“Entre el diamante y la penumbra. Cuaderno de Salmos”, de Gregorio Dávila de Tena

Entre el Diamante y la penumbra. Cuaderno de Salmos, testimonio de la fragilidad humana en busca de consuelo. 

Por Ana Isabel Alvea Sánchez.

Gregorio Dávila de Tena es un poeta que empieza a publicar en su madurez y que en poco tiempo, desde el año 2017 aproximadamente, ha obtenido múltiples premios que han destacado su talento. Entre el diamante y la penumbra. Cuaderno de Salmos ha sido premiado en el  XXXIV Certamen Internacional de Poesía Barcarola.

Eduardo Morga en su excelente prólogo resalta cómo el autor recoge la tradición de los salmos y la actualiza. Hay que decir que es un rasgo característico de su escritura este diálogo intertextual de su poesía con otros poetas, y con textos espirituales, así Hebra de luz. Ejercicios sobre el Cántico (Certamen Nacional de Poesía Pepa Cantarero, Diputación de Jaén, 2018), se inspiró en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz; o bien, Madre del agua. Por las huellas del Tao (Premio de Poesía Eladio Cabañero, Ed. Cuarto Centenario, 2019), y ahora este poemario, Entre el diamante y la penumbra. Cuaderno de los Salmos, compuesto por 150 poemas, cada uno inspirado correlativamente en un salmo -aclararemos que los salmos siguen la enumeración hebrea de la Nueva Biblia Española-.

El poema que abre el libro, Antífona, proclama la intención de elevar el canto a Dios: “El salmo es el consuelo/ de este corazón desolado”, testimoniando desde el inicio la fragilidad humana en busca de consuelo.

El título, Entre el diamante y la penumbra. Cuaderno de Salmos, resalta la dicotomía o los contrastes que podemos sentir y vivir, pues el sujeto poético oscila entre la oscuridad y la luz, el dolor y la alegría, del desánimo y escepticismo a la fe. Se percibe en sus páginas una transformación o evolución, refleja un viaje interior en el cual un ser desvalido, que sufre y siente dolor, suplica consuelo; pero este sufrimiento (y los males del mundo) lo confunden y le hacen desconfiar de la fe, al menos interrogarse, exiliándolo a una intemperie que le provoca angustia y temor, hasta que finalmente siente lo sagrado y termina, agradecido, alabando a Dios. Como un péndulo, se traza una deriva del desconsuelo a la alegría; aunque no resulte un proceso lineal, pero parece que el sujeto va reconstruyéndose y mirando la vida con más dicha y serenidad, elevando, finalmente, su canto de fe. Esta resurrección la podemos constatar en las dos primeras partes del poemario: Todavía la noche y Los olivares de la madrugada.

Los males  que imperan hoy en el mundo son diferentes a los mencionados en el Antiguo Testamento y el autor retrata estos problemas de la sociedad: el exceso de tecnología, la destrucción del planeta, la codicia, el odio y la violencia (estos, lamentablemente, están siempre presentes a lo largo de la historia), el patriarcado y machismo, incluso menciona la pandemia. ¿Cómo escapar del mal del mundo? Se pregunta en el poema Víboras, en el que también indica que Dios vive en los arrabales, tal vez en las calles céntricas apenas se percibe su Palabra. ¿Cada vez más marginal la religión y la fe?

Se habla del silencio de Dios, de la maldad y la injusticia del mundo, de los golpes de la vida que pueden recibir los más inocentes y vulnerables, como pueden ser los niños. Toda esta crueldad le provoca dudas sobre su fe; no obstante, entiendo por la lectura del poemario que hay una reconciliación final. Otorga voz al sufrimiento humano, a la desolación, al desconcierto y desamparo, en súplica constante por sentir el refugio de Dios,  a semejanza de los Salmos, embelleciendo con sus versos aún más la expresión verbal de los Salmos. Y encontramos un corazón abriéndose a la luz y a la dicha, a la humildad y calma, a la fe.

En su tercera parte, “Las mujeres que me habitan”, realiza un hermoso homenaje a mujeres presentes en su vida: la madre, hija, esposa, hermanas, amigas, poetas. Es la parte más dulce y tierna, a mi parecer, en la cual también formula una crítica a la sociedad patriarcal. En  su poesía, en general, el papel de la mujer es relevante y en varios poemas de este libro indica como fuentes de consuelo la poesía y la mujer.

A la hora de escribir, nos dice en el poema Espadas (Salmo 64),  tiene que enfrentarse al lenguaje, al daño que puede provocar también los vocablos, palabras como espadas, y se queda a la espera de que vengan, como decía Antonio Machado, unas pocas palabras verdaderas. Una búsqueda de la verdad a través de la escritura.

En su poema Loto (Salmo 69) nos resalta la contradicción de cómo lo bello puede nacer en lo sucio o doloroso: “Charca de cieno, / amanece la luz / en flor de loto.”

Canta igualmente la belleza del mundo y de la naturaleza. Puede que no sea capaz de aprender, conocer o entender nuestros enigmas, “Pero la luna vierte suaves flores de harina / sobre las casas de cristal” (Pureza, Salmo 80).

“El silencio de Dios”, título de su cuarto apartado, no hace referencia a la aparente falta de respuesta divina a los males, se trata de otro tipo de silencio, y los poemas proclaman alabanzas y expresan el deseo de extender el canto y la Palabra de Dios por el mundo para que éste cambie a mejor, modele por dentro / la geografía del amor (Geografía, Salmo 96). Indudablemente, manifiesta percibir más violencia y odio en el mundo que amor o compasión.

Alude igualmente a la brevedad de la vida y a la pequeñez del hombre, agradeciendo todo lo bueno vivido, pues como dice José Hierro, quien ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir.

En este proceso de autoconocimiento y cambio, puede decirse, llega el momento de la revelación, en el que logra entender la existencia y hacer desaparecer los miedos (Entendimiento, Salmo 117). Anhela con mayor decisión mirar el envés hermoso de la vida, sin volver la vista atrás.

En su última parte, “Entrañas de alegría”,  vuelve a centrarse en las dicotomías, aunque con el firme propósito de encaminarse hacia la plenitud y la misericordia, conservar la alegría en la mirada, de estar en el lado de los justos y compasivos, de agradecer, de cantar para aplacar la ira y los males; porque “El hombre es un lago de sal a la espera de la lluvia en verano” (Salar, Salmo 142).

En definitiva, una indagación sobre la existencia y la condición del ser humano, el sufrimiento y la necesidad de consuelo, expresado en poemas breves e intensos, sumamente líricos, de imágenes deslumbrantes procedentes de la naturaleza; poemas que conforman un libro compacto y coherente, de gran musicalidad, en un tono sentencioso de súplica y alabanza, tal como encontramos en los Salmos.

                                             

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