‘El buen vigía’, de Alejandro Morell

HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.

En septiembre de 2023 me reuní con Alejandro y Julio, socios fundadores de Editorial Cuatro Letras, para conversar acerca de una posible publicación con ellos. Fueron varios los temas que tratamos y que omitiré aquí, pero las vibras, que se dice ahora, fueron estupendas. Unos meses después llegó a las librerías Mecánica de fluidos. Es mi antología de relatos de misterio. No sé si será por la calidad de los textos o lo buena que es la edición (en tapa dura, con cubiertas nobles), pero, para tratarse de un género minoritario (¡relatos!), está funcionando bastante bien.

En esa conversación, me comentaron que eran escritores y tuve la oportunidad de acercarme al producto. Qué feo queda que un escritor se refiera así a un libro, ¿verdad? Es triste, pero la realidad es que escribir es un arte y publicar un negocio. Y, si me decidí por ellos, y ellos por mí, fue porque ambos supeditábamos el aspecto creativo al económico. Nos gusta escribir. Lo necesitamos. Joder, si estoy tres días sin darle a la tecla me invaden pensamientos rarísimos. Eso explica cuentos como Yugul.

Con motivo de la presentación del 9 de febrero de El buen vigía, la segunda novela de Alejandro Morell, que oficiaré, me acerqué a la novela y su literatura. Uno siempre es receloso cuando conoce a la persona que se esconde detrás de las cubiertas. Lee las palabras con su voz, y el subconsciente mantiene un tenso partido de pádel entre los hechos narrados y lo que tu conocido habrá querido decir, o el por qué. Eso, además de un gran error, es una estupidez. Los escritores que matamos niños en nuestras novelas no lo hacemos por ningún motivo personal. Es, como otros tantos, un recuerdo para evocar sentimientos en el lector y conducirle hacia donde queremos que llegue.

Alejandro sabe varias cosas de eso. El buen vigía es una novela que transcurre en Madrid en tres líneas temporales: los ochenta, la guerra civil española (y periodo de posguerra) y la primera década del siglo XX. Nos adentraremos en una época convulsa, donde sobrevivir era motivo de alegría y los caídos una epidemia de congoja. De ahí, a los años posteriores a la muerte de Franco y al pasado reciente que todos tenemos en la cabeza. ¿Por qué? Eso, amigo lector, deberías descubrirlo tú mismo. Sería un spoiler de campeonato.

Lo que sí puedo decir es que en el foco de todo tenemos a Lola. Y con foco me refiero a centro, y con centro a los años ochenta, que se vertebran en ambas direcciones del eje temporal. El pasado de su familia la persigue como una mala sombra que se proyecta hasta el siglo XX, cuando será una mujer adulta y tenga la oportunidad de tomar cartas en el asunto. Cartas; qué apropiado.

Alejandro utiliza un estilo mixto. Debido a la importancia que las relaciones interpersonales juegan en la obra, recurre a la narración para mantener al lector actualizado. Los años, como ocurre en la vida real, las alteran, y Alejandro no quiere que perdamos el foco. Pero, a su vez, el thriller policial está presente, cogiendo ritmo en la sombra durante los compases iniciales para galopar como un caballo de carreras una vez lleguemos al nudo. Los misterios se amontonan. Las pistas falsas, callejones sin salida… hasta que veamos la trasera de pequeños puestos de comida que, al cruzarlos, nos pongan en vereda de una pista mayor, de un misterio que confluye, impidiéndonos dejar de leer.

Y, cuando nos duelan los ojos y la esclerótica sea un amasijo picajoso que grite: «déjame descansar un poco!», ¡zasca! Giro de guion al canto. Alejandro no se ve limitado por estructuras rígidas. El buen vigía no es un A-B-C lineal. Si tiene que apretar el botón rojo, lo aprieta. Kabum. Y la esclerótica empieza a comprender que lo máximo a lo que aspira son un par de precisas gotas de colirio.

En definitiva, una gran novela de misterio. Ha sido capaz de hacer que me olvide de la vocecilla de Alejandro mientras leía, devolviendo a su lugar a mi voz lectora habitual, y esa disociación solo la consiguen libros bien construidos, entretenidos, que da gusto leer. Si os animáis, podéis conseguirla a través de la página web de Cuatro Letras. Los gastos de envío son gratuitos y, de paso, os aconsejo revisar el resto de las publicaciones.

Ahora, si me lo permitís, voy al baño. Creo que dejé en colirio en el neceser.

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