‘La llamada. Un retrato’, de Leila Guerriero

ANTONIO JORGE MEROÑO CAMPILLO.

Conocía a la autora solamente por sus artículos en el diario El País, pero la salida a librerías de este libro sobre una montonera secuestrada en la infame ESMA llamó enseguidA mi atención y no me equivoqué, pues pese a ser relativamente extenso, me lo devoré en unos días.

Guerriero nos cuenta la odisea de Silvia Labayru, una chica de buena familia que ingresó en montoneros en la adolescencia siendo secuestrada, torturada y violada en la mencionada ESMA, donde dio a luz en condiciones horribles y de donde salió, milagrosamente, con vida.

Silvia Labayru era una chica argentina de buena familia, hija y nieta de militares, con un padre piloto que se pasó a la aviación civil, por lo que gozaban de una vida holgada,  y una madre moderna, sexy y algo hippy. Al poco de ingresar en el colegio público más elitista de Buenos Aires comenzó a acercarse a grupos de extrema izquierda que, como cualquiera sabe, en aquellos setenta en la Argentina practicaban una cruel  y suicida lucha armada.

A nuestra protagonista el golpe de la Junta Militar la pilla militando en inteligencia de Montoneros, y no tarda en ser secuestrada. La vida en aquella época no valía un peso para casi nadie, menos aún para una militante guerrillera y Sivia sufrió, como decimos, todo tipo de vejaciones.  Pero estaba embarazada y esa circunstancia solía suponer para esa banda de carniceros prolongar la vida unos meses, hasta el nacimiento del bebé, que solía ser entregado a familias de militares y la madre, asesinada, desaparecida.

El padre de Silvia, que como todo el mundo la creía ya muerta, recibe una llamada desde la ESMA de uno de los torturadores, al que confunde con un montonero, y comienza a despotricar contra ellos. Inmediatamente vuelven a llamar, y se pone Silvia, que gracias a él, todo parece indicar, salva la vida.

Esta mujer, hoy sexagenaria, vuela enseguida  a España donde rehace su vida: estudia psicología, trabaja como publicista, hace un pequeño capitalito, cría a Vera, nacida en cautiverio, y a David, hijo de Jesús, recientemente fallecido. Pero ella nunca es aceptada por sus ex compañeros, que miran con recelo a cualquiera que haya sobrevivido a ese infierno, pues algo habrá hecho. Como curiosidad, el padre de Vera es a la vez padre por otro matrimonio de la actriz Barbara Lennie.

Guerriero escribe con precisión de cirujano, transcribe sus charlas con Silvia, su familia, sus amigos. Observa, ríe, sufre, todo lo que se quiera, pero nunca juzga. Es una mujer argentina, justo de mi edad, de un rostro bellísimo  y una pluma que ya paso a envidiar.

Silvia siempre ha sido una  mujer fuerte, libre, para la que el amor y el sexo son muy importantes, muy disfrutona. Hoy vive, hace pocos años, un amor otoñal con Hugo, antiguo novio despechado de la adolescencia, judío y psicoanalista para que no falte nada al tópico de Argentina, un país capaz de dar incluso un papa que nos suele caer bien a los progresistas descreídos.

Y el libro nace en un clima de complicidad entre Guerriero y Silvia,  en un Buenos Aires en plena pandemia por el que pasean, toman café, té, medialunas, empanadas, sonríen, visitan la ESMA, hoy un museo de la memoria, ajenas aparentemente a la realidad de unos insoportables niveles de desiguaLdad  y pobreza que acaban de llevar al poder a la extrema derecha.

Hace unos meses pude ver “El juicio”, el documental de tres horas, que se hacen cortas, de Ulises de la Orden sobre el juicio que el gobierno de Alfonsín hizo a la Junta Militar. Podemos ver testificar a varias víctimas, a algunos de los verdugos. Y entre todos ellos sobresale un fumador fiscal Strassera con su coraje cívico, del que recuerdo perfectamente unas declaraciones, en mi lejana adolescencia, a TVE: “eso nunca fue una lucha contra la subversión, fue una cacería de conejos”.

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