‘Suttree’, reseña de un libro que no es como los demás libros

GASPAR JOVER POLO.

Los bajos fondos como una especie de tercer mundo dentro del primero, dentro de una potencia como los EEUU de Norteamérica, podría ser el tema de esta novela si es que tiene un tema premeditado y sostenido a lo largo de sus muchas páginas, teniendo en cuanta, además, que tampoco destaca por poseer un argumento bien definido pues no se empecina en contar una historia con su planteamiento, su desarrollo y su fin. Y también podría ser el tema la vistosidad de la mugre, la descripción pormenorizada de la mugre que envuelve y aprisiona la vida en la ciudad de Knosville y en sus alrededores. Pero, en medio de este desolador panorama, me parece que Suttree es especialmente una novela que trata el caso concreto de un joven que reúne todos los requisitos (educación, inteligencia, buenos sentimientos, salud, sensibilidad, capacidad de trabajo) que se consideran útiles para sacarle partido a la vida, pero que, por lo que sea, por las particulares circunstancias que lo acompañan, acaba perdiéndose.

Cormac MacCarthy, el autor de Suttree, parece estar casi todo el rato dispersándose, diversificando la materia sobre la que escribe; se pone a hablar con mucho detalle sobre el río que pasa por la localidad de Knoxville, Tennessee, sobre una de sus orillas más que nada, o sobre la ciudad, o sobre cada uno de los personajes que va encontrándose el joven Suttree y que suelen ser perdedores orgullosos: lumpen, mendigos, visionarios, camorristas, a los que este libro dedica tres o cuatro páginas por cabeza; pero, en realidad, lo que más preocupa a su autor, me parece, es destacar la mala suerte que acompaña al protagonista, al joven Suttree. MacCarthy intenta explicar y explicarse sin mucho éxito cómo es que este muchacho no puede salir adelante, por qué va de desgracia en desgracia, de susto en susto hacia el desastre definitivo que parece amenazarlo a cada vuelta de la esquina o a cada recodo del río.

Tal vez el personaje protagonista tenga parte de culpa en las desgracias que lo persiguen porque no es ni mucho menos un mirlo blanco: se emborracha, comete errores de principiante, se gasta el poco dinero de que dispone sin hacer ningún plan para su futuro. Pero la culpa fundamental la tiene una especie de sino adverso que lo acompaña en casi todas sus actividades y relaciones. Se trata, en definitiva, de que tal vez sea un ejemplar de ser humano demasiado bueno y sensible para sobrellevar las miserias que conlleva la vida en el planeta Tierra, o lo dura que resulta la vida en Knoxville, en esta parte de EEUU en particular.

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