‘Kudryavka, perra de pelo rizado’, de Xenia García

REYES GARCÍA-DONCEL.

Hay libros muy bien escritos, muy documentados que incluso tratan temas interesantes… pero no consiguen sacudir ni una de tus fibras. Y hay otros también muy bien escritos y documentados que te conmueven y estremecen hasta la médula… libros con muchísima carne viva en su interior. Este es el caso que nos ocupa donde la historia a veces es tan dura, que tienes que descansar de leer.

Kudriavka (Perra de pelo rizado) tiene como hilo narrativo los recuerdos de Pepa, una divorciada con un hijo adolescente, que debe desocupar y adecentar el piso de su exmarido muerto en condiciones dudosas. Esta muerte y un terrible descubrimiento sobre él, serán los detonantes que le provocarán ajustar cuentas con su propio pasado. Porque Pepa es, en realidad, una niña de doce años, fea, pobre, rara e invisible: «Hay veces que me pongo el vestido del revés para que me vean. Y entonces todos me ven», atrapada en el cuerpo de una mujer madura, que se llama a sí misma Kudryavka, nombre de la perra Laika antes de ser lanzada al espacio en el Sputnik.

La novela aborda varios temas muy sensibles: el suicidio, visto como el último ejercicio de libertad humana; la pedofilia « ¿Cómo se mata a una niña?(…) Se le mete un duro en la palma de la mano para que se compre un chicle de fresa»; y las consiguientes infancias rotas: «Justo en esa herida abierta comenzó a crecer mi costra»; también sobre el fanatismo religioso, y en concreto el tratamiento que las familias del Opus Dei dan a la pedofilia y al suicidio; sobre los monstruos escondidos dentro de las buenas personas con las que convivimos —«Nunca terminamos de conocer a las personas con las que convivimos», afirma la autora— y los silencios cómplices de la sociedad que permiten los abusos: «Lo sencillo es culpar al que mete la mano, la mano guiada por todos vosotros …»; sobre la opresión de la mujer, pues Pepa es la vilipendiada por adúltera; y la falsedad de nuestras verdades de mujer, el mito de Casandra aparece: «una mujer es más mujer mientras más calla»; y sobre todo aborda el tema de la culpa: «¿En qué parte de su cuerpo alberga una mujer la culpa? » se pregunta machaconamente. Una culpa que no es solo de agresor sino sobre todo de la víctima: «Si sientes culpa debes ser culpable ¿no? » La culpa como una estrategia: «como una forma de violencia, de control, de agarrarte por el brazo, de atarte las extremidades con lazos negros», muy acertada esta imagen de la culpa como ataduras que te bloquean y te impiden vivir en plenitud y libertad.

La historia toma la voz narrativa de tres personajes fundamentales: Pepa, su exmarido al que denomina el Hombre, y la niña abusada, la Niña, aunque también aparecen algunos testigos durante la investigación policial, así como informes, listas y otros documentos. La voz predominante es la de Pepa, en primera persona, que nos habla con un estilo conciso y seco, con oraciones cortas, casi en forma de titulares. Estas frases tan escuetas y afiladas me parecen un acierto porque son demoledores, llegan al lector como puñetazos y le ayudan a sentir la violencia emocional en la que ella vive. El Hombre habla también en primera persona pero con oraciones más elaboradas y párrafos largos, como si sus pensamientos fueran también más enrevesados; y la Niña lo hace en tercera. A este estilo rápido se añade que los capítulos son cortos, casi relatos, que concentran la intensidad de la acción. Kudriavka es su primera novela, pero en su libro de relatos Cárceles de azúcar —premiado con el Fundación MonteLeón, que por cierto ha visto la luz casi al mismo tiempo que la novela—, hay uno con este mismo nombre, como si la autora hubiera necesitado prolongarlo en una novela, o quizás hay una voluntad de experimentación, de eliminar los límites de ambos géneros narrativos.

En los primeros capítulos/relatos vemos a Pepa totalmente desconcertada, llena de dolor: «Mi costra supura: ojalá te mueras», de rencor hacia su familia y su pasado, de ira hacia su exmarido y de culpa por no haber sabido tener otra vida. Su confrontación con la intimidad desconocida del Hombre, que quiere mantener oculta para el Hijo, le hace ir poco a poco reconociéndose en la niña que fue: «Las heridas de nuestra infancia son las cicatrices que lamemos de adultos», es decir, tenemos la edad de nuestras heridas abiertas. Pero la memoria ayuda a Pepa a sanar, a comprender y a compadecerse tanto de sí misma como los otros: «…la costra ha desaparecido y ahora es una herida en carne viva que sueña con cicatrizar».

La autora se atreve a lanzarse a esta piscina de temas que la sociedad prefiere eludir, o tocar solo por la superficie, en un ejercicio de valentía (no quiero ni imaginar lo que habrá leído y visto en la inevitable labor de documentación), y sinceridad, pues aunque ella afirme que no hay material autobiográfico en esta novela, su escritura remueve las propias entrañas e implica una gran dosis de empatía. Se la recomiendo.

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