficcionales, en realidad, una autoficción como sucede siempre que recordamos y más aún si los brotes del pasado los transcribimos a una escritura emocionada.

Si la novela se nutre de grandes novelistas, sorteando frases de autores o de sus personajes, ya en escena, es notable la influencia de Samuel Beckett, sobre todo porque esta mujer que habla de los amargos días con su madre parece conversar con Winnie, hundida en un montículo de tierra hasta la cintura, y en el segundo acto hasta el cuello. Ironiza al verbalizar Los días felices”, obra maestra de Beckett, de 1963.

Hablar pausado, sentido, con su baño de ironía y de elegante enlace con el duelo. Lo interpreta quien fuera —y sigue siendo, claro está— bailarina, coreógrafa, dramaturga, directora, mujer de teatro al fin, Marilú Marini, que por momentos se mueve con la ligereza de aquella de los años 70, en cuerpo y bellas manos; talentosa, encantadora, dueña de cautivadora simpatía para quienes tuvimos la suerte de conocerla y aplaudirla en su Buenos Aires natal, y reencontrarla inesperadamente en Madrid con una soltura escénica admirable, voz cantarina, envolvente.

Aquí se unen autora y actriz y conforman un beckettiano discurso donde el recuerdo de aquellos episodios se torna una epopeya de escasos movimientos, pero muchas voces en la voz de la actriz que crea un personaje en un ambiente impreciso por donde el rencor no recula para dar paso al deseado perdón, que resulta imposible: el personaje ausente, aquella dama altiva en su desamparo impide el sueño de la niña con sus febriles sonidos asmáticos. Ayer y hoy el sonido del ahogo, la carrera a la farmacia por acabarse la medicina, esa desolación de la enfermedad como único esplendor sentimental. La aflicción que echa contra las cuerdas al autoritario personaje… solo momentáneamente.

Se crea suficiente distancia para evitar un melodrama desgarrador. Lo que interesa es compartir con ellas un cierto vagabundeo por el rencor que acompañará siempre, siempre también en alianza con el amor de la joven seducida por la ambigua, fascinante personalidad materna… cuando el padre se ausenta, dado al juego y las mujeres del cabaret.

«Un árbol genealógico extraño.

Del lado materno, ínfulas de alcurnia: institutrices, chofer, porcelanas, y otros lujos, tal vez, menos inútiles: mi bisabuelo Luigi, que había estudiado en Frankfurt, fue traductor de Rilke.

Del lado paterno, asturianos, gente de campo, analfabetos.

Todos los hijos, dos varones y dos mujeres, fueron a la universidad.

A mi madre le tocaron el arte, la literatura y la música, pero también el orgullo, el silencio sexual. La falta de calle, según mi padre.

A mi padre el Derecho, el dinero y la seducción, pero también el póker, los caballos.

Los antros de perdición, según mi madre.

El cuerpo, en ningún lado (salvo en el cabaret, para él). La política, en todos (especialmente en la saña, de ella).

¿Qué cosa monstruosa podía nacer de semejante unión? La literatura es una forma elegante del rencor.

(Qué frase escandalosa.)

Escribir es horrible, dijo Clarice Lispector. Yo diría que es también tramposo.

Porque decora el dolor, le pone plantitas, fotos, manteles y después, se queda a vivir ahí para siempre, en la capilla ardiente del lenguaje, confiando en que nada puede agravarse porque si ya duele, ¿cómo podría doler más?».

«No hay contacto físico. El roce, entre nosotras, fue siempre así: imposible. Ella se pone rouge en los labios. Yo leo. Antes de irme, le pido un abrazo de oso. Es un invento de los Estados Unidos, le explico. Le muestro cómo se hace: hay que acercar los cuerpos, poner los brazos así, dejar la caricia haciendo. Fracaso, naturalmente».
Actriz y director en uno de los salones del Teatro Español. Posado en un contexto histórico que rememora la nostalgia profunda por la que se desarrolla El corazón del daño.

De: María Negroni

Adaptación novela homónima: María Negroni con la colaboración de Oria Puppo y Alejandro Tantanian

Dirección: Alejandro Tantanian

CON Marilú Marini

Diseño de espacio escénico, iluminación y vestuario Oria Puppo

Diseño de sonido y composición musical Diego Vainer

Fotografías de Vanessa Rabade

Coordinación técnica Teatro Kamikaze Está por Ver Producciones Producción Teatro Kamikaze Pablo Ramos (producción ejecutiva) Jordi Buxó y Aitor Tejada (dirección de producción) Ayudante de dirección Patricio Binaghi Asistente de dirección Santiago Pedrero Residente de ayudantía de dirección Paul Alcaide

Una coproducción del Teatro Español y Teatro Kamikaze

 

Del 21 de septiembre al 28 de octubre de 2023 Teatro Español. Sala Margarita Xirgu

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