'Diarios de Canarias', de Sanmao

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Diarios de las Canarias

Sanmao

Traducción de Irene Tor Carroggio
Rata Books
Barcelona, 2017
373 páginas
 

Eco es el nombre de una ninfa que se vio reducida a sonido, a palabras que repetían las palabras de los hombres. Al fin y al cabo, de manera más o menos sofisticada, a eso se reduce la literatura. Cuanto más sofisticada sea, eso sí, a menos voces de menos gente representará. Echo, cuya pronunciación es la misma que el nombre de la ninfa griega, es el nombre real de Sanmao, de quien ya habíamos leídos sus Diarios del Sáhara. Ahora, esta mujer de Taiwan se ha asentado en una casa de Tenerife, mirando al mar, junto a su marido. Habla un castellano perfecto y con ese sonido, con ese eco, puede reproducir lo que siente en palabras. Para la escritura, eso sí, utiliza su lengua materna. Pero eso carece de importancia, dado que la traducción de Irene Tor deja bien claro que se trata de una comunicación con la gracia de la ingenuidad. Es más ingenuo el niño que el adulto, el campesino que el urbano, el analfabeto que el erudito, el sabio que el cínico. Ser más ingenuo, como demuestran las comparaciones anteriores, significa ser más libre. Sanmao se otorga a sí misma el derecho a la libertad, a la ingenuidad y refiere que solo hablará de aquél o aquello que haya amado o le haya acariciado las mejillas. Escribir será un acto de felicidad.

Apenas roza las ciudades y pasea mucho para recoger cosas de la basura, como hicieron Picasso o Miró con sus obras de Objects Trouvées, reutiliza, decora, lee. Cree que la tradición es una artrosis y prefiere la moda hippy. De hecho, tiene el alma hippy. Por eso sus escritos son sobre un burro o el cine, sobre una comida típica o cómo ve desde fuera a los turistas chinos, sobre la paz del hogar o el cementerio de los vivos. O sobre una noche en el desierto. Habla en un lenguaje en que se refiere a cada faceta del ser como praderas del alma, celebra la amistad y pretende que, en lugar de meditar en cada acto, lo que suceda es un juego. Da la sensación de dejar lo excepcional fuera del cuadro, de centrarse en ser uno más porque lo interesante, lo que destaca, no es lo que nos hace felices.

Y así vamos leyendo a esta persona que se construye como generosa, delicada, compasiva, pobre, humilde, tozuda, sobre todo cuando pretende alcanzar la sencillez, que es la cumbre de la felicidad: estar donde estamos todos. Hasta que un accidente de mar siega la vida de su marido y así lo que antes era paisaje ahora será tumba.

Años más tarde volverá a España para cerrar este capítulo. Necesita despedirse. De eso tratan los últimos capítulos, tal vez los más inocentes, porque son en los que más derecho tiene a ser inocente. Confiesa que en situaciones como la suya lo que se necesita es tranquilidad antes que afecto, de ahí que las despedidas contengan una emotividad justificada y real, pero no nos saquen lágrimas. Ejercer los ritos de despedida es un acto de bondad que se concede a sí misma. Por ejemplo, regalar. Porque el valor de las cosas no existe y no es posible vender. Sí, todo esto suena a felicidad y a infelicidad de hace cuarenta años, cuando pensábamos que la vida le devuelve a uno lo que se merece. Pero eso no es cierto. Lo que ocurre es que Sanmao no aprieta esa clavija y nos permite convivir con ella y con lo que le da la vida, que suelen ser cosas pequeñas.

 

A favor de la luz

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