«Lo que busca la abeja», de Víctor Herrero de Miguel
UNA POESÍA LLENA DE LUZ Y DE SENTIDO.
Por Asunción Escribano.
Víctor Herrero de Miguel nació en Salamanca (1980). Fraile capuchino, estudió filología clásica en la Universidad de Salamanca y Sagrada escritura en Roma. Profesor de Biblia en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), ha publicado, entre otras, las obras Carne escrita en la roca (Evd), Gloria Fuertes. Dios sabe hasta geometría. Poemas de una mística en el suburbio (PPC), o Tristeza (PPC).
Lo que busca la abeja, XXVI Premio de Poesía “Ciudad de Salamanca”, publicado por la editorial “Reino de Cordelia”, es su primer poemario. De escritura límpida y luminosa, y profundamente musical, todo el libro está dominado por una verdad muy honda, por una conciencia del resplandor desapercibido del instante, del aquí y el ahora.
No es de extrañar, por tanto, que todo el poemario esté cobijado bajo el amparo de una primera cita horaciana, en la que se habla del esfuerzo de buscar lo verdadero, y de volcarse en ello por entero (“quid verum atque decens, curo et rogo et omnis in hoc sum”). Son, así, éstos unos poemas de apariencia sencilla, pero debajo de los cuales late mucha profundidad, que hablan de esos relámpagos cotidianos que fulguran si se saben contemplar: por ejemplo, el milagro de una piedra que se transforma en pan por efecto de la confianza -por mediación de un simple beso-, por una entrega cierta del tamaño de una semilla de mostaza o de un jilguero.
Entre sus versos se escuchan palabras como amor, luz, claridad, alma, pájaros, providencia, silencio o bondad, y en ellos se pueden encontrar resonancias de nuestra mejor cultura, de nuestra lírica universal: Claudio Rodríguez, con esa claridad que hace de cada persona una página del códice del amor del universo; también la música de Bach, como un bálsamo que restaña las heridas de la vida; Platón, anudando el amor a lo sentido; Juan de la Cruz y sus fuertes y fronteras; o Yourcenar, cuando escribe sobre esa voz que enseña un canto. Igualmente, como no podía ser de otra manera, siempre Francesco, con la piel desnuda, llena de ternura en el momento de su muerte.
Cruzado por la Luz, simbólica y real, en el libro se hacen presentes y se anudan, como cauces sinestésicos, todos los sentidos, pero, especialmente, la caricia, que se posa sobre la materia restaurando en ella la combustión llameante que la hace ser, desde la roca hasta el pan, convertidos en signos de hermanamiento con todo lo que existe. O la mano, que se acerca a una llaga y la vuelve vida, y que iguala en armonía un cuerpo a un poema. O la piel –propia o ajena– que protege del frío del invierno que se acerca, y que contiene sobre ella la ortografía del deseo, esa piel amada que se vuelve cristal, tiritando ante la luz tras la muerte.
También se instala en él con mucha fuerza la mirada, casi como destino (“Mira bien/ y verás que los poemas/ que creíste encontrar entre los libros/ que otras manos pusieron en las tuyas/ estuvieron —¡así es!–– peregrinando,/ atravesaron fuertes y fronteras/ para llegar alegres hasta ti,/ y en tus labios encontraron su término”), que viaja detrás del amor y muestra la cualidad real de lo que se contempla, por ello la sombra de un árbol se identifica en belleza con una puesta de sol. Logra así, el poeta, un despliegue de imágenes originalísimas: el amor deslizándose por la rampa luminosa del tiempo, el ser humano como parte de un mensaje que ha de saberse leer, noviembre como página, y los mirlos, cálamos que anotan en los márgenes la desnudez del frío, el roce de la piel como un taller donde se ensamblan luz y cicatrices, el jardín como alma, hebras de luz sobre los álamos, su Nombre que es un candado sin puerta…
Concluyó hace tiempo Christian Bobin, tras preguntarle una periodista sobre el sentido de su vida, si acaso se le preguntaba al pájaro por la razón de su canto. Y acudo a esta cita porque Lo que busca la abeja está lleno de experiencias cordiales, luminosas y afectivas que apuntan al pálpito, al fundamento y a la causa de todo lo que vive, a esa bondad que se hace real imaginándola, y que tiene el rostro de una niña dormida en brazos de su padre. A la vida que se da en cada átomo del trigo, del sol o hasta del frío de la muerte. Podría decirse que en él lo cotidiano se muestra un estado de gracia, si se observa serena y adecuadamente.
Lo que persigue la abeja es lo mínimo, el umbral que no se cruza, la contemplación desde fuera del brillo del centro, de lo invisible, del rocío que restalla madrugador en la piedra, y la promesa del pan en el pequeño grano. Lo que es y está simplemente y el silencio que permite su escucha. “La vida que tiembla/ detrás de todo” escribe el poeta. Lo que busca la abeja –o el poeta– es poder libar el canto cuya frecuencia sostiene todo lo que vive, y lograr transformarlo en un poema. Y Víctor Herrero en este poemario lo consigue plenamente.
Lo que busca la abeja
Víctor Herrero de Miguel
Reino de Cordelia, 2023
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