‘El lobo hombre’, de Boris Vian

ANDRÉS G. MUGLIA.

¿Cómo comentar un libro de cuentos? ¿Hacer una sucesión fatigosa de los argumentos de cada uno, pormenorizando sus virtudes, defectos, originalidades o lugares comunes? ¿Describir lo que tienen en común o por el contrario, explorar sus diferencias? ¿Tratar de encontrar un cierto ambiente, clima, universo en el que se mueven? ¿Todo eso junto?

Vengo frecuentando, redescubriendo, a Boris Vian. Difícil definir su estilo. Decir que es ecléctico es lo mismo que decir que no tiene estilo. Decir que abreva en la literatura norteamericana (hasta en los temas y escenarios) y que tiene una deuda enorme con los escritores de las vanguardias europeas (dadaístas, surrealistas) es empezar a acercarse a él. Sin embargo ocurre en sus cuentos otro tanto de lo que ocurre en sus novelas. No podemos echar todo en la misma bolsa. Como en su vida fue varios hombres (escritor, trompetista, animador de fiestas, periodista), en sus textos Vian es varios escritores. 

Uno es el que escribe novelas y cuentos truculentos de tan realistas, llenos de sexo y violencia, como en la novela Escupiré sobre vuestra tumba o en los cuentos incluidos en este volumen: Marsella comenzaba a despertar; Los perros, el deseo y la muerte, texto perturbador donde un taxista es conquistado por una femme fatale que goza atropellando perros con su taxi; El mirón, fantasía volleurista donde un joven espía a tres jóvenes amazonas con esquís, evolucionar desnudas en la nieve.

Otro escritor crea relatos realistas, como en el hemingwayano (neologismo!) Martin me telefoneó, que describe en primera persona una noche de trabajo de un trompetista (Vian claramente). 

Un tercer escritor, por cierto el más prolífico, es el que podemos relacionar con todas las enseñanzas de Alfred Jarry, el teatro del absurdo, Tristán Tazara, Breton, el Dadaísmo y el Surrelalismo. A esas señas responderán los cuentos: La muralla del sur, un fascinante delirio en toda regla; El amor es ciego, que remite un poco al Ensayo sobre la ceguera de Saramago y al Informe sobre ciegos de Sábato; Una triste historia, en que un muchacho ayuda a una joven a decidir el mejor método para suicidarse; Fiesta en casa de Léobille, surrealismo mezclado con relato negro en la enloquecida licuadora de Vian; El lobo hombre, donde un lobo que amuebla su cueva con restos de accidentes de carretera, sufre la mordida de un hombre-lobo que lo trasforma en lobo-hombre, luego de lo cual se dirige en bicicleta a conocer París.

Podemos invocar una cuarta personalidad de Vian en cuánto a género, pues El peligro de los clásicos, cuento que cierra este volumen, es un relato de ciencia ficción donde en un hipotético año 1982, época en que la iniciativa en el flirt está a cargo de la mujeres, un científico y su bella alumna sufren el empoderamiento repentino de una máquina por él creada que le disputa el amor de la joven. El texto se pone en línea con un tema muy actual y que ya era una preocupación desde la revolución industrial: la inteligencia artificial y sus peligros.

A trazo grueso hemos realizado un comentario de algunos de los cuentos que se incluyen en El lobo hombre, con el recurso, más o menos lícito, de dividirlos en géneros. Sin embargo, como si quisieran llenarse los compartimentos de un mueble de madera con un líquido, el estilo de Vian fluye de un cuento a otro atravesando los géneros, trastocándolos, fusionándolos. El realismo no es completamente realista, lo fantástico se confunde con lo absurdo; lo truculento, lo sádico y lo erótico con lo humorístico. Porque después de todo, eso es lo que queda tras haber leído a Vian, la sensación de estar ante la presencia de la suprema, desmesurada y perturbadora broma de un genio. 

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